Pedro Lemebel: Una peruana en cuerpo de chileno
Dánae Rivadeneyra
Periodista con placas en trámiteHoy amanecimos con la triste noticia del fallecimiento de Pedro Lemebel, el escritor chileno, artista plástico, referente de la literatura homosexual y una de las plumas más provocadoras de las letras latinoamericanas. Murió esta mañana, a los 62 años y debido a un cáncer a la laringe que lo aquejaba hace varios años. Esto fue lo que dijo su familia al comunicar su muerte:
«estuvo aquejado largo tiempo por un cáncer a la laringe que pretendió dejarlo sin voz. Pero ¿quién podría dejar sin voz a Lemebel? Su voz existe y persiste»
La actividad de Lemebel no se limitó a la literatura, él fue un activo militante del Partido Comunista y opositor de la dictadura de Augusto Pinochet. Fue en uno de los encuentros de partidos de izquierda donde su figura se hizo mucho más conocida. Sobre unos tacones altos, leyó el manifiesto que lo catapultó como uno de los personajes de la escena artística chilena más excéntricos e irreverentes
“No soy Pasolini pidiendo explicaciones. No soy Ginsberg expulsado de Cuba. No soy un marica disfrazado de poeta. No necesito disfraz. Aquí está mi cara. Hablo por mi diferencia. Defiendo lo que soy. Y no soy tan raro. Me apesta la injusticia. Y sospecho de esta cueca democrática. Pero no me hable del proletariado. Porque ser pobre y maricón es peor. Hay que ser ácido para soportarlo. Es darle un rodeo a los machitos de la esquina. Es un padre que te odia. Porque al hijo se le dobla la patita. Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro. Envejecidas de limpieza. Acunándote de enfermo. Por malas costumbres. Por mala suerte”.
Ya Paco Bardales nos ha contado algo de Pedro Lemebel en su paso por la Selva del Perú, ahora reproducimos la gran entrevista que le hizo Jerónimo Pimentel quien amablemente la ha compartido con nosotros.
Pedro Lemebel: Un Chileno Diferente (Caretas 1843)
Lemebel se pasea por Lima como una señora ebria cantando a Juan Gabriel mientras recoge piscos y plumas del eriazo latinoamericano machista y arribista, hipócrita cuando no domesticado. En sus contraportadas se autodefine como “indio y malvestido”, pero el tono rosado de su tez lo hace en el Perú parte de esa discriminatoria categoría de “blancos” que, dicen las élites con risa, son un accidente cromático. Y sus pañoletas estampadas y el aire kitsch de su vestir espinoso y acalaverado, le confieren la distinción de la marginalidad asentada en un par de tacos de andar maricón, que en su apertura sin complejos y el recoveco ido de 20 años de batallas, coge una elegancia tan orgullosa como un origen que no le molesta repetir: “mi abuela se compró un muro, puso una puerta, y esa era mi casa, ¡pero si parecía una bambalina!”. En realidad, pasa que Lemebel es una peruana en cuerpo de chileno. Un percance geográfico que lo hace despotricar de la institucionalidad política y literaria de su país mientras abanica el aire (las potentes fragancias de un ají de gallina o el amargo de otro pisco sour dibujado en “Z” sobre su copa –“¡porque la quiero en ‘Z’, como ‘El Zorro’–) con sus muñecas quebradas, las más endebles de América Latina, pero que funcionan como líricos estiletes cuando narra la vacuidad del triunfalismo yuppie chileno, las miasmas que brotan de la carcajada del milico zurrándose en la memoria de 3 mil desaparecidos, el desalmado conflicto del paria tercermundista y su lógica lemebeliana, fundida en Lucho Barrios y amalgamada con suspiros a Rock Hudson y el sudor pueblerino del penúltimo hombre lobo que lo abrazó bajo matemática prostituta: 20 años/20 cms/US$ 20. Y replica: “no conozco el perdón, golpe con golpe pago, beso con beso devuelvo”.
–Has dicho que sólo escribiste un libro, ‘La Esquina es mi Corazón’, y que luego sólo te habías repetido para cobrar.
–También ocurre. Mi trabajo metafórico es tan de truhán, tan pillo. También es probable que se confunda una crónica con otra. Solamente le cambio el título y cobro. Primero escribí un texto que es como mi caballo de batalla, ‘Manifiesto’. Ahí partió mi crónica. Fue muy desafiante en su momento y era una pregunta a la izquierda: ¿qué pasará con nosotros, compañeros? El texto se publicó y me lo pagaron. Y creo que la relación que tengo con la rigurosidad de la escritura es por el dinero. Lo digo con toda desvergüenza. Quizás no sea con el vil metal, pero sí con la sobrevivencia. Y de ahí sale mi primer libro, ‘La Esquina es Mi Corazón’.–Eso es de alguna forma renunciar o sacarle la vuelta a la condición hegemónica que actualmente gozas.
–También, hay un juego con el personaje escritor. Finalmente la gente conoce más al personaje que lo que yo escribo. Me ubican, bueno, los homosexuales siempre somos bien ubicables, no servimos para la clandestinidad, pero las personas no saben qué hago yo. Me confunden con modisto, peluquero, actor, aunque de alguna manera soy todo eso en la catedral falocéntrica de la literatura. Es muy difícil entrar, en Chile sobre todo, habiendo esos falos poéticos tan potentes. No se le perdona a un homosexual proletario que escriba, y que encima escriba de otras cosas que no sean necesariamente la homosexualidad. Pero más que decir que existe una literatura homosexual, existe una letra castigada, una literatura incomprendida. Como un bolero.–¿Sientes que ese ser escritor gay es una identidad que se construye en oposición a la burguesía chilena represora?
–No solamente la chilena, lo occidental-hegemónico es muy represor. Por eso me decido por el género de la crónica que es un poco un cadáver exquisito, una suma de retazos, materiales bastardos y géneros: biografía, poética, canción popular. Me encantó, era como tener el closet de la Lady Di. Pero la crónica no la podía definir, como tampoco puedo definir la performance. Cuando a mí me dijeron que hacía performance, yo no sabía lo que era, pero sonaba lindo y era como un pasaje a Nueva York, que así fue. Con la crónica también, sonaba bien ser cronista, artista. La gente siempre piensa que los homosexuales somos artistas.–La homosexualidad en Chile es marginal, pero el peruano también comparte esa condición.
–Yo conozco a los países y los hago míos cuando aramos juntos las sábanas de la lujuria. Hablo del pueblo, porque me acuesto con el pueblo. Sé de sus sabores, de sus olores, de sus excrecencias. Me he acostado con muchos peruanos.–¿Sientes esa afinidad con el Perú desde la marginalidad?
–Evidentemente la cultura peruana influyó mucho en mí. Lucho Barrios, Lucha Reyes y Manuel Donayre y todos los valsecitos del alambrado corazón.–¿Cómo sientes la relación entre Perú y Chile, que históricamente ha sido tensa? Si te acercas a un kiosco no habrá día en el que no leas un titular acerca de la carrera armamentista chilena.
–Que peleen los presidentes, pero los presidentes pasan como las olas del mar, quedan otros sentimentalismos, otras subjetividades que son más fuertes y que nos hacen territorializarnos en otro espacio, en un continente, en una situación de asalariados frente al primer mundo. La del peruano es la misma condena que hay con los mapuches. También se les acusa de borrachos, pendencieros, flojos. Y yo soy borracha, floja, pendeciera y mariconaza.–La pregunta en realidad es cómo la sociedad chilena te permite. ¿Qué eres? ¿El tubo de escape del neoyuppismo liberal?
–No, no creo que se me permita, yo me he ganado ese lugar a codazos.–Arañazos.
–Y arañazos. Y yo diría, ni tanto con la escritura. Yo a patadas aprendí a leer, y a besos aprendí a escribir.–¿Por qué usas el apellido de tu madre?
–Porque debo ser el único Lemebel que queda. Porque creo que mi abuela cuando escapó de su casa embarazada de mi madre se cambió el apellido.–¿Es una forma de reafirmar tu feminidad?
–De mi madre heredé su sentir, su mirada sobre la injusticia. De ella heredé todas esas condiciones básicas para ser un ser digno en esta América. Yo nací porfiada, yo venía torcida, miré el mundo y no me gustó, quería volver a meterme al útero.–¿Tu padre te aceptó?
–Pero yo no creo en la aceptación, es muy cristiana la aceptación. Yo sospecho cuando me aceptan, cuando me comprenden. Como dice Perlongher, yo no quiero que ni me comprendan ni que me entiendan, yo quiero que me cojan, una y otra vez. ¡Bis!–Roberto Bolaño decía que tú eras el poeta más importante de tu generación, sin ser poeta. ¿Has escrito poesía?
–No, le tengo un gran respeto, sin que yo sea un sujeto que respete muchas cosas. Pero a esa alquimia de la letra sí le tengo respeto. Son muy light los narradores. Y los poetas son buenos para la droga, para el trago, para los placeres. Si se descuidan uno les puede correr mano, pertenecen más a mi mundo.–¿Reconoces una tradición tras de ti?
–Muerdo la mano que me da de comer. De alguna manera en la misma escritura. Pero también como el personaje. Trato de destruir ese mito trascendental del escritor que fuma pipa y usa trajes de lino y escribe frente al mar. A mí el horizonte me da sueño. Yo necesito el ruido de la ciudad para escribir. Me sumo a ese murmullo, no es que hable por él. Las minorías tienen que hablar cada una por sí sola. Yo hago una especie de ventriloquía con el discurso homosexual, el discurso proletario, el discurso étnico.–En tus libros destilas mucha crítica al neoliberalismo.
–¡Cómo no!–¿De qué forma te has construido políticamente?
–A mí me preguntan cómo entro al lugar de la academia. Yo contesto que por la puerta de servicio. Y puedo reconocer esa entrada, pero no la salida. La salida debe ser por ahí mismo. Pero hay que reinventar nuevas estrategias para cruzar los ensamblajes del poder, que en estos momentos son más difusos.¿Tu militancia izquierdista se truncó…?
–Nunca pertenecí a ningún partido pero tengo mi corazón a la izquierda.–¿…Por la represión comunista a lo gay?
–Nunca fue tanto.–En Cuba fue bastante.
–Sí, pero más que la represión es el silenciamiento, pero en realidad la izquierda chilena ha cambiado.–¿Sientes que Lagos es la izquierda?
–No, Lagos es la soberbia con calzones de abuela. Ese moralismo negociable, transable. Lagos vendió la memoria chilena, y eso no se lo perdonamos muchos.–¿En qué momento la vendió y a cuánto?
–La vendió con los desaparecidos. Se hizo el huevón, negoció. Hace poco estaba invitado a Arica, en la frontera pues, donde nos topamos…–La provincia que nos quitaron.
–¡Uy, verdad! Pero yo les devuelvo toda la huevada. Es cierto, yo adoro el norte, y lo adoro porque es otra cosa, otra construcción cultural, más rica que el sur lleno de guasos y alemanes nazis. Y hay adhesiones, más allá de los nacionalismos.–¿La tienes con Bolivia?
–Por supuesto.–¡Que les den mar!
–Que les den mar a esos niños bolivianos que nunca lo vieron. Que a un niño se le prive de ese milagro es muy injusto.–Aludiendo al verso de Lihn, ¿alguna vez saliste del horroroso Chile?
–Donde uno va, lleva el paisaje de donde nació. Y yo creo que para mí es inevitable llevar el horroroso Santiago. Por eso acentúo mis pachotadas chilenas, para recordar mi ciudad, que vengo de ahí.–¿Y a dónde vas? ¿Vienes de ahí y vas hacia ahí?
–Como la serpiente que se muerde la cola.–Una serpiente rosa.
–No, una más bien oscura..–Una serpiente emplumada.
–¡Eso sí!
Esta fue la despedida de Lemebel en Facebook:
Queridos amigos feisitos:
Mi enfermedad no me permite contestar en otra página que no sea ésta.
Les dejo estas letras en estas letras en este último día de este mísero y próspero año. El reloj rueda frenético hacia las doce de la noche. Para algunos éste año ha sido dichoso. Para otros no tanto, como por ejemplo para mi amiga ministra, Helia Molina, a quien la derecha pérfida, golpista, hipócrita y cerda cagó. No merecen ser chilenos, porque lo dicho por Helia lo hemos pensado todos, miles de veces.
Bueno, el reloj sigue girando. No hace frío ni calor, y extiendo mi voz como un abrazo anticipado para ustedes. Siempre estaré con ustedes, con quien merece estarlo, por supuesto. Viví en este país hermoso que tanto amé con Gladys, con mi madre, con Sergio Parra, con la izquierda dura, que nunca se doblegó.
Falta gente, faltan amigos, faltan mis desaparecidos, que torpemente casi dejo afuera de esta lista.
El reloj sigue girando hacia un florido y cálido futuro. No alcancé a escribir todo lo que quisiera haber escrito, pero se imaginarán, lectores míos, qué cosas faltaron, qué escupos, qué besos, qué canciones no pude cantar. El maldito cáncer me robó la voz (aunque tampoco era tan afinado que digamos).
Los beso a todos, a quienes compartieron conmigo en alguna turbia noche.
Nos vemos, donde sea.
Pedro Lemebel.
Y así era como se definía a sí mismo.
Nos vemos, donde sea.