Weekend en Madre Mía
El último fin de semana lo pasé en Madre Mía, un pequeño pueblo a orillas del río Huallaga. En 1992, esta localidad cobijaba a 200 habitantes –doscientos peruanos– que (sobre)vivían bajo el fuego cruzado entre militares, narcotraficantes y terroristas.
Catorce años después, lo primero que un visitante encuentra en Madre Mía es -nada menos- el local partidario de Ollanta Humala, el militar responsable de la desaparición de, al menos, cinco pobladores del lugar.
El local tiene menos de un mes de funcionamiento: fue implementado luego de que salieran a la luz las denuncias sobre las violaciones a los derechos humanos que el «Capitán Carlos» cometió en Madre Mía. La base humalista ha cumplido su cometido. Sea por amedrentamiento -los unos- o porque sí tienen un buen recuerdo de «Carlos» -los otros-, en Madre Mía la población votará abrumadoramente por Ollanta Humala.
«Era bueno con los buenos y malo con los malos», me dijo un lugareño. «El capitán Carlos actuaba así porque seguramente los encontraba con armas, pues».
Ése es más o menos el sentido común de los habitantes del Huallaga. El terrorismo y el narcotráfico han retrocedido (aunque no desaparecido) y la delincuencia común ha ocupado el terreno que ambas han cedido en la incesante espiral de violencia de la zona. Los asaltos en las intransitables carreteras de la montaña son pan de cada día. Cada viaje es una ruleta rusa.
Por eso, la esperanza de la gente del lugar es que el comandante «fusilará» a todos los delincuentes y establecerá, de una buena vez, el orden anhelado. «Sea como sea, joven», me dijeron.
No interesa que, ante los capitalinos, Ollanta haya repetido una y otra vez que no fusilará a nadie. La gente del Huallaga ve al Humala que quiere ver: al comandante paternalista (bueno con los buenos), al cachaco feroz (malo con los malos); ellos no ven al candidato que da entrevistas en televisión, ellos ven al Ollanta que Antauro construyó en el epónimo semanario nacional-socialista.
Así es la nuez, señores. En los últimos días, Humala se ha esfuerzado por tranquilizar al Perú formal -el que lee periódicos- pegándola de buenito. Mientras tanto, en el Perú real, las esperanzas están cifradas en la instauración de un régimen de terror que ofrezca «seguridad» (hace una semana, el portero de mi edificio me preguntó «¿tú crees que con Ollanta van a haber violadores de niños en las calles?»).
El Perú está partido. Nunca como hoy, la intención de voto en los sectores A/B ha diferido tanto de la de «los otros». Nunca como hoy, la intención de voto en Lima ha diferido tanto con la de provincias.
Y el voto por Humala escapa de cualquier análisis racional que querramos hacer desde un escritorio de la capital. Si en el Huallaga piensan votar, sea como sea, por el capitán Carlos. ¿Cómo será en el resto del olvidado Perú no limeño?
Ya puedo ver a mis amigos Lagartos (y similares miembros de la facilista élite limeña) echándole la culpa de todo a «los marrones» que infestan el Perú. Pues se equivocarán. Alguna esperanza hay. Porque también hay gente como la señora que me atendió en una bodega de Aucayacu, camino a Madre Mía.
«Los que van a votar por Ollanta son los que no vivían aquí en esa época, los que recién se han mudado aquí», me dijo y me gustaría creerle. «Nosotros sí recordamos cómo eran esos años. No queremos que vuelvan.»
UPDATE (01/04/06): Recomiendo por paradigmática esta narración terroríficamente cotidiana del Perú partido en Wuasi.com
Vídeo: Susana Villarán en Madre Mía (26/03/06)
Archivo del Útero: Ollanta Humala sí violó derechos humanos (01/02/06)