En Cinta Miércoles, 29 abril 2015

Las 8 mejores películas que vi en el BAFICI 2015 (y qué deberíamos aprender del festival de cine argentino)

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Escribe: Alberto Castro (@mczorro)

Tuve la suerte de asistir al Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI) que se realizó entre el 15 y el 25 de abril de este año. Aunque no lo hice en calidad de prensa, sino como un espectador que compra entradas en boletería, ya que mi visita a la capital argentina era por motivos de trabajo. Sí, igual no pude evitar escaparme a buscar algunos títulos indispensables del evento. La idea de este artículo es resaltar aquellas películas que vi y me gustaron, más no pretende ser un ranking de lo mejor del festival, ya que para ello debería haber visto por lo menos todas las películas en competencia (algo que no hice, no alcanzó el tiempo).

Antes de empezar a enumerar estos títulos que algún festival local debería animarse a traer, quería hablar un poco sobre el evento. El BAFICI es organizado año a año en el mes de abril por el Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires; este año se proyectaron 412 películas (de todas partes del mundo, de todo tipo), se realizaron 35 charlas, presentaciones y seminarios, además de 3 conciertos en vivo. En nueve días de certamen (ya que el 15 de abril solo se realizó la ceremonia de inauguración) convocaron a 380 mil espectadores a las diferentes salas dispuestas en la capital, con el 85% de las funciones agotadas.

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Hay dos cosas que recalcar de lo que acabo de mencionar. Primero, que el festival es organizado y financiado por la misma ciudad, algo que en nuestra ciudad sería impensable con Castañeda al mando (y si bien Susana Villarán apoyó a los festivales de cine en sus primeros años, en el 2014 la historia fue diferente con miras a las elecciones, como declaró la organización de Transcinema). En nuestro país los eventos de cine dependen de la inversión de la empresa privada y de la taquilla, algo que afecta su estabilidad y los precios de las entradas. La entrada promedio del Festival de Lima cuesta 20 soles, en el BAFICI cuesta 8 soles. El FIACID (Festival Iberoamericano de Cine Digital, patrocinado por la Municipalidad de Lima hasta el año pasado), que solía realizarse en marzo, no tuvo edición este año. El Ministerio de Cultura realiza desde hace un par de años el Concurso Nacional de Gestión Cultural para el Cine y el Audiovisual que premia este tipo de iniciativas, pero no es suficiente. El FICA (Festival Internacional de Cine de Ayacucho), por ejemplo, ganó este concurso el año pasado, pero también recibió el apoyo de la Municipalidad de Huamanga, la APRECI (Asociación Peruana de Prensa Cinematográfica) y auspiciadores privados.

En segundo lugar, el evento acoge películas de todo tipo: uno podía ver «Taxi» del iraní Jafar Panahi y luego revivir el clásico «El Día de la Marmota» de Harold Ramis. Y es que de eso se trata, de crear un espacio de re-encuentro, reconocimiento y descubrimiento. El problema llega cuando algunos eventos locales se cierran demasiado al cine arte más hermético, aparentemente espantados del género y sus revisiones. En un país que masivamente consume el cine más escapista, es imposible pretender que de pronto asistan de la misma manera a ver las más difíciles películas de autor. Si bien es cierto que hay un público (y no es pequeño, ojo) que demanda estas apuestas más exigentes, sería genial que estos eventos también fabriquen un puente para aquellos que quieren mojarse los dedos antes de lanzarse a la piscina.

Es por todo esto que el BAFICI es una verdadera celebración del cine, una de la que quizás deberíamos aprender un poco. Y espero poder regresar el próximo año.

Una yapa: este año el BAFICI le dedicó una sección completa al cine peruano, en la que proyectaron «Juliana», «Metal y Melancolía», «Lima Bruja», «Paraíso», «Días de Santiago», entre otras.

«A Girls Walks Home Alone at Night» de Ana Lily Amirpour

Ana Lily Amirpour debuta en la dirección con este fascinante experimento sobre una vampira que usa velo islámico y monta patineta, cuyo principal logro es la construcción de un pueblo fantasma repleto de personajes solitarios y oprimidos por la dura realidad en la que viven, una que toma decisiones por ellos. En medio de aquel panorama desolador, aparece esta salvadora chupasangre que se siente tan (o más) sola y oprimida que ellos. Esa es su condena. El relato juega a ser un western que recurre a elementos pulp y harto humor negro; pero en el fondo se trata de una historia de amor poco convencional entre un vampiro y un ser humano, entre la inmortalidad y la muerte a la vuelta de la esquina, entre el mal necesario y la bondad cuestionada. Me hizo pensar en la extraordinaria «Let the right one in» que, si bien cuenta una historia bastante diferente, también presentaba un idilio con toques fantásticos sometido a una condena, ambos romances fascinados con el claroscuro y la ambigüedad moral.

«Goodnight Mommy» (Ich seh, Ich seh) de Severin Fiala y Veronika Franz

Esta película austriaca sobre dos hermanos de 9 años que sospechan que su madre no es quien dice ser luego de una cirugía, pudo haberse convertido en una compleja radiografía sobre la maternidad, pero prefiere abstenerse de divagar demasiado en la psicología. Aquí lo que importa es la forma, una de lo más austera y seca, una que privilegia la incomodidad y la claustrofobia, para en su tercer acto rendirse ante la violencia más gráfica. Es por esto que me hizo recordar al «Funny Games» de Michael Haneke, aunque sin su faceta más lúdica y experimental, más bien imitando su puesta en escena rígida y sugerente (harto juego con el fuera de campo, con las cosas que no se ven). Se trata de una película que a veces depende mucho de sus giros (que son varios, aunque felizmente el guion sabe cómo mantener su lógica interna). Igual vale la pena como ejercicio de asfixia y ansiedad.

«The Look of Silence» de Joshua Oppenheimer

El realizador norteamericano Joshua Oppenheimer ya nos había regalado un extraordinario documental en el 2012 bajo el título de «The Act of Killing»: en ella nos presentaba a miembros de los escuadrones de la muerte indonesios que operaron en los 60s, los cuales recordaban sus asesinatos como actos gloriosos, patrióticos y dignos de conmemoración. En esta nueva entrega da un paso más: hace que el hermano de un asesinado enfrente a algunos de los responsables del genocidio. El resultado es aterrador y la sensación de impotencia que te deja no se desvanece en mucho tiempo. Indonesia es un país en el que siguen conviviendo verdugos y víctimas, en el que los responsables de la masacre, que se mantienen al mando, han logrado re-escribir la historia e instaurar su propio legado. Se trata de un país en el que los fantasmas no descansan por la impunidad que reina. La magia del documental llega cuando algunos de estos culpables, ciegos por las mentiras oficiales, abren los ojos a la terrible verdad y la sangre que queda en sus manos.

«Queen of Earth» de Alex Ross Perry

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Esta película es hija del mumblecore norteamericano, aquella tendencia que empezó haciendo cine con muy poco presupuesto y actores no profesionales que improvisaban diálogos naturalistas, para luego instaurarse como un modelo estético al que se recurre incluso con actores de formación. Es así que aquí nos topamos con Elisabeth Moss (la gigante Peggy de «Mad Men») y Katherine Waterston (la revelación de la reciente «Inherent Vice»), quienes se desviven en escena, farfullando sus frustraciones e inseguridades, acribillándose entre ellas con cada palabra que lanzan. Claro que luego empiezan a hacer evidentes sus demencias, ya que la película comienza como la historia de dos mejores amigas que deben enfrentar el hecho de que con los años se han ido distanciando, para luego convertirse en un ejercicio atmosférico y casi onírico digno de Roman Polanski o David Lynch. Hay que seguir muy de cerca a Alex Ross Perry, quien el año pasado ya había conquistado a la crítica internacional con «Listen Up Philip» (la cual me falta ver).

«It Follows» de David Robert Mitchell

La han llamado, sin más, una de las mejores películas de terror de la historia, por lo menos de los últimos tiempos; algo que puede sonar exagerado, pero no lo es. Y es que esta historia de un grupo de adolescentes acosados por un ser sobrenatural que no deja de perseguirte hasta que te acuestes con alguien más (sí, es como una enfermedad venérea) resulta brillante precisamente por lo inofensivo de la premisa. El monstruo no corre a la hora de perseguirte, sino que camina lentamente: pero nunca se detiene y, por más lejos que intentes escapar, en algún momento te alcanzará. David Robert Mitchell aprovecha este panorama para reflexionar sobre el despertar sexual, claro, pero también sobre el dolor de crecer, cuando te das cuenta que aquella ilusión que perseguías desde niño no es más que eso: una fantasía. Sí, comienza planteando el sexo como algo idealizado y romántico, para luego quitarle ese velo y mostrarnos su naturaleza más mundana y pragmática. Es como si la fascinación adolescente de Sofia Coppola y la retorcida mente de John Carpenter hubieran parido una película de terror.

«Atomic Heart» (Madare Ghalbe Atoomi) Ali Ahmadzadeh

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El cine iraní se suele asociar a un carácter austero, mínimo, realista, uno de autores en constante enfrentamiento con la censura, con matices de crítica social y política. Bueno pues, «Atomic Heart» comienza como una especie de lectura juvenil de Teherán (las protagonistas son una pareja de lesbianas que acaban de salir de una fiesta), una que cuestiona el orden establecido y ciertas poses de la sociedad iraní de hoy en día. Pero mientras avanza el reloj, la película se convierte en otra cosa, y luego en varias cosas más. Empieza con la divagación adolescente, para terminar en una suerte de ciencia ficción/thriller de dimensiones alternativas y caos a flor de piel. Es una pesadilla hecha película. O tal vez no. Eso es lo mágico de esta película: que nunca termina de darte respuestas, pero da los suficientes indicios como para que cada espectador arme su propio rompecabezas lógico. Una escena particular que destacar: una al ritmo de We Are the World que aún recuerdo como mi favorita de todo el certamen.

«La Vida de Alguien» de Ezequiel Acuña

Con cuatro películas en su haber, Ezequiel Acuña es uno de los nombres más interesantes del cine argentino reciente, siendo «Excursiones» mi favorita personal de las que ha realizado. Se trata de un autor que sigue con demasiado cariño a sus personajes, rebuscando en amistades de años y observando cómo evolucionan frente a situaciones mínimas. Acuña privilegia la cotidianidad en la que las decisiones del día a día son sencillas, solo en apariencia, ya que alteran por completo las dinámicas de sus personajes. En esta oportunidad nos cuenta la historia de un profesor joven del conservatorio que decide volver a juntar a la banda de rock que lideró en su adolescencia. Claro que abrir baúles del pasado tiene consecuencias: nuestro protagonista se debate entre quedarse atrapado en una época perdida o pasar la página para perseguir nuevos retos profesionales. Cuando la nostalgia y el arrepentimiento se convierten en estanco, en la imposibilidad de cambiar y seguir adelante.

«Taxi» de Jafar Panahi

Lo que hace el iraní Jafar Panahi en «Taxi» es alucinante. Esta película se presenta como un falso documental (aunque es difícil separar la realidad de la ficción aquí) en el que el director se ve obligado a hacerse pasar por taxista para poder grabar su nueva película, ya que aún lo tiene prohibido en Irán y el gobierno lo vigila muy de cerca para que no lo haga. En el camino se cruza con toda clase de personajes: un vendedor de películas de contrabando, dos mujeres supersticiosas con una pecera en mano, la víctima de un accidente de tránsito (no el herido, sino la mujer que lidia con la idea de quedar viuda) y la sobrina de 11 años del mismo director, una Hana Saeidi que se roba el show y que desde su mirada inocente es la que concentra el discurso central de la película. Estas miradas cotidianas sirven para retratar Teherán y en qué condiciones viven sus habitantes, para criticar las estrictas reglas de censura del país, así como para reflexionar sobre el estado del cine en la actualidad («Toda película merece ser vista», proclama el director frente a un seguidor posero que le pide recomendaciones de cine arte). Incluso se aventura con la colosal pregunta: ¿qué cosa separa un acto bueno del malo? Esto a partir de la fábula del niño que encuentra dinero en la calle y debería devolverlo (según las reglas cinematográficas de Irán); frente a ello, el mismo Panahi hace lo correcto al devolver una cartera que dejaron en su taxi, justo cuando llegan efectivos del gobierno a asaltar su vehículo. Allí la gran paradoja. Hay demasiadas lecturas que hacer de esta película y eso es precisamente lo que la hace una verdadera obra maestra.

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