En Cinta Domingo, 12 junio 2016

«El Conjuro 2» no es tan buena como la primera parte, pero igual asusta (y mucho)

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Imagen: Warner Bros

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Escribe: Alberto Castro (@mczorro)

Luego de aquel fenómeno comercial y de crítica que fue «El Conjuro» de James Wan en el 2013, y de ese lamentable spin-off de «Annabelle» al año siguiente en manos de John R. Leonetti, era obvio que Warner Bros iría detrás del primero para conseguir una secuela decente con la que revitalizar la franquicia. Y felizmente se animó a esperarlo un par de años mientras se tomaba el tiempo necesario para afinar los detalles con los que alimentaría el caso del Poltergeist de Enfield, uno en el que una madre soltera con cuatro hijos debe enfrentarse a fenómenos sobrenaturales en su casa en Londres de los años 70. La ambientación de la época es prolija y la recreación de las habitaciones reales es sorprendente, pero este cambio de escenario (de los campos norteamericanos, al barrio de bajos recursos inglés) no aporta necesariamente como choque cultural, sino que básicamente está ahí para serle fiel al material de origen. Una lástima, ya que la época y esos bloques de edificios idénticos uno al lado de otro pudieron aportar algo más que ser simple decorado: sobre todo cuando la historia real irrumpió en una sociedad tan fría y distante como la inglesa; las repercusiones mediáticas y sociales en la época fueron contundentes.

Y es que, sí, se trata de una historia basada en hechos reales que te eriza la piel de solo leerla. Claro que la base histórica dejaba muchos cabos sueltos y una resolución poco precisa, por lo que Wan y compañía han recurrido a elementos de otro caso popular suyo (el de Amityville, el más conocido de todos) para generar una estructura más consistente que afecte más personalmente al matrimonio de Lorraine y Ed Warren, investigadores sobrenaturales.

Imagen: Warner Bros

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James Wan ya había demostrado su talento para la creación de atmósferas, consistencia en la tensión, y sus poderosos y memorables jump-scares, tanto en la cinta original de «El Conjuro», como en la primera película de «Saw» y las dos primeras partes de «Insidious». Y es que este realizador tiene una habilidad notable para dibujar en nuestra cabeza mapas de los espacios físicos (a través de largos planos secuencia y repetición de ciertas rutinas), así como el pulso para enfrentarnos a los entes antagónicos de manera frontal. Es tal vez el único de los directores del género en el circuito comercial que se atreve a utilizar el peso físico de sus criaturas sobrenaturales: lo normal es asustar primero a través de la sugestión, del falso susto, de la pesadilla, de la sombra y puertas que se mueven. Pero para Wan eso es perder el tiempo y desde su primera escena -y gracias a esa confianza en que ver a los Warren enfrentando demonios debería ser algo verosímil para el público- nos enfrenta a demonios corpóreos. En ese cuerpo a cuerpo constante es que recae la fuerza de una película como esta.

Y este gran potencial se hace más evidente cuando recordamos «El Conjuro», aquella película que prefería jugar al fuera de campo, a aquel ente que sinuosamente esquivaba los largos planos secuencia con los que nuestros protagonistas recorrían la gran casa de campo. Aquí volvemos a los largos planos secuencia, pero su intención es otra, también debido a las limitaciones de una casa más austera y apretada (y, por ello, realista). Ya no se trata de ese fuera de campo al que perseguimos constantemente, sino que los espacios se llenan de vacíos de oscuridad extrema que cargan las acciones y que pueden servir para ocultar al ente que atacará eventualmente, o para distraernos y más bien hacer que aparezca desde algún otro punto. Por otro lado, estos largos planos secuencia también sirven para confundirnos en la representación del sonambulismo de la menor protagonista (de pronto, aparece en un lugar completamente diferente) o en ese viaje a una suerte de limbo fantasmagórico en el último tramo de la película.

Imagen: Warner Bros

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El desarrollo del matrimonio Warren es visto bajo otra luz también. Mientras en «El Conjuro» se cuestionaban si era posible tener una hija sin afectarla de forma colateral: la imposibilidad de asentarse como familia; en esta secuela se explora el cimiento de su relación, esa confianza en lo imposible que los ha mantenido unidos. Wan se deja seducir por el romanticismo y la idea del ‘uno para el otro’, llegando a su máxima expresión con aquella escena en la que Ed coge una guitarra para entonar Can’t Help Falling in Love, con todo y cursilería incluida. Este debate entre lo comprobable y la confianza (la fe) es algo que se extiende a las sub-tramas de la película, como en esa relación de la madre soltera con la hija solitaria a la que no le cree que no ha fumado un cigarro, el investigador que busca consuelo luego de la pérdida de su hija o la recolección de pruebas para presentar a una Iglesia reacia a ayudar. Lástima que la ausencia del padre no se explore más profundamente desde sus consecuencia psicológicas (apenas se deja entrever), pero no importa tanto: una película como «Babadook» apelaba a esa figura paterna esquiva para perturbarnos, mientras que «El Conjuro 2» se configura como una película de terror de modos más clásicos.

Pero «El Conjuro 2» no llega a estar al nivel de su predecesora, la cual jamás te soltaba y acumulaba incertidumbres y opresión hasta asfixiar: esta secuela más bien se siente un poco larga, sobre todo en ese segundo acto en el que se colocan todas las piezas para llegar a un satisfactorio clímax. No es una película que jamás aburra o pierda interés, pero sí una que redunda mucho en su tramo central. Y más aún, pisa esa frontera de la verosimilitud con el exceso de efectos digitales, de los cuales rehuía en la original. Pero es innegable esa habilidad de James Wan de coger objetos de lo más mundanos o seguir las acciones más cotidianas y cargarlas de un suspenso agobiante. Wan es el maestro de los jump-scares ya que sabe que no hay que usarlos artificialmente o de maneras convencionales, sino porque delicadamente construye situaciones inesperadas que devienen en sustos. Esto es lo que hace que su cine se sienta tan clásico, pero a la vez tan refrescante.

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