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Un representante de una de las iglesias evangélicas más importantes del país se pronuncia sobre estas elecciones

keiko

Imagen: Diario Uno

¿Iglesia Moral, Sociedad Inmoral?

Guillermo Flores Borda
Abogado, Profesor Universitario y Miembro de la Comunidad Evangélica

El 5 de junio elegiremos al nuevo Presidente de la República. Dado que ninguno de los candidatos comparte nuestra profesión de fe, los evangélicos hemos empezado a buscar algún punto en común que nos dé la convicción suficiente para votar por alguno de ellos.

A pesar de las múltiples acusaciones de vinculación con narcotráfico y corrupción, una parte de nuestra comunidad habría decidido apoyar a un partido político en particular, en defensa del moralismo religioso representado en el apoyo a la agenda pro-familia y pro-vida.

En este contexto, es necesario hacer una auto-crítica sobre la manera en que hemos reducido la fe a dos temas legales concretos, como el matrimonio homosexual y el aborto. Sin embargo, hemos obviado hacer frente a la corrupción, violencia, pobreza y desigualdad que oprime a nuestros conciudadanos, sobre todo a los más pobres.

Para que la iglesia sea vista como una iglesia justa por la sociedad, debe ser justa no sólo guardándose del mal dentro del templo, sino también mostrándose como un agente de justicia afuera del templo. Al compartir el Evangelio, proclamamos a un Dios Santo, pero también a uno Justo, que lo es no sólo por no hacer cosas injustas, sino también por denunciar la injusticia. Dado que Dios nos creó a Su Imagen y Semejanza, nosotros también debemos anhelar que la justicia prevalezca en nuestro país y enardecernos ante la corrupción.

Si la iglesia quiere ser considerada como justa por la sociedad, ella debe cumplir un rol activo de denuncia respecto de toda maldad, y no sólo respecto de aquella maldad que nos es más fácil denunciar. Sin embargo, como comunidad, no hemos hecho tanto por denunciar la corrupción y aprovechamiento del pobre por parte de ciertos partidos políticos, como sí hemos hecho por denunciar el matrimonio homosexual y el aborto – estableciendo alianzas con algunos de ellos, incluso. Uno esperaría que la integridad moral del creyente lo lleve a escoger, de entre lo que considera dos males, el sistémicamente menor.

Sin embargo, en los últimos veinticinco años, la iglesia se ha enfocado en dos temas “moralizantes” mientras la corrupción se ha institucionalizado y el crimen se ha vilificado, haciendo las palabras del pastor Martin Luther King aún más ciertas: “siento que la gente de mala voluntad ha usado el tiempo de manera mucho más efectiva que la gente de buena voluntad. Tenemos que arrepentirnos en esta generación no sólo por las vitriólicas palabras y obras de los malos, sino por el espantoso silencio de los buenos”.

El creyente puede y debe ser un agente de justicia a través de su participación política activa, ya sea votando o postulando, pero no debe tomar una actitud pasiva. En palabras del teólogo Dietrich Bonhoeffer, “el silencio ante la maldad también es maldad; Dios no nos tendrá por inocentes; no hablar es hablar; no actuar es actuar”.

Este domingo, la iglesia tiene la oportunidad de demostrarle al país que no es una iglesia bien adaptada a la indiferencia y bien ajustada a la injusticia, y que tanto ella como su Dios no toleran ni la injusticia ni la corrupción. Nuestro voto a favor de uno u otro candidato debe ser un instrumento de justicia, porque un voto en blanco o viciado mostraría indiferencia que desagrada a Dios. Y, si bien la indiferencia no es odio hacia mi prójimo, tampoco es amor.