En Cinta Viernes, 18 marzo 2016

Una opinión a favor y otra en contra de «Hijo de Saúl», ganadora del Oscar 2016 a la Mejor Película Extranjera

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«Hijo de Saúl» propone un retrato hiperrealista y opresivo del Holocausto

Imagen: Sony Pictures Classics

Imagen: Sony Pictures Classics

Escribe: Alberto Castro (@mczorro)

Una película debe contarnos mucho más que aquello que se dice en palabras. Desde la puesta en escena (la ubicación de los elementos en el encuadre), las decisiones de fotografía, la música (o ausencia de ella) y hasta el lenguaje no verbal de los actores (miradas, gestos y hasta la inacción), todo confluye para completar el universo de cada película. Y eso se traduce en una atmósfera intangible que le da sabor al relato.

«Hijo de Saúl» (Saul Fia) sabe construir una atmósfera opresiva, claustrofóbica y asfixiante de inicio a fin, sin soltar jamás al espectador, con una soltura y complejidad que sorprende más aún cuando nos enteramos de que se trata de la primera película del húngaro László Nemes. El optar por un aspect ratio de 1.37 : 1 que dibuja una mira casi cuadrada desde la cual vemos todo, el limitar la profundidad de campo haciendo que el fondo permanezca eternamente desenfocado, y el armado de extensas secuencias que deambulan por pasillos, habitaciones y estructuras dentro del campo de concentración, hacen que la película adquiera un sentido de hiperrealismo que nos pone en medio de la violencia y no nos deja escapar.

Y no solo desde lo formal es que «Hijo de Saúl» propone algo nuevo en el universo de películas que han retratado el Holocausto. La historia, es cierto, resulta bastante sencilla y lineal: un judío prisionero encuentra el cuerpo de un niño mientras limpia las cámaras y lo reconoce como su hijo, jurando darle un entierro digno. Pero en la ausencia de respuestas concretas alrededor del supuesto hijo es que radica su intensidad: esta figura del ‘hijo de Saúl’ es ese último brío de humanidad al cual el personaje se aferra. En medio del infierno del campo de concentración y los horrores que lo obligan a cometer, este cuerpo es la última oportunidad que tiene de salvar su alma. Se configura así una metáfora conmovedora, destrozada con ese final desgarrador que la convierte en una condena.

Es verdad que «Hijo de Saúl» en un momento puede sentirse repetitiva, sobre todo en su segmento central, pero no afecta demasiado al resultado final. László Nemes se convierte inmediatamente en un director cuya carrera debemos seguir muy de cerca.

El efecto de claustrofobia de «Hijo de Saúl» se agota muy rápido

Imagen: Sony Pictures Classics

Imagen: Sony Pictures Classics

Escribe: Vladimir Soriano Galarza

Me acerqué a «Hijo de Saúl» (Saul Fia) esperando encontrar un retrato novedoso, apasionante y desgarrador del holocausto judío. Lamentablemente, como me pasa con algunas películas europeas de años recientes, encuentro muy interesante su punto de partida, pero su tratamiento termina siendo tan frío y esquivo que en ningún momento logré empatizar con su protagonista.

Ojo, tampoco es que quisiera ver un melodrama lacrimógeno, pero ciertamente creo que se pudo haber contado mejor. Esta es la historia de un prisionero judío que, al igual que otros en su condición, es obligado a trabajar llevando prisioneros como él a las cámaras de gas.Durante el transcurso de la película encontrará un escape moral a través del cadáver de un niño inocente, el cual hará pasar como su hijo para poder darle un entierro decente. En su búsqueda por un rabino, atravesará una larga travesía llena de interminables planos secuencias y primerísimos planos.

Es en ese viaje que realiza el protagonista donde encuentro su principal debilidad: Saul pasa de una situación a otra, de misión en misión por parte de sus superiores, pero se siente más como una excusa para alargar una historia que hubiera quedado mejor en un cortometraje. Ninguna de las labores que se le encomienda a Saul tiene un verdadero impacto en el desenlace de la historia, el cual es tan abrupto y fuera de lugar que hasta te hace cuestionar las verdaderas motivaciones del protagonista.

Las actuaciones, aunque destacables, no ayudan a que la película mantenga el ritmo. Géza Röhrig está correcto como Saul, pero no aporta más humanidad a un protagonista que no la posee en el guion: el personaje termina por parecer más un hombre afectado mentalmente por su situación, que un alma en busca de redención.

Y es que, en general, a la película le falta ese factor humano del que se hubiera visto altamente beneficiada. Entiendo que el punto era generar la sensación de claustrofobia y encierro, pero todo se siente tan armado que, en lugar de hacernos partícipes de la experiencia, me ha generado más bien una pesadez continua. Los planos secuencia, al estar manejados en espacios tan reducidos y la mayor parte del tiempo filmando solo la cara o la nuca de Saúl en primer plano, se sienten interminables: el efecto cansa rápido.

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