Facebook , feis Lunes, 4 julio 2016

El taxi con el ataúd rumbo a Trujillo

Checker-NightShift-

Foto: mattweberphotos

Escribe: Marco García Falcón

Tengo el carro en el mecánico, así que me tomo un taxi. El taxista es un hombre mayor, bonachón y con muchas ganas de hablar. ¿Y alguna anécdota interesante?, le pregunto como para ir de frente al grano. El hombre se queda un instante pensativo, baja el volumen de la radio y entonces empieza el verdadero viaje. Una noche, me dice, yo estaba por irme a mi casa y me tomó una señora. ¿Cuánto me cobra hasta Trujillo?, me dijo y yo pensé que era por el puente Trujillo, pero no, quería ir hasta la ciudad de Trujillo.

Solo por si acaso le solté una cifra grande y la señora me dijo que me iba a pagar eso y un poco más, pero que antes debíamos pasar a recoger a sus hermanas. ¿Sabe lo que pasaba?, me mira el hombre. Su hermana mayor se había muerto de cáncer en el Rebagliatti, ellas eran del norte y no había espacio en el avión para llevarla hasta dentro de un par de días, por eso querían el servicio. Yo no me hice problemas, corrí el asiento de atrás todo lo que pude y puse allí el ataúd, con las otras tres hermanas rodeándola.

Y entonces recién vino lo bueno, porque en el camino las señoras se pusieron a contar historias, anécdotas de la difunta desde que era chiquita y lo hacían como si las estuviesen viviendo en ese momento y cantaban y suspiraban y se reían y se ponían a llorar. Yo las escuchaba en silencio, pero en una de esas no me aguanté más, paré el carro y les pedí que por favor me abrieran el cajón. Quería conocer a la difunta. ¿Y qué pasó?, le pregunto. Pues nada, era una señora gordita, con cara de buena gente, pero a partir de allí cada cosa nueva que se dijo sobre ella yo la sentí como mía. Y cuando al final llegamos a Trujillo, me quedé en el velorio y en el entierro y me gasté casi todo lo que me pagaron en comida, cervezas y flores.

¿Y no se arrepintió?, le digo. No, no, se sonríe complacido, yo ahora tengo familia en el norte.