periodismo martes, 18 marzo 2008

Mirko Lauer sobre la ausencia de Hildebrandt

cesar-hildebrandt1.jpgLa columna de Mirko Lauer de hoy se titula, simplemente, Hildebrandt:

No soy amigo, ni admirador, ni siquiera simpatizante del periodista César Hildebrandt. Aun así, su columna me resultaba el principal argumento para visitar La Primera. Ahora me dicen que Hildebrandt partió porque el diario izquierdista no tenía manera de pagarle. Con lo cual por el momento Hildebrandt sale de las pantallas del radar periodístico.

Es muy extraño que el periodista que consistentemente gana las encuestas del who is who profesional haya llegado al desempleo. Algunos dicen que ese es un comentario sobre su personalidad. Probablemente sí, o también. Pero no hay manera de que no sea también un comentario sobre los propietarios de los medios audiovisuales en el Perú.

Puede haber una familia de la TV o radio que deteste a Hildebrandt al grado de excluirlo de toda contratación. ¿Pero todas? El periodista mismo ha opinado que su veto llega de las alturas de Palacio, y de allí se expande por todo el ansioso negocio de la noticia. Aunque la idea de un Palacio que influye incluso en los opositores es complicada, no imposible, de entender.

(…) quizás no se necesita poderes o conspiraciones oficialistas para explicarse el ostracismo de Hildebrandt. Cada vez más los dueños de medios en el Perú se han ido acostumbrando a trabajar menos con periodistas y más con locutores. Un Hildebrandt que ha hecho del desafío (incluso al propietario del medio) su razón de ser puede resultar incómodo.

Hay en todo esto algunas lecciones importantes. Una de ellas es que el espacio audiovisual local es más uniforme de lo que parece, que ya es mucho, respecto de qué quiere y qué no. Como en la frase atribuida al columnista Walter Lippman, cuando todos están pensando parecido, nadie está pensando demasiado. Más todavía cuando los principales avisadores piensan todo parecido.

Podemos  no estar siempre de acuerdo con él, pero va quedando claro que Hildebrandt es una presencia necesaria y una ausencia lamentable. Sobre todo cuando lo que más faltan son las discrepancias saludables.