status Miércoles, 12 febrero 2014

El laberinto del abuso doméstico

Jimena Ledgard

Estudié filosofía, pero ahora solo leo filósofos en tuiter.
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Al margen de lo que haya sucedido entre Secada y su pareja, una de las reacciones que más me ha sorprendido es la de quienes cuestionan la veracidad de las denuncias policiales afirmando que, de haber sido real el abuso, ella lo habría dejado hace mucho tiempo. Dejar una relación de abuso es una de las cosas más difíciles que una persona puede hacer, porque el ciclo siempre es el mismo: idealización, decepción, abuso. Y ese ciclo es increíblemente difícil de romper.

Un abusador idealiza a su pareja hasta fijar estándares imposibles de cumplir. A la vez, la hace sentir que solo él cree en ella de esa manera, que solo él podrá ver en ella todas las cosas maravillosas que ve y que a los ojos del resto del mundo pasan desapercibidas. Después, cuando su pareja demuestra ser un ser humano que comete errores, viene la decepción. No importa cuánto te esfuerces, nunca podrás estar a la altura de lo que esperaban de ti. Y vaya que te esfuerzas, porque a pesar de que la meta que te han fijado es imposible, siempre es tu culpa cuando no logras llegar. Finalmente, el abuso, que es siempre es culpa de la víctima. Siempre. Y como tu autoestima está tan por el suelo (porque «has fracasado», porque «no eres suficiente», porque son tus «malos hábitos» los que convierten a tu pareja en un monstruo), resulta imposible ver una salida al final del túnel. Porque lo que una víctima de abuso siente es que la única persona que la querrá es esa misma que la insulta o la golpea. La única persona que podrá ver en ella eso que la hizo sentir en la cima del mundo es su abusador.

He conocido a hombres que abusan física y psicológicamente de sus parejas. Y he conocido a mujeres guapas, inteligentes, graciosas, talentosas y simpáticas, atrapadas durante años en relaciones de horror. Una vez, conocí a una chica que tuvo que retractarse frente a sus amigas por haberles contado sobre las peleas con su novio. Su novio estuvo sentado al lado todo el tiempo. Él le había dicho que ponía en riesgo la «imagen» de la relación al hacer a otros partícipes de sus problemas. No era su culpa por abusar de ella, era la suya por contarlo. Conozco otra chica que tuvo que explicarle a los papás de su pareja que ella tenía «caracter fuerte» y que era muy «fosforito» (algo así como que era muñeca brava), porque ellos los escucharon pelear una vez de forma muy violenta y él se negaba asumir cualquier tipo de responsabilidad. Conozco a una chica a la que su pareja jaló del pelo para separarla de un amigo del colegio que se había encontrado después de años en una fiesta. Esa misma chica se pasó los veinte minutos siguientes explicándome que era su culpa lo que había pasado por haber sido tan efusiva con un hombre que su pareja no conocía.

El abuso solo deja huellas físicas en los casos más extremos. La mayoría de veces, los golpes son verbales o no son lo suficientemente agresivos como para dejar marca. Y si bien es cierto que existen casos de mujeres que acusan falsamente a sus parejas de abuso a manera de chantaje, estos no representan ni siquiera una fracción de los casos de abuso real que nunca son denunciados (ni compartidos con amigos o familiares). Sería bueno mantener todo eso en mente antes de criticar a quien a todas luces es víctima, cuando menos, de un fuerte abuso psicológico.

(p.d. Sé que existen casos (y casos terribles) de abuso de pareja de mujeres hacia hombres. Pero las estadísticas son abrumadoras y el agresor es, casi siempre, un hombre. Por eso me tomé la licencia de hablar en masculino y femenino de la forma en que lo hice. Disculpen si molesta a alguien)

Jimena Ledgard

Estudié filosofía, pero ahora solo leo filósofos en tuiter.