ESPECIAL: El nuevo éxodo latino. Chile se ha convertido en el nuevo sueño sudamericano y los peruanos ya no son sus principales migrantes
A partir de hoy, publicaremos una serie de reportajes elaborados por un equipo liderado por el diario El Mercurio de Antofagasta, de Chile y la plataforma de periodismo latinoamericano CONNECTAS, en alianza con el portal peruano Útero.Pe, el colombiano Agenda Propia, y VICE Colombia; sobre el nuevo fenómeno migratorio colombiano que tiene lugar en la frontera con Chile. Esta será una guía para entender las razones por las que miles de colombianos han abandonado su país, los peligros a los que se enfrentan en su intento de llegar a Chile, y el rechazo del que son víctimas en la frontera peruano chilena.
Hasta hace tres años, la colonia peruana era la más numerosa de Chile, sin embargo en un corto período de tiempo la migración colombiana ha cambiado esta situación. Ante este oleaje migratorio, los controles fronterizos de Chile se han endurecido considerablemente convirtiéndose en los más difíciles de atravesar debido a la discrecionalidad de sus funcionarios. Pero Chile no es el único. Perú también pretende imitar sus pasos y cambiar la política de puertas abiertas hacia los colombianos sobre todo debido a la participación de ellos en actos delictivos.
Según el Presidente del Parlamento Andino, Javier Reátegui, resulta preocupante la exportación de colombianos vinculados a actos delictivos como el préstamo por goteo, el tráfico ilícito de drogas y la nueva incursión en las mafias de construcción civil
– Es necesario que recordemos que Pablo Escobar también controlaba los grupos de construcción civil en Colombia. Esta situación también está llegando a Perú y se está trabajando para que los controles migratorios sean más estrictos. Nos hemos reunido con la Policía colombiana para ver el tema de cuadrantes, intercambiar información y no abrirle las puertas a cualquiera con antecedentes.
Un nuevo muro para la integración latinoamericana emerge en la frontera norte de Chile. Xenofobia, abuso de autoridad y una creciente mafia de coyotes para sortear los limítrofes campos minados, son el panorama que enfrentan quienes quieren llegar por tierra al país austral. La dureza de los controles se aplica en especial a los viajeros provenientes del Pacífico colombiano, una de las zonas con mayor desplazamiento del continente por motivos de violencia y desigualdad económica. Este es el panorama que enfrenta la creciente ola de migración latina al sur, y que dista mucho de las promesas de oportunidades que inundan los discursos oficiales.
El pasado 22 de septiembre, ante un grupo de 200 empresarios norteamericanos en Manhattan, los presidentes de Colombia, Chile, México y Perú presentaron en Estados Unidos la Alianza del Pacífico. Los mandatarios hablaron del buen momento por el que pasan sus economías, elogiaron las ventajas de un mercado de 200 millones de personas que, una vez aprobado, desgravará el 92 por ciento de los productos que intercambia y aseguraron, con toda suerte de adjetivos, que este era un tratado incluyente, abierto al mundo.
Sin embargo, a miles de kilómetros de este salón, en Chacalluta y Colchane, los puestos fronterizos chilenos que colindan respectivamente con Perú y Bolivia, otros son los discursos escuchados por los más de 8.000 colombianos que al año buscan ingresar a este país:
“La familia de Pablo Escobar no va pa’ Chile”.
“Todos los colombianos son putas y traficantes”.
“Estos vienen aquí a robar”.
Con estas expresiones se enfrentan a diario los migrantes que, tras miles de kilómetros de travesía, encuentran bloqueado el ingreso a Chile a discreción de los agentes fronterizos de este país. Son viajeros humildes, cuya mayoría huye de la violencia mafiosa de Colombia y la pobreza de la región del Valle del Cauca, especialmente la del puerto de Buenaventura, donde por estos días es común hablar del “nuevo sueño americano”: Antofagasta, la principal ciudad minera al norte de Chile.
No deja de ser paradójico que sea Buenaventura el epicentro de esta migración desde el norte hacia el sur del continente. Un puerto que el presidente de Colombia Juan Manuel Santos bautizó como “la capital de la Alianza del Pacífico”.
“Aquí no tenemos servicio de agua potable, solo cuatro horas promedio en el día; no hay un relleno sanitario, y no existe un foco de empresas que genere empleo”, se queja Edwing Janes Patiño, presidente del Concejo de Buenaventura.
Esto es sólo una pequeña evidencia de los males que hoy padece una ciudad de 380 mil habitantes, por la que pasa el 60 por ciento del comercio exterior colombiano, unas 15 millones de toneladas de mercancía al año.
En el puerto, los niveles de pobreza, analfabetismo y desescolarización superan con honores los promedios de este país, y sus calles y barrios, muchos de ellos construidos por los afrocolombianos como chabolas palafíticas sobre el mar, han sido el escenario durante los últimos tiempos de una de las más sangrientas guerras que libran las bandas de narcotraficantes para controlar la salida de droga por el Pacífico colombiano y la entrada de insumos para la producción de narcóticos.
En Buenaventura, la extorsión se ha convertido en ley. Así como las impasables fronteras invisibles, dibujadas por los combos armados entre los barrios. Leyes que de no cumplirse, acarrean la pena de muerte, en muchos casos a manos de descuartizadores que han hecho de los cuerpos desmembrados el más frecuente titular de apertura en las páginas de los diarios y los noticieros locales.
Entre enero de 2013 y septiembre de este año, 28 personas fueron descuartizadas en la ciudad. Como muchos desmembramientos fueron cometidos en una misma vivienda, ahora en la ciudad se habla de las “casas de pique”. Así, en el puerto el miedo se arraigó, la falta de trabajo es la constante y por eso cada vez es más costumbre dejarlo todo: 13.000 bonaverenses salieron de sus hogares este año.
Una popular canción de reaggetón que suena en las calles de Buenaventura da luces de la ruta que muchos han emprendido.
Una amiga mía se cansó de la rutina de todos los días
Buscar trabajo que no conseguía
Sacó el pasaporte y se fue para Chile…
Es un viaje largo e incierto. Emprendido también en Tumaco, Cali y otras ciudades y municipios del suroccidente de Colombia; 2.800 kilómetros de carreteras ecuatorianas y peruanas, recorridas en bus y de manera legal gracias a la tarjeta andina, hasta encontrarse con una barrera alimentada de prejuicios, en los puestos fronterizos de Chacalluta y Colchane, en las fronteras de Perú y Bolivia respectivamente.
Pueden leer todo el informe en El Nuevo Éxodo Latino. Mañana publicaremos un reportaje realizado en Tacna que se se ha convertido en el destino obligado de los colombianos que son rechazados por Chile. Allí, se enfrentan a los traficantes de migrantes y la prostitución con tal de entrar al país del Sur.