reinadecapitada Martes, 29 diciembre 2015

Mi encuentro personal con Los Beatles

Regina Limo

Nerd feminista y lesbiana. Escribo guiones, narrativa y teatro. Leo como descosida y colecciono juguetes. También puedes leerme aquí Hueveo en Twitter como @reinadecapitada
beatles

Foto: Foto: www.diariodecultura.com.ar

Durante un tiempo fui como Manolito en aquella tira de Mafalda cuando todos se enteran de que no le gustan Los Beatles.

No me gustaba porque los escuchaban en casa todo el tiempo. To-do-el-tiem-po.

En cuanto a los gustos de los padres podemos tomar dos caminos: amarlos o aborrecerlos. Rara vez hay un punto medio. Más allá de los conflictos sentimentales que pueda haber con los padres, nos relacionamos con sus aficiones de manera muy subjetiva, convivimos con ellas de tal forma que solo nos queda amarlas o renegar.

Me pasó con la música criolla. Con las telenovelas. También con Los Beatles.

Yo no sé si Los Beatles sean realmente una de las más grandes bandas de la historia. Probablemente estás alzando la ceja al leer esto pero, en mi defensa, diré que no es nada contra la banda sino que, a diferencia de Vargas Llosa, los absolutismos culturales no me gustan mucho, pero eso podemos discutirlo otro día. Lo que más detesto de los fans de algo, de cualquier cosa, es que intenten convencerte de lo buenísimo que es eso que escuchan/leen/ven/comen de una forma despectiva y escueleadora. Pulpineando a la gente no vas a conseguir más adeptos, amigo. Por eso, en las artes me declaro politeísta: tengo mi altarcito de dioses y diosecillos, pero a ninguno le juro exclusividad.

Sin embargo, yo quería hablar de cómo The Beatles se quedaron finalmente en mi vida.

the beatles

Foto: ladiscoteca.org

Hay que reconocer que Los Beatles son más que una banda (ya lo dije, su calidad musical es otro tema y no me siento la más adecuada para versar sobre música). Debo reconocer que el encanto de los Beatles es que, finalmente, han estado allí, en todo momento. En mi infancia, en las alegrías de mi madre, en los vinilos que me divertía apilando en la sala de mi primera casa.

Estuvieron en mis clases de idiomas: vengo de esa generación que aprendió a pronunciar el inglés británico con canciones de los cuatro de Liverpool. Siempre me pregunté si realmente mis profesoras eran muy hinchas o los pelucones eran parte obligatoria de la currícula. Una de ellas me dijo que era muy sencillo asimilar el inglés con los Beatles porque sus letras evolucionaban de lo más sencillo a lo más complejo, del “She loves you” hasta la enigmática lírica de “Lucy in the sky with diamonds”.

De puro curiosa me terminé paseando por los kioscos de la Plaza San Martín, donde compré ejemplares de los célebres String Along con el cancionero de los Beatles (eran finales de los noventa, Internet todavía no era una herramienta masiva en Lima). Nunca aprendí a tocar guitarra pero memoricé la melancólica intro de “Girl”.

Si hubiera una lista de requisitos para considerarse terrícola supongo que conocer a por lo menos un beatlemaníaco estaría en ella. A estas alturas de la vida ya conocí a varios. Todos intentan meterte en el culto. Ok, estoy exagerando. No todos son unos fanáticos y creo que el mundo necesita más gente dispuesta a compartir amablemente sus gustos y aficiones.

De a poquitos fui escuchando más a los Beatles y entendiendo a la gente que los idolatraba.

Entendí a mi madre que, en su juventud, juntó sus propinas para comprarse el álbum rojo en vinilo doble, y algunas fotos y afiches que me entretuvieron la infancia, como una donde aparecían jóvenes inglesas histéricas empujando a circunspectos policías para poder acercarse a sus ídolos. Ahora guardamos el vinilo como una reliquia. Con las fotos no sé qué pasó.

Entendí al amigo que encontraba una canción de los Beatles para cada momento de la vida.

Entendí la alegría de una amiga cuando vio a su primer hijo bailar “Twist and shout”.

Entendí la letra de “Nowhere man” y con ello, que tanta gente los considerara desde comunistas hasta satánicos.

Entendí la letra de “Eleanor Rigby” y la convertí en mi canción favorita.

Entendí que dos de mis mejores amigos se conocieran, enamoraran y hasta casaran al ritmo de sus canciones, al punto de decorar hasta la torta de bodas como un viejo tocadiscos. Cada mesa de la recepción tenía el nombre de un tema. (Maldita sea, no me llevé ningún disco de la decoración).

Y es que, cuando tanta gente hace estas cosas, entiendes que la música trasciende calidades y formalidades.

Y ahora, ahora que, por fin, los derechos de su música fueron alquilados por los principales servicios streaming de música, voy a volver a escucharlos, solo para mí. Ese mero acto de ponerse los audífonos y retraerse del mundo es tan reciente históricamente que deberíamos darnos cuenta de lo privilegiados que somos. Cuando la música fue, durante siglos de siglos, un acto gregario. La música no se podía guardar, mucho menos ocultar.

Así que voy a ponerme los audífonos y tararear en voz baja, como antes, cuando aprendía el inglés.

Regina Limo

Nerd feminista y lesbiana. Escribo guiones, narrativa y teatro. Leo como descosida y colecciono juguetes. También puedes leerme aquí Hueveo en Twitter como @reinadecapitada