Cholo soy y no me complazcas Viernes, 12 septiembre 2014

Ayer me metieron «culo» en el Metropolitano (Crónica de un abuso consentido)

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).

Foto de EL COMERCIO

Amor, amor, amor. (Foto de El Comercio.)

Tomo el Metropolitano prácticamente cada día, me parece el mejor invento del mundo, lo haya inventado Castañeda o Rita la Bailaora. Mi principal queja sería el porqué demonios los buses C se detienen a veces en el Paradero B y viceversa… ¿a qué viene esa arbitrariedad antiprofesional que a los usuarios nos hace correr de un paradero a otro como locos? Pero gracias a este servicio, mi movilidad por Lima ha mejorado un huevo y mi economía también. Y los opinadores que se quejan continuamente en la prensa de que la ciudad está peor que nunca, son unos irresponsables por no reconocer un avance económico y de servicios reales para mucha gente: tal vez pertenezcan a ese grupito selecto a los que SIEMPRE LES HA IDO BIEN mientras el resto de compatriotas sufría y a quienes, en el fondo, les jode que muchas personas de clases desfavorecidas progresen en su vida, porque ahora ellos ya no están solos en su pedestal de privilegios. Desde luego, muchos de esos opinadores que tanto lo critican todo (porque reconocer que algo funciona no vende diarios ni genera rating) jamás se rebajarían a tomar el Metropolitano, con tanta gente del pueblo llano rozándose entre sí…

Porque lo de que la gente se roza es serio. Ayer, sin ir más lejos, sufrí lo que técnicamente podría llamarse un “abuso por pasiva”.

Por desgracia, las mujeres tienen que ir con pies de plomo en el Metropolitano, pero los hombres a veces también. Los vehículos enseguida se llenan, lamentablemente, y entre apretujones e irresponsables que quieren caber AL PRECIO QUE SEA, uno puede quedar congelado en posiciones muy comprometidas y comprimidas.

En esas circunstancias, cuando te quedas encajado como puzzle entre otras piezas humanas, tu cerebro de ciudadano sensible a la inseguridad ciudadana puede alarmarse y tus manos buscar palpando tu billetera y tu celular en los bolsillos, para comprobar que siguen ahí. Craso error. Tal reacción resulta de lo más peligrosa, porque de repente puedes rozar cuerpos ajenos con tus dedos y originar un engorroso malentendido. Y ante la palabra de una chica que ha malinterpretado tu movimiento de manos, lo mejor es dejarlas quietas, no vayan a lincharte como a chanchito mañoso. Lo que le sucedió a Magaly Solier me abrió los ojos sobre los indeseables que a veces suben ahí y nadie querría que la masa te tome por uno de ellos (hay gente que puso en duda lo que Magaly denunció, pero yo más bien le agradecería que una estrella de cine internacional como ella tenga la humildad suficiente para viajar en transporte público. Olé, Magaly).

Sin embargo, lo que me ocurrió ayer no tiene parangón en mi memoria de experiencias en el Metropolitano. Subí en Javier Prado por la tarde, en un bus con todos los asientos ocupados pero un espacio considerable en el pasillo. Y así tranquilo y de pie me iba hacia Barranco, cuando las puertas se abrieron en el paradero de Angamos y entró un número razonable de pasajeros.

Yo iba a lo mío, perdido en mis pensamientos y pendiente de mis banales asuntos. De pronto, noto un bulto bien apretado contra la parte posterior de mi muslo y la parte baja de una espalda que se apoya con desenfado en la zona más excelsa de mi anatomía: mis glúteos. Extrañado, echo una ojeada atrás y distingo una melena: sí, se trata de una chica de lentes en vestido de administrativa, de físico tan discreto como el vestido, que vi entrar por la puerta posterior. Me sobresalto y miro a los lados: ¿por qué se ha colocado así contra mí si tanto a la derecha como a la izquierda hay sitio de sobras para viajar alineados y no CONTRAPUESTOS?

No entiendo nada. Pero no me muevo: yo estaba ahí antes. Oye, si se molesta, es asunto suyo, yo no le he clavado mi nalga a nadie, ha sido ella quien lo ha hecho contra mí. Ya apartarse para dejarla a sus anchas en un espacio que yo ocupaba previamente implicaría una conducta machista por mi parte: de hecho, si se tratase de un hombre le propinaría un caderazo. Supongo que en un segundo se dará cuenta de su embarazosa posición y se echará a un costado.

Pasa un minuto y nada, la chica con su culo firmemente metido entre mis muslos. Y al cabo de ese minuto, siento que la chica se acuclilla, bajando su espalda por mi pompis y frotándose contra él a todo lo largo de su lomo mientras desliza su propio trasero por los rieles de mis corvas… ¡Sigo sin entender nada! Vuelvo a arrojar un vistazo tentativo por encima del hombro y veo que se ha agachado a recoger algo del suelo, un carné parece: lo restituye a su cartera abierta. ¿Pero no se da cuenta de que tiene su cuello aposentado entre mis nalgas como si fuesen una almohadilla de avión y su nuca reposa en mi rabadilla? Intento encontrar una explicación lógica: tal vez ella se piense que tiene apoyada detrás la cabeza de un niño, quién sabe… ¡o de un niño bicéfalo, en todo caso! Porque las dos cachas de mi derrière están bien diferenciadas en la compresión contra sus omóplatos.

La chica se alza y continúa pegada a mi espalda, poto sobre poto (el suyo debajo del mío), como en el Tetris. Seguimos solos en el pasillo. Tengo los vellos de mis nalgas erizados de tensión y sí, estoy un poco excitado.

Ella no vuelve a hacer ningún movimiento ni yo tampoco.

El bus llega a mi destino y bajo sin decir esta boca (ni esta nalga) es mía.

Tras emerger al andén del paradero, camino hacia la salida con la tenue sensación de haber sido víctima de un abuso.

Y sonrío.

PD. A la vuelta por la noche, tal vez para compensar, me pasó todo lo contrario: los pasajeros íbamos tan comprimidos que me vi obligado a pegarme al módulo trasero, contra la cubierta del motor, mientras un mocetón treintañero era propulsado por el gentío de espaldas contra mí, quedando mi ingle encajada entre sus bien modeladas nalgas. Así ensamblados tuvimos que viajar más de tres paradas, como monos sodomitas, entre improperios suyos y pudores míos. Ha sido la mayor prueba de fuego a la que se ha visto sometida mi heterosexualidad: y puedo afirmar que salí victorioso de la prueba.

Eso sí, he de reconocer que el chico tenía un buen culo.

Hernán Migoya

Escritor y guionista español. Ya está a la venta su nueva novela, "La flor de la limeña" (Planeta Perú).