«Nada hay más intolerante y tirano que un borrego envalentonado por el tamaño de su rebaño»
Luis Davelouis
La libertad se lleva dentro y se ejerce afuera. Es una decisión, nunca algo que te puedan dar. Soy periodista.«Sóbate la fe»
(título original)
El viernes publiqué una columna llamada “procesión al infierno” en la que básicamente despotricaba contra la manifestación de creencias en el espacio público en la medida que estas obstaculicen derechos tan básicos y vitales como el de la salud. El ejemplo, el Hospital Loayza cerrado por la procesión; sin mencionar las miles de horas hombre que se pierden cuando se desvía el Metropolitano, ni las molestias y la pérdida de bienestar que ello ocasiona a todas aquellas personas que no somos ni queremos ser partícipes y que, a diferencia de “nuestro señor” y su gabinete de relaciones públicas, sí pagamos impuestos.
A estas alturas uno está acostumbrado a que algunos le digan que es un imbécil que no tiene idea de lo que dice y que debe morir por no respetar las creencias de la mayoría como si señalar lo anterior fuera una falta de respeto. No lo es. Tal y como el hecho de que una creencia sea mayoritaria no legitima, en ningún caso, el recorte de los derechos de los demás. Derecho al libre tránsito o derecho a atención de salud, por seguir con los mismos ejemplos y dejando de lado los derechos de quienes creen en otras cosas. También se acostumbra uno a que algunos católicos lo llamen “intolerante de mierda”, en el colmo de la contradicción que, por supuesto, la mayoría de los que dicen algo como eso están incapacitados de percibir. Obviamente.
Encuentro muy interesante la violencia con la que reaccionan muchos de quienes se llaman a sí mismos católicos: “muérete imbécil”, “ya te voy a ver cuando te estés muriendo tú o se te esté muriendo alguien”. Violencia que, pienso, no cabría esperar de ningún verdadero seguidor de Cristo. Y allí me parece que yace la diferencia principal entre un creyente verdadero y un creyente utilitario.
El creyente verdadero no se siente amenazado ni mucho menos ofendido cuando le dicen que su creencia no pasa de ser una superstición más o menos elaborada: Persignarse cuando pasas frente a una iglesia es como regresar a la casa si te olvidaste de la pata de conejo para la suerte, ni más ni menos. Un creyente de verdad practica y esta práctica lo pone automáticamente, más allá de la discusión porque su fe no se quebranta porque alguien le dice que papalindo no existe. Aunque la duda le es intrínseca y necesaria a la fe, quien cree y vive lo que cree, no se cuestiona a un nivel tan básico. Por supuesto, quien cree de verdad no necesita intermediario ni edificio oficial para creer y hacer con lo que cree. Pero esos son los menos y ahí están los sodálites para demostrarlo.
El creyente utilitario necesita el piso que le da la fe ciega, absoluta y sin dudas. Y por eso, porque su fe es tan inflexible se quiebra a la primera pregunta incómoda. Y reacciona como un buen perro guardián de sus propias inseguridades: ladra y luego muerde. O lo intenta. Como un cerdo que embiste escondiendo los ojos y falla, tal cual. No se puede morder una sombra.
Yo fui católico hasta que tuve uso de razón (como a los 10 años) y de ahí en más creer lo que me enseñaban en el colegio o repetían en la iglesia dejó de tener sentido para mí. Sin embargo, fui cristiano un tiempo más, hasta que descubrí que serlo no tiene nada que ver con creer en seres ultra terrenales y/o sobre naturales y/o imaginarios y/o la práctica de ritos que involucran, por ejemplo, echarse al salvador con un trago de su propia sangre y chancarse el pecho por haberlo matado en primer lugar para que nos pudiera salvar (ignoro cómo concilian esto los fujimoristas creyentes que dicen que Keiko no es responsable por los “errores” de Alberto si todos siguen pagando, muy contentos y convencidos, por el pecado original y la crucifixión).
No, para nada. Ser cristiano tiene que ver con una forma de ver y entender el mundo pero sobre todo de vivir, de entender al prójimo, de abrazarlo y quererlo y tolerarlo por idiota, incómodo, pesado y tonto que sea. Ni siquiera importa si Cristo existió, el mensaje es lo valioso. Y, aún más importante, ser cristiano involucra no hacer a otro lo que no quieres que te hagan a ti. “¿Y tú qué reclamas si tú nos ofendes?”, preguntará algún despistado. No reclamo, señalo la inconsistencia de la violencia. Los que se dicen cristianos y creyentes son los otros, no yo. Y por si cierto, si alguien se siente ofendido será quien no tenga claro qué creer, ese que necesita certezas sobre las que apoyar su “fe”. Pobre.
Impresiona, pero no sorprende, que sea el sentimiento menos cristiano de todos el que domina a la canaille, como la llamaba apropiadamente Federico Nietzsche: es la violencia la que mueve a las masas y no es que puedan evitarlo. Porque la violencia no se puede ejercer contra un mensaje sino solamente contra los mensajeros. Como Cristo, igualito. Como no podían matar el mensaje, le dieron vuelta al mensajero. “Por mi culpa, por mi gran culpa”. Atroz.
Y es que sí, nada hay más intolerante y tirano que un borrego envalentonado por el tamaño de su rebaño. Amén.
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Ilustraciones: el genial Montt – http://www.dosisdiarias.com/