metaperiodismo , sociedad Viernes, 24 abril 2015

No tan breve catarsis sobre Tía María

Correo Tía María web 2

Desde la época de Toledo hasta Conga, ahorita nomás, me ha tocado cubrir in situ varios tipos de conflictos sociales desatados por proyectos extractivos. Y es, francamente, ridículo cómo las historias se repiten una y otra vez.

Veamos: De un lado sueles tener un proyecto que va a extraer algún tipo de recurso (casi siempre no renovable). Y eso está muy bien. En algún momento esa riqueza tiene que utilizarse. Mejor que sea ahora. Vas a la zona, en un viaje que no suele bajar de las 12 horas, compruebas sus niveles de pobreza, acceso a oportunidades, etc.; luego entras a Internet a obtener cosas como cifras de desnutrición y analfabetismo. Todo de terror, claro. La gente del gobierno y de la empresa te pintan cuadros bien bonitos y te convences de que los ciudadanos de la zona necesitan la inversión (y también el Perú, claro).

Con el paso de los años, las empresas han aprendido a identificar a los grupos de personas dispuestos a disfrutar de estos beneficios. Usualmente, son los que van a recibir empleo directo y, con suerte, los que tendrán empleo indirecto. Con ellos nunca hay roche y hasta, llegado el caso, los pueden organizar para defender la inversión. A veces no pasa nada y todos contentos.

El problema es que con el paso de los años también ha crecido la desconfianza de la gente ante las empresas. Si me lo preguntan, el pecado original fue Choropampa, pero eso ahora no importa, porque los sucesivos conflictos han ido acumulándose uno encima del otro hasta crear un imaginario popular en el que la empresa no sólo va a abusar de ti, sino que te va a enfermar, va arrasar todo lo natural a tu alrededor y, cuando se vaya, solo te dejará un rastro de tierra baldía, inútil, seca, y un pueblo convertido en un junkie sin su dosis, dependiente de una empresa que se fue a hacer negocios a otro lado para no volver más.

En mi experiencia, la mayoría de la veces, los proyectos no son tan fatales. Nunca son realmente 100% eco-friendly, claro, pero a primera vista suelen ser mejores que la alternativa: que todos en la zona continúen siendo, literalmente, mendigos en un banco de oro (o, peor aún, que todos terminen como Tambogrande).

Pero el diablo está en los detalles. Y aquí es cuando cada caso adquiere su propio cariz. Cada conflicto tiene sus propias razones o sinrazones. Vamos, es natural. Si tú te quejas porque están construyendo un edificio en la puerta de tu casa, imagínate un socavón de kilómetros cuadrados o que tu agua venga con petróleo o que, por último, no te indemnicen como tú quieres que te indemnicen porque rajaron tu pared medianera. Así como tú, los chankas en Las Bambas tenían sus propias razones, que eran distintas a los ronderos de Cajamarca y a los colonos del Ucayalazo y todos los otros que pude ver. Cada uno tenía su propio argumento para enviar, en el fondo, el mismo mensaje que tú enviarías: nadie puede venir a mi barrio a hacer lo que le da la gana.

(Y no me digas que tú aceptarías la primera propuesta que te hagan. Ni que fueras huevón. Por algo se llama libre mercado. Oferta y demanda, baby)

No voy a decir que sus razones son siempre puras, inocentes y legítimas (como suelen creer muchos amigos caviares-culposos-por-ser-limeños). De hecho, la mayoría de veces no lo son. Pero eso no quiere decir que no merezcan ser escuchados. Además, y aquí entraba mi chamba de periodista, casi siempre hay algo en lo que tienen razón.

Casi siempre se descubre que la empresa mintió en algo. Casi siempre resulta que el estado se hizo de la vista gorda en un punto crucial. Casi siempre algún extremista los insulta (a veces, incluso, es el presidente el que les dice «perros del hortelano» o «ciudadanos de segunda categoría»). Casi siempre resulta que esos «pobladores a favor» que escriben mails a los medios denunciando a los «extremistas» son practicantes limeños de empresas de RRPP (y me lo han contado egresados de mi facultad). Casi siempre resulta que las empresas o el gobierno o todos juntos, recurren a algún tipo de guerra sucia que solo logra cohesionar al otro bando. Y casi siempre, no, perdón, siempre, todo esto es avalado por un montón de opinólogos limeños que son más bien zelotes ideológicos, gente que, a fuerza de repetirlo ante cámaras, se creyó su propio cuento y que, por supuesto, jamás han viajado más de 12 horas si no es en un vuelo internacional.

Sí, por supuesto, los manifestantes suelen cometer destrozos. A veces, más que eso. En Bagua masacraron a 24 policías. Y claro que –¿esperaban otra cosa?– hay grupos políticos, de todo tipo, Movadef incluido, que tratan de subirse a la ola y entorpecen más las cosas (lo que habla pésimo de todos los defensores de la inversión: ¿por qué Patria Roja, que saca 0.1% en la generales, puede tener presencia en, no sé, Pucahuaracco y tú sólo tienes a un puñado de talking heads en los estudios de tele limeño?). A veces, mienten y manipulan abiertamente, como Miguel Palacín cuando presidía Conacami o tantos mercenarios de tantas radios provinciales. Pero otras veces, como por ejemplo el análisis sobre las lagunas de Conga que hizo Marco Arana (que como político me cae pésimo, btw) resulta correcto. No todo es blanco y negro, pues. Para eso había algo que se llamaba «consulta previa«. ¿Se acuerdan?

El punto es que toda esta historia se repite una y otra vez. Por un lado, los directamente afectados tienen un medianamente justificado miedo a las empresas extractoras. Y luego, estas empresas usan a sus voceros (en el gobierno y en los medios) para convertir a los manifestantes en –literalmente– la reencarnación de Sendero Luminoso. Es decir, intentan generar miedo en la opinión pública urbana, especialmente en la über-facha y asustadiza capital. Pero sus mentiras saltan a la luz y solo consiguen afianzarse como empresas inescrupulosas ante los ojos de los manifestantes, justificando así, por completo, el miedo inicial al proyecto. Y vuelta a empezar, nunca aprendimos nada.

Hoy hemos vuelto a lo mismo. Más de una década tratando de imponer la inversión usando cucos. Más de una década fracasando con la misma receta.

En fin, sorry por la catarsis.