feis domingo, 6 diciembre 2015

Lo que ocurre con Maduro ahora ya es tan pero tan pero tan asqueroso que el Fujimori del 2000 le queda chico

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Elecciones venezolanas. Foto: BBC

Escribe Carlos León Moya

Una antes de irme. Como sabrán, no es que yo sea particularmente democrático (viví feliz en Cuba). Pero mi permisividad hacia gobiernos autoritarios es cada vez menor. Y en el caso de Venezuela, ya es autoritarismo a cambio de nada.

Primero, Venezuela no es una dictadura porque tiene elecciones donde se permite la participación de la oposición. Listo, no lo es. Pero la pregunta no es si hay elecciones o no. La pregunta es ¿en qué condiciones participa la oposición? ¿En condiciones de igualdad? ¿De qué forma usa el oficialismo el aparato público, es decir, dinero, infraestructura, medios de comunicación? ¿Tienen tanto oficialismo como oposición acceso a los mismos métodos de propaganda? Es decir, ¿usa el oficialismo el aparato del Estado en beneficio propio?

Evidentemente la respuesta no es solamente «sí o no», sino en qué medida. Con Chávez sí se usó el Estado en beneficio de una candidatura, pero lo que ocurre con Maduro ahora ya es tan pero tan pero tan asqueroso que el Fujimori del 2000 le queda chico. Sí, el Fujimori del 2000. La oposición casi no ha tenido acceso a franjas electorales en televisión (Globovisión se volvió leal al gobierno, Venezolana no se mete en política, RCTV no existe, VTV ya saben). ¿Recuedan el 2000, no? ¿Recuerdan lo alucinante que era que no hubiese ni un solo canal de señal abierta transmitiendo lo que hacía la oposición? Venezuela se ha convertido en eso. Y omito acá la asfixia a los diarios como Tal Cual, que tuvo que dejar de circular en impreso y volverse solamente digital porque el Estado no les vendía papel periódico.

Además, uno necesita un ente electoral independiente. Si quieres competir en serio, no vas a invitar a Portillo Campbell a la ONPE. Bien, el CNE en Venezuela es tan imparcial que no ha sancionado en ninguna ocasión las innumerables faltas a la ley cometidas por el oficialismo. Ninguna.

Segundo, alguien podría decir «pero es que no es solamente instituciones, el chavismo ha cambiado la vida de mucha gente». Sí, la cambió, claro que sí, por eso fui un buen chavista. Pero han dejado al país hecho un desastre. Un. Desastre. El gobierno se zurró en el bajón de precio de los commodities y se quedó sin plata, misio, aguja, cuando el petróleo (casi lo único que exporta y su única fuente de divisas) cayó en más de la mitad. Agujas. Iluminado por el pensamiento económico de Alan García en 1988, Maduro empezó a imprimir plata: plata, plata, plata, plata, plata y pum, inflación, inflación, inflación, más inflación. Venezuela tampoco produce alimentos, importa el 70% de lo que consume y para esa importación necesita divisas. El Estado las tiene. Hace años hay control de tipo de cambios y los dólares son manejados por el Estado. Esto generó un mercado paralelo que hasta hace unos años era sensato: 4 en el cambio oficial, 9 en el paralelo, casi como Argentina, todo bien. Ya había hurto de divisas -gente que compraba divisas pero no importaba nada y la cambiaba en el paralelo-, pero nada muy demencial. Bien, ahora el tipo de cambio oficial es 6/13 bolívares por dólar (lo siento, ahora tienen varios tipos de cambio oficiales), mientras que en el mercado negra está… ENCIMA de 700 bolívares. Casi un incentivo para robar, que fue lo que realmente pasó. Ahora, uno dirá, pobrecito Maduro, coño, cómo lo han estafado. El problema es cuando uno revisa a quiénes fueron entregadas estas divisas, y sus lazos con el gobierno.

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La inflación bolivariana. Foto: Captura web BBC

Ah, bueno, otra historia es la corrupción de los funcionarios y el enriquecimiento ilícito de varios. Pero bueno, eso ya es tarea para la casa. Pueden googlear. Y si quieren índices, vayan, busquen las cifras. Y si quieren delincuencia, chamo, dale, busca noticias, cifras. Pero no vuelvas a decir que es un problema de Estados Unidos porque a los gringos les chupa un huevo lo que pase en Venezuela. ¿Un país hiperinflacionario y sin dinero, cuyos principales aliados aplican políticas económicas muy distintas a la suya, va a ser una amenaza? ¿Amenaza a quién, a Trinidad y Tobago? Es decir, tienes el problema de ISIS en Medio Oriente, China que se te cuela, Rusia que se pone fuerte, tus problemas de seguridad interna, ¿y te vas a preocupar por un país que, lamentablemente, no convence a nadie?

A mí sí me da pena horrores porque Venezuela tenía infinidad de cosas buenas, infinidad de avances. Recuerdo algunas, varias de sus leyes, el trabajo de sus ministerios, recuerdo que el 2007 ya era obligatorio que todas las computadoras del Estado usaran software libre, recuerdo el apoyo crediticio a los agricultores, sus leyes para las personas con discapacidad, ¡sus canales!, sus canales eran buenos, Vive TV, sus documentales, todavía veo Telesur, las radios comunitarias, la forma en que masificaron la idea de que cada ciudadano tenía derechos, ver a señoras reclamando a un funcionario público por un maltrato, sacaban la Constitución y decían «este es mi derecho, vengo a exigirlo, usted está para servirme», carajo, qué belleza, la inyección de dignidad. Pero todo eso se ha ido a la mierda, arrastrado por un lodazal de incompetencia, abuso y corrupción.

Especialmente abuso. Hasta la incompetencia podría discutirse, pero el abuso jamás. No se puede pasar por alto el abuso. Hace once años sigo las elecciones en Venezuela y es la primera en la que deseo que el oficialismo pierda. Seguramente no lo hará, no confío en el Comité Electoral, encima han cambiado la distribución de las circunscripciones para beneficiarse, pero ojalá pierda. Sería totalmente merecido. No renegaré de mi viejo chavismo ni lo taparé con una sábana, pero siempre hay un punto de quiebre y el mío ocurrió hace buen tiempo. Además, si alguien viene con la triste falacia de que uno debe quedarse en el mismo bando hasta el final, le diré tres palabras: no me jodas.