Mucha Mierda Lunes, 16 junio 2014

Karamazov, o el reto de hacer actuar a Dostoievski

Foto: Difusión

Foto: Difusión

Me ponen nerviosas las adaptaciones. Cuando se estrena una obra de teatro o película o serie cuyo guión es una adaptación de una gran novela automáticamente me siento incómoda: me asusta saber que no voy a poder disfrutarla con calma sin estar pensando qué le sobrará o qué le faltará. Me da miedo pensar que no voy evaluar el producto que tengo al frente por sí mismo, sino que voy a incurrir en la injusticia de mirarlo en constante comparación con su referente.

Por más conscientes que seamos de esta tara, no es fácil resolverla. No podemos negar como espectadores que la historia ya la conocemos, que la hemos consumido en otro formato y que esperamos que la nueva versión capture algo de lo que nos encantó. Por eso he demorado en escribir sobre Karamazov, adaptada y dirigida por Mariana de Althaus que se presenta en el teatro de la Universidad Pacífico. Por eso me he tomado mi tiempo para tratar de entender exactamente por qué no me gustó. Por qué me resultó tan discursiva y poco convincente.

Veamos. Los hermanos Karamazov es la última y una de las más importantes novelas de Dostoievski. En ella, el escritor ruso hace especial alarde de uno de los sellos de su narrativa: su capacidad para incorporar la reflexión psicológica de sus personajes en la trama de sus novelas. En textos tan disímiles como Crimen y Castigo, El jugador o Humillados y ofendidos; el lector no solo va enterándose de la historia, de los escenarios en los cuales transcurre, de las acciones de los personajes, de sus causas y consecuencias; sino que se involucra con aquello que piensan, con sus tormentos, con sus convicciones, e incluso con sus impulsos inconscientes. Los personajes de Dostoievski son emblemáticos y fascinantes más por lo que piensan que por lo que hacen. O mejor dicho, y simplificando un aspecto fundamental de su literatura, las novelas de Dostoievski son universales y eternas porque el psicologismo termina siendo el gran protagonista de sus historias. Crimen y Castigo, por ejemplo, no es una novela sobre un asesinato sino sobre la culpa.

La culpa, la envidia, el terror, la humillación, son temas sobre los que se discute, sobre los que los personajes piensan, escriben, monologan. En Los hermanos Karamazov; Dostoievski aprovecha para desarrollar todo un debate vigente en su época entre el ateísmo racional (representado por Ivan), la fe como vehículo de salvación (representado por Alexei) y el peligro del hombre ganado por el instinto, el hedonismo, la irresponsabilidad de seguir sus impulsos, perfectamente logrado en personajes como el padre Fiodor y el mayor de sus hijos, Dimitri. Los tres hermanos, en distintas formas enfrentados al padre, construyen su propio modelo de existencia en contraposición la nefasta figura de su progenitor. Los que están más propensos a replicar su cinismo, su egoísmo (Dimitri, Iván) son más infelices y atormentados y los que en el fondo tienen una razón para matarlo. Alexei representa la liberación, la capacidad de amar y perdonar.

Pero eso que en la novela se logra plasmar con solvencia, en la obra de teatro no se consigue. A Mariana de Althaus no le alcanza toda su experiencia de dramaturga para que eso que pasa en la cabeza de los personajes de Dostoievski se traduzca en acciones. Pareciera que fascinada, como no podría ser de otra manera, con las cavilaciones de los hermanos Karamazov que encuentra en la novela, decide llevarlas al escenario a través de discursos y lo que tenemos son personajes que no hacen, dicen; que no actúan, discursean. Dimitri (Rodrigo Sánchez Patiño), Ivan (Sebastián Monteguirfo), Alexei (Fernando Luque) dan largos discursos que no tienen relación con las acciones que vemos. Que no solventan los cambios de ánimo y de humor en los personajes. La locura de Iván, demasiado forzada en gestos del movimiento de la mano, no se sabe de dónde viene. Los arrebatos de Dimitri no tienen matices y lo vuelven un personaje desaforado cuando en realidad es un hombre más complejo.

Tal vez en la figura del padre, y acá no critico la siempre buena actuación de Gustavo Bueno, está el mayor problema; en lugar de ser este sujeto mezquino, egocéntrico, bruto que genera conflictos entre los hermanos nos encontramos ante un Fiodor gracioso, un poco loco pero que no deja de caernos bien y que, por supuesto, no justifica el odio y desprecio del que es objeto. Destacables los roles femeninos de Katerina D´Onofrio en el papel de la libidinosa Grushenka, y Lizet Chávez la comprensiva Katerina. Justamente es en los personajes secundarios (los que menos reflexionan) donde de Althaus logra más claridad en las acciones escogidas y en su influencia en la trama.

De todas maneras, cabe destacar el esfuerzo de un equipo humano que pone en escena una empresa complejísima con fallas pero con profesionalismo. Y sobre todo, un reconocimiento a Mariana de Althaus que acostumbrada a dirigir sus propias obras, esta vez abandonó su espacio de comfort y emprendió una tarea que esta vez la supera. Esta vez…