Cholo soy y no me complazcas , literatura , noticias Viernes, 8 julio 2016

Vuelven «Los geniecillos dominicales», un Ribeyro tan políticamente incorrecto que te dejará asombrado

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).
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Imagen: Bizarro Ediciones.

La reedición de “Los geniecillos dominicales” (Bizarro Ediciones), novela limeña de Julio Ramón Ribeyro, resulta una patada en la boca de lo políticamente correcto que puede poner en evidencia lo vivos que están algunos clásicos recientes si no se los condena al polvo de la intocabilidad en el altar y la reverencia absolutas. Es decir: si se los sigue leyendo y no sólo reverenciando sin leer.

Asombra que en el medio siglo transcurrido desde su aparición, esta obra pueda adquirir de golpe tanta relevancia no solamente por su calidad incontestable, sino por estar repleta de expresivos y explosivos pasajes que hoy día levantarían ampollas (todavía las pueden levantar) y casi seguramente provocarían indignadas protestas en todos los medios, si su texto se adjudicase a un escritor desconocido o actual.

Masturbadores y putañeros 

La novela comienza con el protagonista persiguiendo ebrio a una enana para violarla, en una escena que parece extraída de una película de Luis Buñuel. De ahí en adelante no deja de asombrar, sobre todo si como en mi caso se lee por vez primera.

La Lima que recrea Ribeyro a través del veinteañero diletante Ludo Tótem  es la de esos jóvenes miraflorinos que despertaron a la sexualidad con pajas, empleadas y prostitutas. Es una Lima que bascula entre las familias bien históricamente privilegiadas y en franca decadencia frente a la sordidez de los barrios lumpen que los señoritos venidos a menos, sin energías ni carisma para forjarse su futuro tras la inercia de un pasado muelle, no paran de visitar.

En una vida letárgica sin motivaciones vocacionales más allá de una vaga y perenne promesa de gloria literaria, estos jóvenes “geniecillos” sólo piensan en sexo:

“Ludo comprueba que por primera vez sus amigos llegan puntualmente a una cita y se dice que en una ciudad de masturbadores o putañeros no hay mejor cebo para asegurar el quórum de una reunión que ofrecerles a los comprometidos el premio de una mujer”.

Es una Lima inconsciente de sí misma, donde hasta los pedófilos tienen derecho a taburete:

“-Mi novia –decía Jimmi haciendo circular la fotografía de un colegial”.

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Julio Ramón Ribeyro en Miraflores, retratado por Baldomero Pestana a finales de los años 50, la misma década en la que transcurre «Los geniecillos dominicales».

«Bonitas, fornicables y absolutamente estúpidas”

“Después de muchas búsquedas habían encontrado a un par de chicas, anodinas en verdad, pero bonitas, fornicables y absolutamente estúpidas”. Así se describe a las dos hermanas que consienten en tener sexo con el antihéroe Ludo y su mejor amigo, Pirulo:

“Las mellizas pedían cigarrillos, un cine, una comida de vez en cuando y nada más, como buenas chicas pobres, que habían estudiado en colegio nacional”. Más tarde el protagonista ofrece esta sucinta opinión sobre ellas: “-Putas de aquí a un año”.

La galería de personajes femeninos se mira de lejos y corresponde a esa visión heterosexual en la cual las chicas o son ideales románticos inalcanzables (como la muchacha alemana que vive al costado de la familia protagonista), o prostitutas al cabo de la calle o atalayas que conquistar y poseer sexualmente, como denota la reacción de la madre de las mellizas ante el asedio/cortejo de los dos jóvenes a sus hijas:

“Al enterarse de que eran universitarios, que vivían en los balnearios del sur, les consideró con desconfianza. No se necesitaba ser muy perspicaz para darse cuenta de que detrás de toda esa galantería debería existir algún macabro proyecto de violación”.

El compañero de Ludo aduce:

“¿Por qué todo el mundo tiene que hablar de sus novias? No hay novias, además. Todas son mentiras. Todas son putas”.

Y un tercero, Segismundo, remata:

“Es una cojudez tener amigas, enamoradas, si no es para acostarse con ellas. Prefiero las putas. Dentro del régimen de la libre empresa, el comercio con ellas es completamente honesto. (…) Yo he llegado directamente al sexo de la mujer sin pasar por su amistad”.

Pasajes libertinos

Más allá del crudo fresco que pinta Ribeyro, es sorprendente la liberalidad de su prosa, mucho más explícita sexualmente de lo que era por ejemplo la literatura española coetánea, tan constreñida por el franquismo. Al hablar de unas prostitutas, describe sus ojos brillantes “entre mórbidas ojeras, especie de pequeños sexos vivientes”, y tampoco elude el ojo mirón que descubre la miserabilidad de interiores, muy en la línea de un Camilo José Cela: “Un hombre cojo, desnudo, con el príapo erecto, daba saltos por el cuarto en su única pierna, como buscando algo, tal vez una muleta. En la cama dormía una negra”.

Hay hasta su regodeo erótico a salto de mata genital: “Dos senos ocultos se mostraron duros, sorprendidos, al asalto de sus labios. Ludo lactó como un infante la sequedad eréctil de los pezones mientras sus dedos sapientes, cada vez más inspirados, descendían, palpaban, exploraban, continuaban un viaje que solo podía culminar en el ojo de la húmeda, perversa, palpitante ostra humana”.

Respira a lo largo de la novela un descaro natural muy de su generación, que en España paralelamente encarnaban autores como Fernando Fernán Gómez o Gonzalo Suárez. Hoy día ya casi nadie se atreve a escribir diálogos de este talante:

“-Tu historia del incesto que leíste ahora me parece infame. Yo, francamente, te confieso que, si no me he acostado con mi hermana, es porque no he tenido la ocasión”.

O:

“-Mi cuñado es humano, simpático en su casa, trabajador como una buena bestia y diría que hasta inteligente. En el cuartel no sé cómo será. En una guerra tampoco. A lo mejor mata… En fin, solo quería observar esto: que tengo miedo a intimar con las personas, porque entonces les perdono todos sus defectos”.

Presentación

Un momento de la presentación de la nueva edición de «Los geniecillos dominicales» el pasado 27 de junio en la Librería El Virrey de la Plaza Bolognesi de Lima, durante la alocución de su editor Max Palacios (Fotografía de Verónica Cavassa. Imagen: Bizarro Ediciones.

“Una Población horrible”

Un pasaje también polémico es aquel en el que Ribeyro describe la heterogénea juventud que circulaba por la Facultad de Derecho de la Universidad de San Marcos. Es un pasaje poderoso y un ejercicio de estilo impecable, aunque yerra a mi parecer en tratar de imponer un criterio estético al mestizaje, de modo que el lector termina por creer que se halla ante un discurso contra lo mestizo cuando lo que se pretende es sugerir una estética inalcanzada dentro del estadio de lo mestizo, propuesta jerarquizada de «pureza mestiza» en la que yo creo que también hay algo de complejo racial y físico del propio autor:

Y una población horrible, la limeña, la peruana en suma, pues allí había gente de todas las provincias. En vano buscó una expresión arrogante, inteligente o hermosa: cholos, zambos, injertos, cuarterones, mulatos, quinterones, albinos, pelirrojos, inmigrantes o blancoides, como él, choque de varias razas. Eran los rostros que había visto en el Estadio Nacional, en las procesiones. En suma, una raza que no había encontrado aún sus rasgos, un mestizaje a la deriva. Había narices que se habían equivocado de destino e ido a parar sobre bocas que no les correspondían. Y cabelleras que cubrían cráneos para los cuales no fueron aclimatadas. Era el desorden. Ludo mismo era fisonómicamente desordenado. Tal vez dentro de cuatro o cinco generaciones cada uno de sus rasgos encontraría su lugar, al cabo de ensayos disparatados. Por lo menos el indígena puro tenía una expresión, es decir, un estilo. Pero lo penoso era que el indígena trataba de disimular su nobleza ignorada y la recubría con elementos prestados, el peinado del cholo, el traje del blanco, el andar del zambo, las maneras y los dichos de todos ellos y resultaba a la postre una Constantinopla de gestos y envoltorios. «Es el humus de donde nacerá la flor”, se dijo Ludo, a manera de consuelo, pensando al  mismo tiempo que ésa era una fórmula botánica y cursi, digna tan solo de figurar en algún editorial de periódico. Y continuó su camino, evocando a ciertas mestizas mexicanas, a ciertas rosadas sajonas, que repetían hasta el infinito su hermoso sello facial al fin encontrado después de siglos de equivocaciones”.

Con la Iglesia hemos moqueado

Como quien no quiere la cosa, la Iglesia tampoco se salva del dardo de Ribeyro, con una de las descripciones más hilarantes que haya leído nunca sobre una autoridad religiosa, en este caso el casposo director del Colegio Mariano de Lima, a quien Ludo y Pirulo van a visitar. El director, franquista y ortodoxo a más no poder:

“(…) de inmediato se introdujo el dedo índice en la nariz. ¿Cómo no iban a recordarlo? Sus cursos de Lógica eran el terror de los alumnos, pues formaba pelotillas con sus mocos, las alineaba en su pupitre y luego las disparaba con un rápido golpe dactilar sobre la clase. Los alumnos sólo se preocupaban de evitar el impacto de su materia nasal y toda la clase vivía una hora de angustia, cobijada a medias bajo las carpetas o haciendo ágiles movimientos de torso para eludir los disparos”.

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Foto de familia de la presentación de «Los geniecillos dominicales»: de izda. a dcha., Jorge Coaguila, inagotable experto en la obra de Ribeyro; el editor Max Palacios; el hijo de Ribeyro, Julio; y el escritor Rafael Santander.

¿Ribeyro, novelista menor?

Más allá de polémicas, lo que más me ha asombrado de esta lectura es la calidad de Ribeyro como novelista. Siempre se glosan con justicia las virtudes del Ribeyro cuentista, pero debo confesar que la distancia larga, al contrario que a tantos buenos cultivadores del cuento, a él no le sienta nada mal.

En ningún momento se percibe ésta como una novela con relleno o sin médula espinar, defectos habituales en autores muy forjados en las ficciones breves, más “reconcentrados”: Los geniecillos dominicales fluye y avanza segura de sí misma y además contiene, eso sí, capítulos especialmente eficaces como episodios casi autónomos: el mencionado primer capítulo o aquel otro, excelente, en el que Ludo guía a Pirulo a una recogida playa donde poder retozar íntimamente con su amante. Pero no es cierto que no exista un nexo que vertebre la trayectoria de esta novela: para empezar se trata de un excelente mosaico de la ciudad plasmada.

La obra está salpimentada además con la gracia para la concisión, el guiño poético y la frase con vuelo que hacen de Julio Ramón un narrador inimitable. Ribeyro escribe como Astaire baila: “Ludo erró un momento por otros salones, por otros pasillos, sin abandonar su vaso, que le daba la ilusión de un interlocutor”, “registró en un tiempo infinitesimal las posibilidades carnales de la servidumbre”, “el hecho de haber sido rozado por la fatalidad lo autorizó a asumir un aire heroico”, o “Reynaldo acababa de ser expulsado de un banco porque había escrito un poema en el reverso de una letra de cambio”. O “sólo los niños precoces conocen su cara antes de tiempo”. O “se encontraron bajo un cielo despejado, de un azul que era casi de mal gusto”…

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La primera edición original, desautorizada por el propio Ribeyro, y cuya ilustración homenajea la nueva.

La edición de Bizarro ha sido coordinada por el imbatible especialista en la obra de J.R.R., Jorge Coaguila, y, además del prólogo original de Mario Vargas Llosa, incluye la carta del autor a Manuel Scorza desautorizando la primera edición de la novela, una reseña rescatada de Sebastián Salazar Bondy, un estudio de Maynor Freyre y José Medina donde se recoge la opinión de las figuras reales en las que se basó Ribeyro para sus personajes masculinos (algunas de esas figuras ocupan un álbum de fotos que corona el volumen), un texto introductorio del propio Coaguila y la panoplia de portadas de todas las ediciones que ha conocido Los geniecillos dominicales.

Así pues, estamos ante una obra cuya lectura con los ojos de hoy se hace necesaria, en una época donde al autor se le juzga no solamente por su calidad, sino también por su moral.

¿O esa regla sólo se aplica a autores contemporáneos?

Con Jorge Coagula

El genio ya dominguero junto al erudito de su obra y responsable de la edición revisada de «Los geniecillos dominicales», Jorge Coaguila Imagen: jcoaguila.blogspot.pe

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).