arte , La Calata Culta Martes, 16 septiembre 2014

Jorge Luis Ramos Cajo: “Yo sigo temblando frente a la cartulina en blanco”

La Calata Culta

Leslie Guevara es directora de la escuela de escritura Machucabotones. Es autora invitada en los libros de relatos "Sexo al cubo", "Hermosos ruidos" y "21 relatos sobre mujeres que lucharon por la independencia del Perú". Es editora del libro “Once Veces Tú”. Ha realizado talleres de narrativa en cárceles peruanas, en coordinación con la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad fundada por el padre Hubert Lanssiers. Actualmente escribe su primer libro.
Foto: Machucabotones

Foto: Machucabotones

A Coquito lo conocí a través del escritor Hernán Migoya, en la presentación de su libro 50 Peruanas de Bandera. Enrique Planas y Patricia del Río fueron los presentadores: a ellos se les escuchaba muy preparados, muy ceños fruncidos, con sus papeles bajo el brazo. Inclusive a Olenka Zimmermann, que también habló… En esa misma mesa se encontraba un tal Coquito, con rostro de ¿ahora qué digo? Hasta ese momento, personaje desconocido para mí. Luego de una pausa de los disertadores se proyectaron sus dibujos. Todos se quedaron con cara de cojudos, admirando el trazo de este misterioso dibujante. Había mujeres semidesnudas como para quedarte mirando buen rato, apreciando un buen culo o un buen ombligo: esos dibujos al final no salieron publicados en el libro, por razones que no han sido hechas explícitas por la editorial. Son dibujos al detalle y sin insinuaciones grotescas. Y ahora me encuentro con él, Jorge Luis Ramos Cajo, en el segundo piso del Mc Donald´s, observando el Parque Kennedy, lugar donde él solía ofrecer su trabajo hace años.

Recuerdo con mucho cariño cuando me agarraron del cuello unos policías en el parque Kennedy y me lanzaron dentro de un carro y me llevaron con los ojos cerrados y las manos atadas. Llegué a un lugar, y yo decía “¿dónde estoy?”. Ahí estaba un coronel bien vestido y sonriente diciéndome “tú eres el dibujante, ¿no? Hazme un retrato y que salga bien bacán, porque es para una hembrita”. Mis manos temblaban, yo decía “Ya, Coco, déjate de huevadas y dibuja”. El coronel se portó muy bien conmigo, me pago por mi día. Cuando terminé el dibujo me volvieron a enmarrocar y me devolvieron igualito: me regresaron al parque Kennedy y me lanzaron. Eso me paso dos veces más. Al final nos hicimos patas…

Yo llegué a tu trabajo porque me gustaron mucho las ilustraciones que hiciste para el libro de Hernán Migoya. ¿Por qué al final no salieron?

No lo sé. Yo conocí a Migoya en una reunión, un amigo me lo presentó. Nos volvimos a encontrar en algunos eventos, pero siempre de hola y chau. Un día él me dijo que había hablado con Planeta y había dicho que yo sería el dibujante en su proyecto. Fui a una entrevista con la editorial y ni ellos mismos me sacaban. Se impresionaron con mis dibujos. Yo hago las portadas de Dedo Medio, pero siempre en perfil bajo: prácticamente he salido de la concha. Acepté el trabajo por la amistad.

¿Y qué te dijeron en la editorial?

Cuando vieron mi trabajo me dijeron “¿Dónde has estado todo este tiempo?”. También decían “¿Quién es este Coquito? ¿El del libro?”. Ellos trabajan con un banco de ilustradores pero no tenían referencias mías. Lo que pasa es que yo amo mi soledad.

Dibujaste a quince peruanas semidesnudas…

Cuando sale el proyecto me alcanzan una lista de peruanas y yo comienzo a dibujarlas: conseguí mi material, mis quince fotos referenciales. Dibujé primero a Tula Rodriguez con un chorito a la chalaca en la entrepierna, porque así se había pactado al inicio: relacionando a la mujer peruana con la comida. “Porque el Perú no es solamente comida, son las mujeres”, dice Hernán. A mí me sorprendió la cancelación de los dibujos, porque trabajé de codo a codo con la editorial y siempre dibujé esos semidesnudos. Ellos sabían de los avances pero de pronto… no sé qué sucedió. Dijeron que las ilustraciones no iban más. Y no me avisaron directamente: fue Hernán quien me dio la noticia, muy apenado. La editorial se portó bien conmigo, solo que me hubiera gustado que me dijeran a mí mismo que los dibujos no iban, por un tema de respeto. No había nada de grotesco en el trabajo. Siempre he pensado que en la sexualidad estamos por encima de lo genital.

tula

¿De niño tomabas el dibujo como un pasatiempo?

Yo siempre digo “todos dibujamos de chiquitos, desde el momento en que realizamos una curva, una forma…” Que más adelante lo cultivemos marca la diferencia, pero todos tenemos el talento. Te lo digo por experiencia y como docente: no hay nadie corcho para esto.

¿Qué es el dibujo para ti?

El dibujo es más un sentimiento; no tiene que ser realista para transmitir. Puedes hacer líneas y eso puede reflejar un sentimiento… Tampoco te voy a decir que me levanto a las tres de la madrugada porque siento la inspiración, ja ja ja. Pienso que más que inspiración existe la motivación. Y yo huyo de la palabra “artista” porque es mucho peso para mí: si me dices artista me estás poniendo en el nivel de otros que sí considero artistas, que estudian e investigan todo el tiempo.

¿Consideras que hay mucha pose entre los dibujantes?

Claro, claro. Somos pocos los que mantenemos lo tradicional: estamos contados con los dedos, los dibujantes. Una vez un alumno me dijo que lo mío ya no se hacía, que trabajar con cartulina y lápiz ya había pasado. Todo eso ya era. Y que económicamente tampoco era rentable. Hay una desesperación por empezar desde arriba… Conocí gente en Bellas Artes que hacía abstracto porque tenía problemas para dibujar. Ellos decían que el dibujo era académico y que ya no se hacía, simplemente para justificar su limitación.

¿Tú no haces abstracto?

Pienso que todavía me falta: me falta simplificar. Hay algunos que lo hacen para acortar el camino o parecer profundos. Yo pongo siempre el ejemplo de Picasso, que fue académico y llegó a la simplificación con mucha paciencia. Aprender mucho para terminar pintando como un niño: a eso se debería aspirar.

Foto: Machucabotones

Foto: Machucabotones

¿Qué diferencias encuentras en los dibujantes de tu época con los de hoy?

Pienso que se ha perdido la academia, la formación. Lo digital no es malo porque ahorra tiempo y da resultados, pero jamás se va a comparar con algo hecho a mano. Los chicos le rehúyen a la cartulina. Ya van dos veces que me llaman del instituto Toulouse-Lautrec para revisar portafolios de trabajos. Una noche, ya casi al terminar la revisión le digo a un compañero “Este trabajo es muy bueno pero a las 6 de la tarde he visto algo parecido”. O sea, muy buenos trabajos pero más de lo mismo.

Es verdad.

Conozco colegas que tienen buen uso de las herramientas digitales y trabajan muy bien, como otros cincuenta que trabajan muy bien. Y sin embargo inflan el pecho y se muestran muy seguros.

¿Qué les dices a tus alumnos de dibujo y pintura?

Les digo todo el tiempo “¿Cómo pueden hacer diferenciar su trabajo? Con un poco de conocimiento”. Si copias manga y anime no tiene gracia, se le tiene que adherir un plus. Considero que cada uno se pone sus propios límites. También menciono siempre la parábola del buen sembrador: yo soy el sembrador, mi conocimiento es la semilla y ustedes son la tierra. Yo puedo decir un montón de cosas pero si tú eres mala tierra el conocimiento te entrará por un lado y te saldrá por el otro. A las finales ustedes se van a ir y yo voy a seguir sembrando. Mi profesor en Bellas Artes me decía “yo solo le voy a exigir al que vea que puede rendir; a los demás les voy a decir está bien, está bien”.

¿Piensas que aún puedes seguir aprendiendo?

En verdad, tú eres el tamaño de tus sueños. Vas a crecer en la medida en que decidas creer en lo que haces. Como le digo a mi esposa “la única manera de hacer que estos chicos no me alcancen es con conocimiento”. Por ejemplo, yo me compro libros, mi afición es leer. Soy un inconforme con lo que hago, aunque eso a veces puede ser muy malo. Como le digo a mis alumnos: “yo sigo temblando frente a la cartulina en blanco”.

¿Dibujas todo el tiempo?

Yo antes dibujaba para vivir, ahora vivo para dibujar. Yo no puedo estar sin dibujar. En algunas épocas no dibujaba, por las clases, pero luego llegaba a la casa, descansaba y en cualquier momento me levantaba para seguir dibujando, como un drogadicto. Si no dibujo pienso que se detiene todo.

¿Qué influencias tenías al inicio?

La primera influencia que tuve fue mi hermano Javier, el mayor. Él dibujaba muy bien: era quien revisaba mis dibujos, los corregía y me animaba.

¿Saliste del colegio y querías ir directo a Bellas Artes?

No, te mentiría. Javier me consiguió trabajo en una agencia de publicidad lavando pinceles. Ahí el jefe, un argentino, me preguntó por qué no postulaba. Hablé con mi papá y me presenté al examen de admisión.

¿Ya sabías dibujar?

Cuando entré a Bellas Artes me di cuenta de que copiaba muy bien, pero dibujar es otra cosa… Descubrí qué es la luz, qué es la forma, qué es el volumen.

¿Cuánto tiempo te tomó encontrar tu propio estilo?

Creo que el estilo no es una búsqueda sino una consecuencia: es como el amor. Porque el amor no es un resultado, sino una conquista. El estilo es algo que se da con el tiempo.

¿Crees que hay una cultura del dibujo en Lima?

No. El peruano lee poco, y estos intentos que hay de cómic son todos de influencia norteamericana, hay un “quiero copiar el estilo de”. No hay una búsqueda personal. O creen que hacer cómic peruano es ponerle un chullo a alguien y ya está.

¿Cuál fue el primer cómic que llegó a tus manos?

Coco, Vicuñín y Tacachito, que eran tres personajes que representaban cada región del Perú. Salía con el diario Expreso. Luego de eso llegaba mucha publicacion argentina. Antes se dibujaba más. Yo admiro mucho a Dionisio Torres.

Debes tener muchas anécdotas como la del coronel que te encargaba dibujos…

Una vez, en este parque, una pareja de enamorados me pidió que les hiciera caricaturas de cada uno. Al inicio todo bien, pero luego las personas se acomodaron alrededor para ver cómo iba el dibujo de la muchacha, y se comenzaban a reír o a meter candela: “Uy, yo no le pago, ¿ah?”. El enamorado también se reía de su pareja, porque la caricatura es así, pues, muestra lo que uno muchas veces no quiere ver. Uno sale con sus rasgos más sobresalientes, pero eso no tiene por qué ser malo. Los enamorados discutieron ese día. Felizmente me pagaron. Vi cómo la muchacha rompió el dibujo en dos ante él, y se fueron cada uno por su lado.

Foto: Machucabotones

Foto: Machucabotones

La Calata Culta

Leslie Guevara es directora de la escuela de escritura Machucabotones. Es autora invitada en los libros de relatos "Sexo al cubo", "Hermosos ruidos" y "21 relatos sobre mujeres que lucharon por la independencia del Perú". Es editora del libro “Once Veces Tú”. Ha realizado talleres de narrativa en cárceles peruanas, en coordinación con la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad fundada por el padre Hubert Lanssiers. Actualmente escribe su primer libro.