noticias Lunes, 12 enero 2015

Matemos a Charlie o a Dios (I)

Escribe  Paul Alonso

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Algunos piensan que si bien el ataque contra Charlie Hebdo es condenable, esta revista satírica había llevado a cabo una campaña ideológica burlándose contra la identidad musulmana. Y tienen toda la razón. Principalmente porque la sátira (finalmente, un género literario y un tipo de arte) idealmente cuestiona la identidad; es un género que nos hace preguntarnos quiénes somos, en qué creemos y por qué. Para finalmente mostrarnos un espejo en el que podamos reconocer qué tan absurdos somos y nuestra propia complicidad con el teatro de nuestro tiempo.  Esto, como imaginarán, no les gusta a las religiones. Tampoco a los líderes de cualquier grupo ideológico. Y algunos extremistas son, claro, un poco risqué.

Si la sátira ataca al poder, a menudo simbolizado en íconos, líderes o discursos, es obvio que la religión esté entre los primeros de la lista. Tampoco debería llamar la atención que la respuesta ante la parodia y el cuestionamiento a los valores religiosos generen violencia irracional. Es cierto que en el mundo de hoy no todos los extremistas religiosos se ponen capuchas y disparan contra quienes consideran sus ofensores, pero una mirada rápida a la historia de las religiones nos mostrará claramente que la relación entre estas instituciones y sus disidentes no siempre ha sido pacífica (a excepción, claro, de la apacible instalación del catolicismo en América Latina y no como los bárbaros musulmanes).

Por alguna razón, los fieles, líderes y extremistas religiosos son muy sensibles ante los cuestionamientos a sus valores. Por lo general, creen en profetas omnipotentes, divinos o elegidos que tienen listas sobre las cosas que uno puede o no puede hacer. De lo contrario, arderemos en el fuego eterno o moriremos a manos de encapuchados vengadores. Cuestionar estas sólidas premisas de la religión en el discurso público es algo imperdonable, quizá comparable a cuestionar los nacionalismos, fachismos, comunismos, o cualquier ideología basada en una identidad represora o limitante (como esta suculenta peruanidad que compartimos).  Y la razón de esta sensibilidad ante los cuestionamientos es que las premisas de la mayoría de religiones son tan insostenibles que hasta un entrañable viejo borracho como George Carlin podía desbaratarlas en algunos minutos:

Carlin no es el único (quizá uno de los mejores, eso sí). La crítica contra la religión es parte de la rutina de la mayoría de satiristas y comediantes occidentales. Sacha Baron Cohen, un judío practicante, no ha dudado en satirizar las religiones y todo tipo de identidades a través de sus personajes Borat, Bruno y Ali G. ¿Saben quiénes lo amenazaron? Terroristas, políticos y asociaciones religiosas y LGBT.

¿Estoy sugiriendo que deberíamos vivir en el vacío existencial sin ningún tipo de identidad? No (aunque sería divertido). Somos seres tan frágiles que necesitamos creer en algo: sino es en Dios o en las ideologías modernas, creemos en nuestro derecho de criticarlo todo y somos unos nazis sobre eso. Pero quizá podemos ser capaces de cuestionar a cada momento nuestras propias identidades y ser conscientes de su artificialidad. Lo que trato de decir es que si te picas, pierdes. Y le abres el camino a la rubia Marie Le Pen para que te extermine.