Perdidos y encontrados
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SPOILER ALERT
Conozco la sensación, créanme. Pasa a cada rato en los cómics. Preguntas sin respuesta tipo: «¿por qué Walt se le apareció a Locke?» son moneda corriente en el mundo de los aficionados a los superhéroes («¿por qué Lex no recuerda a Clark de Smallville?»). La obsesión por la continuidad, en los cómics, es idéntica a todas esas preguntas que se están haciendo sobre Lost y que, ahora, jamás serán respondidas.
¿En verdad eso importa?
No sé. No creo. Por supuesto que hubiera sido lo máximo que todo estuviera planeado desde el inicio, que cada evento, cada detalle tuvieran una razón de ser y un significado más allá de lo evidente, al mejor estilo de Watchmen (obra declarada una de sus principales influencias por los creadores de Lost, tanto que «The Constant» no debería haber sido tan sorprendente para cualquiera que haya leído el cómic de Moore).
Decía que hubiera sido genial que todo estuviera calculado, que el chibolo que hace de Walt jamás hubiera crecido, que el actor que hace de Mr. Eko jamás se hubiera largado, que los escritores hubieran sabido desde el inicio qué demonios era ese humo negro que metieron sólo para jugar con la metáfora de que la isla era «smoke and mirrors». Hubiera sido genial, pero no sucedió y no sucedió básicamente porque Lost fue la primera gran creación interactiva de masas de la historia.
Lost fue la serie que nos enseñó a ver televisión por Internet, no sólo por torrents (de hecho, si estás leyendo este post en la madrugada del lunes, fuiste uno de los que se enganchó con uno de los cientos de streamings caletas que circularon ayer por todo Internet, para el ver el puto final en vivo, como Jacob manda, y no esperar ni siquiera un par de horas para que alguien lo suba a la red). Nos volvió a enseñar que no sólo los deportes, sino también la ficción televisada podía ser un espectáculo colectivo.
Lost nació y creció con Internet. Cuando empezó, no había Twitter ni YouTube ni y nadie usaba la Wikipedia. Cuando terminó, el reencuentro entre Sawyer y Juliet generó casi 200 mil tuits simultáneos, en una fracción de segundo, y la Lostpedia ha alcanzado casi siete mil entradas. Una ficción compartida por millones que, a su vez compartían sus reacciones con los demás. Nunca más la televisión volvería a ser una experiencia solitaria. La tele era el escenario pero la red era la platea del gran teatro del mundo.
Así, Abrams, Lindelof, Cuse y los otros escritores se convirtieron en meros intérpretes de la masa (vean nomás el trailer de la última temporada, creado por una cadena española, uno diría que la última temporada se inspiró en él, o piensen en cómo los guionistas negaron una y otra vez que la isla sea el más allá… sólo para que, al final, todos sí estén muertos en el universo alternativo). Así como en el teatro las obras se van adecuando a las reacciones del público, Lost siguió su camino pero inevitablemente alterada, modificada y contradicha por el feedback de una masa de fans incalculable y estentórea. Una masa de fans que creó un monstruo y que ahora se ve desconcertada porque el monstruo no tenía todas las respuestas.
Al final, en Lost lo más importante siempre fueron las preguntas. Pero no las preguntas tipo ¿y qué le pasó a Hurley cuando se quedó en la isla? No, pues. Por allí no iba la cosa. Lost se trató sobre las eternas preguntas sin respuesta: la vida, la muerte, el bien, el mal, la naturaleza del tiempo, del destino y el libre albedrío. Cientos de generaciones se han hecho una y otra vez las mismas preguntas (las referencias a la mitología egipcia, la espiritualidad oriental, a la filosofía inglesa, a la cultura pop gringa no fueron gratuitas). Tenemos miles de años se preguntándonos lo mismo pero seguimos tan perdidos como empezamos. Esa es la terrible lección de Lost: no hay respuestas. La única esperanza es que logremos entender algo después de ese close-up al ojo cerrándose.