La Calata Culta , noticias Martes, 28 abril 2020

‘Desde hace un tiempo mi papá no me ve a los ojos cuando me habla, pero a mí no me duele’

La Calata Culta

Leslie Guevara es directora de la escuela de escritura Machucabotones. Es autora invitada en los libros de relatos "Sexo al cubo", "Hermosos ruidos" y "21 relatos sobre mujeres que lucharon por la independencia del Perú". Es editora del libro “Once Veces Tú”. Ha realizado talleres de narrativa en cárceles peruanas, en coordinación con la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad fundada por el padre Hubert Lanssiers. Actualmente escribe su primer libro.

Título original: ¿Quién mató a Marilyn? 

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Quiero compartir este cuento ahorita. Habla de un tiempo en el cual las personas también estaban recluidas en sus casas, y querían sentirse menos solas. Había toque de queda, y mucho miedo. Recuerdo que Willy del Pozo me dijo Escoge una canción de Los Prisioneros y escribe un relato con ese título. Él estaba armando un libro de tributo a esta banda, “Hermosos ruidos”. Escogí de arranque “Para Amar”, porque la letra me parecía honesta. Pero ya la habían escogido. Entonces, no sé por qué dije “¿Quién mató a Marilyn?” Durante todo un año me la pasé escribiendo cualquier cosa, menos el cuento. Dos semanas antes de la fecha pactada de entrega me dije Ya, carajo. ¿Vas a escribir o no vas a escribir? 

 

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Mi papá y yo estamos dentro de un taxi. En un Kia Rio negro. Acabamos de subir. Afuera hace mucho calor.

—Justo hoy salgo con esta camisa manga larga —dice él y se observa el pecho.

—¿Te quema? —le pregunto.

—Sí —dice—. La tela es gruesa.

El blanco le queda bien, pero él me ha dicho que va a regalarle esa camisa a un obrero. Dice que ya sabe a cuál. A mi papá le gusta regalarle su ropa a los obreros. Dice que si ellos usan ropa de marca trabajan mejor, más contentos. Observo mi reloj, son las 8 de la mañana: nos vamos a Barranco. Mi papá se va a bajar en el paradero que está antes de voltear en Piseli, al lado de la veterinaria. Ahí él está construyendo un edificio de 6 pisos. Está contento porque hay aire acondicionado en el auto. Le digo El auto huele a potito de bebé. Él se ríe y dice No seas cochina. Hace tiempo que no lo escuchaba reír. Mi papá saca su iPhone del jean y dice Voy a prender esta huevada.

Aprieta el botón lateral, la pantalla se enciende. Él lo guarda nuevamente en su bolsillo.

Estamos con el semáforo en rojo. Observo por la ventana a una señora canosa de pelo largo, llevando de la mano a un niño. El niño sostiene contra su pecho un balde verde de asa roja. Es un balde de Playgo. Me hace recordar un balde que tenía yo a los seis años. ¿Y si es mi balde?

—Papá, ¿te acuerdas de ese balde de Playgo? —digo y señalo en dirección al niño.

—¿Qué balde? —dice.

—Ese balde verde.

—No me acuerdo —dice.

—Yo también tenía uno así. Lo llevaba a la playa Mamacona, ¿te acuerdas?

—Ah, sí, ya recuerdo, comíamos sandía —dice él y pestañea.

—Esa playa parecía un paraíso.

En ese tiempo mi pelo olía a manzanilla y mis papás seguían juntos.

—Ahora se me ha antojado una sandía helada —dice, y yo veo sus labios. Están resecos. El taxista pasa a velocidad sobre un rompemuelle y yo digo ¡Ay! El taxista dice Perdón, no lo vi. ¿Cómo que no lo vi? pienso. Si no ve, no maneje, pues. Y en la radio comienza a sonar ¿Quién mató a Marilyn?

Mi papá mueve su cabeza de lado a lado y dice Escucha, señalando la radio del taxista con su dedo gordo. Presiona sus labios uno contra otro, como si estuviera comiéndose su boca. Y yo pienso ¿Por qué tiene que ser rígido? ¿Por qué no puede decir lo mismo de forma relajada? Esa canción que está sonando no es tan conocida, la canta el baterista, la canta bien. A mí me gusta más Cuéntame una historia original, pero no se lo digo. Nos quedamos en silencio mientras la canción suena y mi papá la escucha. Está cantándola bajito porque no se sabe bien la letra.

Desde hace un tiempo mi papá no me ve a los ojos cuando me habla, pero a mí no me duele. Con él solo se habla de lo que le interesa a él. De lo que le pasa a él. Y de lo que siente él. Lo demás, no le interesa. Si yo le hablo de mi vida no me escucha o me cambia de tema. Mi papá a veces se comporta conmigo como un niño, un niño malo. Diría que siempre me ha tratado con desprecio, pero eso sería mentir. También hemos tenido buenos momentos, por ejemplo, cuando tenía 5 años me trajo mi bicicleta de Tacna y yo me contenté. Pero cuando dijo Tenemos que armarla pensé ¿Por qué no la compró armada? La bicicleta era rosada y las piezas estaban envueltas en plástico burbuja dentro de un costal. Mi papá y yo la armamos juntos en el patio de la casa de mi abuela. Mi papá estaba contento. Me subí y cuando iba a comenzar a pedalear me caí para un costado, porque se salió la llanta de adelante. Él corrió a levantarme y me abrazó. Creo que mi papá y yo nos llevábamos mejor cuando yo era niña. A veces él me decía Súbete en mi espalda y yo me subía. Él decía que yo era su chochera. Yo no sabía qué era ser chochera de alguien, pero le decía Ya, yo seré tu chochera. Ahora él piensa que mi trabajo es como recoger basura. Él piensa que escribir es una tontería, y que así no me haré millonaria. Pero a mí no me importa. Yo entiendo a mi papá, porque sé que su papá también lo trató a él con desprecio. Mi mamá dice que mi abuelito contrataba a otros niños para que le pegaran luego del colegio. Seguro lo veía flaquito, inseguro, vergonzoso. Él creía que esa era la forma de hacerlo fuerte. Mi abuelito pensaba que mi papá no era su hijo, porque él nació blanco y sus dos hermanos eran trigueños. Yo sé eso porque una vez, cuando estábamos en el hospital esperando a que el neurólogo lo examine, mi papá me lo contó. Me dijo que cuando era niño le afectaba, pero que después le pareció una cojudez. Dijo que en la vida no hay tiempo para sentirse triste.

Mi papá siempre quiso que yo trabajara en un banco. Él decía En el banco siempre veo chicas bien arregladas.

Él quería que fuera una mujer normal y que me casara con un ingeniero como él.

—Vi la entrevista que le hace Jaime Bayly a Los Prisioneros —dice mi papá, mirando por su ventana.

—Ah, la viste —le digo, y observo su oreja izquierda. Su oreja es grande y rosada. Se parece a la de su papá.

—Están jovencitos. En esa época yo también estaba jovencito.

—¿Sí, no? —le digo.

—No hablan nada, seguro estaban drogados.

El taxista alza el volumen. Cruza la calle Los Pumas y un station wagon amarillo que viene en sentido contrario pasa a velocidad por nuestro lado. Y mi papá dice Esa Marilyn, ¿no? ¿Quién la habrá matado? El taxista dice Yo me hubiera casado con ella así fuera puta y mira por el espejo retrovisor a mi papá. Mi papá le dice Sí, pues. Ellos se ríen como si supieran un secreto que yo no sé. El taxista tiene una voz chillona, como de payaso. Mi papá lo observa y sonríe enseñando con orgullo sus caninos de color blanco, que antes eran beige.

—¿Y por qué piensas que la mataron? Ella también pudo matarse —le digo.

—¿Tú crees? Yo no creo —dice él y hace un pico de pato con sus labios. Cuando hace eso se parece a su mamá.

El taxista no habla pero mueve la cabeza de forma negativa. Pienso en lo que ha dicho y dudo que Marilyn hubiera querido casarse con él. Seguro si ella lo hubiera visto le habría dicho No, con usted no, Dr. Lagarto.

—¿Qué drogas habrá consumido Marilyn? —dice mi papá y sonríe, sus ojos brillan. Mi papá es diabético y así son los ojos de los diabéticos, parecen de vidrio.

—Fácil coca, ¿no? —le digo, y pienso que ya se va a quedar en silencio.

—¿Será rica la coca? —pregunta él.

Lo observo con incredulidad y suelto una risa pequeña.

—¿No has probado nunca? —le pregunto.

—No, nunca, solo marihuana una vez.

—¿Cómo así?

—A la salida del colegio dos patas me pidieron que meta una caja al tercero “C” y me iban a dar 20 soles.

—¿Y qué pasó?

—Metí la caja, como me dijeron.

—¿De qué tamaño era la caja?

—Como de zapatos.

—Manya. ¿Y no te dio miedo?

—No, adentro del colegio le conté a un amigo y la abrimos. Recuerdo que mi amigo dijo Hay que sacarnos un poquito. Él ya había fumado marihuana.

—¿Y qué tal? ¿Te gustó?

—Sí, me atoré, la boca me amargó. Ese día nos reímos como unos imbéciles por la avenida Angamos.

—¿De qué se reían?

—De todo, veíamos una mosca, nos reíamos. Él decía que tenía hambre, nos reíamos. Mi zapato tenía hueco, me reía.

—Ja, ja, ja.

—Ese día planché ese billete de 20 soles y lo guardé en mi billetera.

—¿Has vuelto a fumar?

—No, pero sé que la marihuana no debe ser tan mala porque hace reír.

—¿Por qué dices eso?

—Cuando dictaba clases de matemática a los chicos de la Trener, a veces ellos se reían mucho. Y yo decía Mis chistes no dan tanta risa, acá sucede algo raro. Y un alumno me dijo Profe, se han fumado un troncho.

El taxista tose.

—A ella la mataron —dice el taxista.

—¿Por qué dice eso, amigo? —responde mi papá, como diciendo Cuénteme el chisme completo, por favor.

—Porque sabía mucho.

—¿Qué sabía?

—Secretos del gobierno. Dicen que fue un espía que ingresó a su habitación mientras ella dormía.

—Qué feo, carajo —dice mi papá.

—Así mataban antes. Por eso Los Prisioneros sacaron esta canción.

El taxista me recuerda a ese chico peruano que se viste de Súperman en el aeropuerto y se toma fotos con los extranjeros.

El taxista alza el volumen. Mi papá se agacha para ajustarse los pasadores de su zapatilla Cat y dice Me duele la espalda. Se levanta, toma aire y dice Cuando conocí a tu mamá le regalé un walkman y el primer casette que escuchamos fue uno de Los Prisioneros, “La voz de los ’80”, y ahí estaba esta canción, ¿Quién mató a Marilyn? Ese casette lo escuchaba a cada rato.

Mis papás se conocieron en un apagón, durante el primer gobierno de Alan García. Vivían uno al frente del otro. Nunca se habían hablado. Sendero Luminoso se había bajado una torre de alta tensión, y cuando había apagón los jóvenes de la cuadra se contentaban, porque tenían un pretexto para salir de casa y decirse entre ellos Oye, se fue la luz. Esa vez mi mamá salió y se puso a conversar con la vecina de al lado. Mi mamá no salía casi nunca, porque su papá era celoso. Tan celoso que la seguía al colegio. Eso lo sé porque me lo contó mi papá. Esa noche él no sabía cómo acercarse a ella, pero igual lo hizo. Mi mamá estaba con unas rifas en la mano y él le compró dos, así comenzaron a hablar.

Ya estamos por la Villa Militar.

—¿Qué tienes que hacer ahora? —le pregunto, no sé por qué.

—Ir a hablar con un vecino, porque se está quejando del polvo que le cae a su jardín —dice, y no me mira.

—Háblale calmado.

Yo tampoco lo miro.

—Sí, eso haré —dice mi papá y saca su iPhone. Mira la pantalla y dice Este huevón de Leo me ha estado llamando.

—¿Quién es Leo?

—El arquitecto de la obra. Es un desordenado de mierda, todo su escritorio está cochino.

—Así son los arquitectos, ¿no?

—Será, pues, pero el ingeniero no puede ser desordenado.

—Llámale.

—No, ya voy a llegar, ya estamos por la Maison de Santé. Que no joda.

—Está bien —le digo y me pregunto por qué mi mamá habrá escogido a este hombre para que sea mi padre.

—Bajo antes de voltear —dice mi papá.

Cuando el semáforo se pone en rojo el auto se detiene junto a la vereda.

Le doy un beso en la mejilla, que huele a jabón Heno de Pravia. Él dice Voy a comprar ese cuadro de Marilyn que está con Elvis y James Dean y otros actores que no conozco sobre una viga y lo voy a colgar sobre mi cama. ¿Has visto? Y cuando le voy a responder me dice Ya chau, haz las cosas bien. Y se baja del auto.

Cierra la puerta.

¿Ya? me pregunta el taxista.

Sí, vamos, le respondo.

El auto avanza. Veo que mi papá se aleja, lo veo más chiquito, se mete la camisa dentro del jean. De esa manera no debería acomodarse el jean, pienso y suspiro.

Tengo un billete de 50 soles le digo al taxista y él me dice que sí le alcanza. En la avenida Grau hay tráfico.

Estoy yendo a la casa de mi amiga Anne. Ayer le dije que iría a verla. Me gusta ir a verla. Me río a carcajadas cuando estoy a su lado. El otro día Anne me dijo Enséñame a chuparla y tuve que meterme una zanahoria en la boca para enseñarle. Le dije Así se chupa un pene. Luego le dije Lo haces con cariño. Lo metes, lo sacas. No vayas a lastimarlo, el pene es tu amigo y ella dijo El pene no es amigo, el pene es una cosa fea.

El taxista está llegando al óvalo Bolognesi y me pregunta ¿Cruzando o antes de cruzar? Cruzando por favor le respondo.

Camino hacia el edificio blanco y toco el intercomunicador. Se escucha un sonido como “ergggg” y escucho la voz del conserje. Dice Buenos días, ¿a quién busca? Voy al 601 le digo. ¿La están esperando? pregunta. Sí, le respondo. Y él me dice Espere. Qué pesado, digo yo. No me gusta esperar afuera porque hace calor, pero espero y me pongo a tararear:

¿Quién mató a Marilyn? La televisión o el ratón Mickey…

Yo no sé quién mató a Marilyn, pero sí sé que Norma Jeane Baker vivió como quiso vivir. Así como viviré yo. Seguiré escribiendo lo que quiera escribir, así a mi papá le parezca una tontería.

Escucho la voz del conserje que dice Pase.

Se abre la puerta ■

 

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¿Y tú, quieres escribir?

www.machucabotones.com

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La Calata Culta

Leslie Guevara es directora de la escuela de escritura Machucabotones. Es autora invitada en los libros de relatos "Sexo al cubo", "Hermosos ruidos" y "21 relatos sobre mujeres que lucharon por la independencia del Perú". Es editora del libro “Once Veces Tú”. Ha realizado talleres de narrativa en cárceles peruanas, en coordinación con la Asociación Dignidad Humana y Solidaridad fundada por el padre Hubert Lanssiers. Actualmente escribe su primer libro.