sociedad domingo, 10 agosto 2014

Esta no es una historia de las playas de Máncora. Es una historia de su gente.

Imagine cinco familias pobres y con hijos discapacitados. Imagine sus casas. Imagine que alguien les construye unas casas nuevas, adaptadas a cada discapacidad específica. Ahora no imagine. Entérese: esto es real y ocurrió gracias a un francés loco que se propuso demostrar que no toda la luz y todo el calor de Máncora vienen del sol.

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publicado en La República
imágenes: Thomas Guimbert / Luis Centurión

– No les voy a mentir, cuando Angelo nació yo me preguntaba por qué Dios me ha enviado un niño así –dijo, entre lágrimas, Karina, el día que Tom y sus muchachos le entregaron la Casa Árbol–.

Angelo nació con parálisis cerebral en una familia de extrema pobreza. Casi no puede hablar ni caminar ni moverse mucho, realmente. Su padre es pescador y casi nunca se encuentra en la pequeña casa que tenían en el barrio del Canal de Máncora. Angelo es el mayor de sus 4 hermanos.

– Ahora sé –continuó Karina– que Angelo es una bendición del Señor.

Angelo y su familia siguen viviendo en el mismo sitio que hace dos semanas, pero el lugar es distinto. La vieja construcción de madera desvencijada no existe más, ha sido reemplazada por lo que un grupo de estudiantes franceses de arquitectura llama “La Casa Árbol”. Dos pisos levantados con caña y cemento, diseñados especialmente para Angelo.

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¿Qué es lo que pasó? ¿Quién fue –si disculpan el juego fácil de palabras– el ángel de Angelo? La respuesta corta: los responsables son un profesor y 25 estudiantes franceses de arquitectura.

La respuesta larga, en las siguiente líneas.

 

Con Thomas en Máncora

Thomas Guimbert (díganle Tom no más) vive en Máncora hace más de cinco años. Llegó por el kitesurfing pero ahora es el dueño de un acogedor albergue sostenible, el EcoLodge, hogar de los mejores desayunos y masajes del norte del país. Un detalle que no debería espantarlo, sino todo lo contrario: sus paredes están hechas de caca de burro. Sí, leyó bien. Tom es un arquitecto verde y vive obsesionado no solo con la sostenibilidad ambiental de sus proyectos, sino que estos guarden una armonía con los materiales de la zona. Descuide: sus paredes no parecen hechas de (ni huelen a) caca de burro.

Arquitectónicamente, Tom se enamoró de Máncora porque, digamos, no estaba atado por las restricciones burocráticas del Primer Mundo (o sea, podía levantar un inmueble sin planos). Sus afanes de experimentación se potenciaron cuando conoció a Gerardo Aghuash, un maestro de construcción aguaruna, que se convirtió en su mano derecha. Gerardo trajo a sus hermanos y entre todos se dedican a realizar los proyectos arquitectónicos más delirantes del balneario.

Team Aguaruna: Martin , Antonio, Jose, Gerado y Calín

Probablemente a estas alturas estén pensando que Tom está loco. Y tienen razón. Pero hay un método en su locura. Sino, no sería profesor de la École Spéciale d’Architecture, de París. Viaja para allá de vez en cuando. El año pasado, antes de ir a dar clases, fue a pedirle consejo a su amiga María Córdova, la directora del colegio para niños especiales Divino Niño Jesús. Quería preguntarle qué podía hacer él por el pueblo que lo había acogido.

Y aquí es cuando empieza nuestra historia.

 

Bamboo Box o La Caja de Caña

En un barrio que apenas ha dejado de ser una invasión, al norte de Máncora, se ve, desde lejos, un gran cubo hecho de cañas de unos 6 metros de altura. Es una sensación rara: en medio de la arena, parece una construcción alienígena y, a la vez, gracias a la caña, su presencia resulta totalmente natural.

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Allí viven ahora Nelson (25), Irma (23) y su hija Anghelina, de 5 años, y que sufre de parálisis motora. Hasta hace un mes, en ese mismo sitio, pero en una casa distinta, sus condiciones de vida se encontraban por debajo de lo básico indispensable. No había ni desagüe y el piso de tierra y arena no era el espacio indicado para la terapia de rehabilitación de Anghelina.

Hasta que un día, María Córdova, la directora del Divino Niño Jesús, les contó algo: sin que ellos lo supieran, su caso había sido estudiado por un grupo de 5 estudiantes franceses de arquitectura que estaban viniendo, desde París, a construirles una casa nueva.

Irma pensó por un momento que era una broma pero, hace un par de meses, se apareció Tom, el francés, en su puerta. Detrás de él, cinco chicos, también franceses, y les dijeron que se busquen un sitio donde vivir durante un mes porque ellos les iban a construir una casa. Mejor dicho: una caja. Más específicamente: una caja dentro de una caja.

Cuatro semanas después, les entregaron eso: el Bamboo Box. ¿Cuál es la idea detrás? La caja exterior, de caña, crea un micro clima que protege la amplia terraza interior, a la que le pusieron un piso de cemento. Así, ahora, Anghelina puede llevar a cabo su rehabilitación sin sufrir con el desalmado sol de la costa norte.

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¿Qué es lo que había sucedido? El año pasado, cuando Tom le pidió consejo a María, ella le recomendó cinco casos realmente extremos. Pobreza y discapacidad es, probablemente, la peor combinación. Tom estudió los casos de las cinco familias. De lejos, nomás, sin avisarles, para no crear expectativas que podrían frustrarse. Así se fue a París y logró que 25 estudiantes de los últimos ciclos de arquitectura adoptaran los cinco casos. Cada grupo de cinco se encargaría de diseñar, desde lejos, casas para las cinco familias recomendadas por María.

 

La Casa Trama o la realidad vs el diseño

Ahora imagine un grupo de francesitas universitarias en shorts, sudando bajo un sol inclemente y taladrando paredes. Si hubiera ido a Máncora hasta hace un par de semanas y se hubiera alejado de la playa para recorrer el pueblo, se habría topado con esa visión.

Después de presentar sus proyectos en clase, los cinco grupos de cinco estudiantes vinieron a ejecutarlos a Perú.

Ninguno de ellos había construido nada antes –dice Tom con la satisfacción del que ve a la vida escueleando a sus alumnos–.  Ellos diseñaron todo proyectándose con los materiales de la zona y el presupuesto, pero la realidad es distinta a lo que ven en el plano.

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La Casa Trama es un excelente ejemplo de cómo los estudiantes tuvieron que adaptarse a la realidad. Pero, además, es una de esas historias ejemplares que se esconden en cualquier rincón insospechado.

La construcción se planificó tomando como base una trama de cuadrados de 50 centímetros con madera de la zona. Producir esos bloques sería mucho más rápido y económico. La casa se construiría usando ese molde, como si fueran muebles de IKEA o rompecabezas. Pero el diseño no contaba con la dramática historia de Johanna.

Desde que murió su madre, Johanna vive en Máncora encargándose no sólo de sus dos hijos, sino también de su hermano José David (23), sordomudo. La Casa Trama se diseñó pensando en eso, pero los estudiantes no imaginaron que la promesa de un nuevo hogar provocaría el retorno de otra hermana: Jessica, invidente.

El padre de los tres es comerciante y vive viajando. Jessica viajaba con él porque nadie podía cuidarla. Cuando se enteraron de que tendrían casa nueva, la hermana invidente regresó. El proyecto tuvo que adaptarse a la nueva situación. Por suerte, las modificaciones fueron sólo superficiales. La estructura de tramas permite que Jessica se guíe dentro de las 3 habitaciones, sala, cocina, baño y patio interior que construyeron los alumnos.

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Johanna, mojada por el champán de la inauguración, y su hermana Jessica. Junto a ellas, aplaude María Córdova, del colegio Divino NIño Jesús. A la derecha, con polo rojo, José David.

Una sola piel para los 10  hermanos

Una vez que, en París, Tom había conseguido el entusiasmo de su alumnos, tocaba lograr algo más difícil: dinero. Gracias a Internet, no fue tan complicado. A través del portal de crowdsourcing (financiamiento masivo)  kisskissbankbank, Tom recaudó un total de 25 mil euros, de un total de 74 donantes, para financiar las cinco casas. Sus alumnos trabajaron ad honorem durante un mes. Tom los alojó en su casa y él tuvo que mudarse a su hotel. Gerardo y sus hermanos aguarunas aportaron su experiencia y su flexibilidad ante planos que tenían que ser constantemente adaptados a los materiales disponibles o a la siempre cambiante la realidad.

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El trabajo en París constrastó con la realidad en Máncora

Algunos de los estudiantes no estaban preparados para la pobreza real del tercer mundo. Por ejemplo: el caso extremo de Rosa Elena y sus diez hijos. Ellos vivían en un pequeña casa con solo dos habitaciones y un patio que Tom, eufemísticamente, llama «poco sano». A esto habría que agregarle el silo comunal adyacente que, gracias a la dirección de la brisa marina, creaba algo que podríamos llamar un problema grave de ventilación, aunque esas palabras no reflejen la magnitud de la dramática situación de salubridad que encontraron los estudiantes (alguno casi no soporta los fuertes olores de la vivienda original).

Uno de los 10 hijos que vivía apiñado en una de las dos habitaciones, se llama Juan (29) y tiene síndrome de Down. Uno de sus hermanos confiesa que no sabían muy bien qué hacer con él. A veces, Juan sufre de convulsiones. Casi siempre dejaban a Juan dentro de la oscuridad y el ambiente abombado de la vieja casa.

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La casa piel por dentro

Pero Juan resultó la boleta de entrada para Tom y sus estudiantes, que agregaron un segundo piso, tres nuevas habitaciones (una de ellas solo para Juan) , transformaron el silo en la cocina y colocaron un baño en el extremo opuesto de la brisa marina.

El día de la inauguración, Juan presumía ante sus hermanos, orgulloso, de la casa construida gracias a él.

 

Lo que no sale en tus fotos de Máncora

Máncora tiene una doble condición de pobre y cosmopolita. Muy poco del dinero de los turistas se refleja, en serio, en los bolsillos de sus habitantes, que, aún así, están acostumbrados a que circulen por sus calles, incluso por las más alejadas de la playa, representantes de las más distintas etnias y nacionalidades humanas.

Las casas de las cinco familias se encuentran en los barrios más pobres de Máncora. Por eso, los 25 estudiantes se entregaron a la construcción de sus proyectos sin llamar, demasiado, la atención ni de los turistas ni de los mancoreños.

Los futuros arquitectos ya empezaron a regresar a Francia. Acá se quedan las vidas que ellos cambiaron para siempre. En la Bamboo Box, la pequeña Anghelina ya empezó su rehabilitación y sus padres, Nelson e Irma están considerando, ahora, tener otro hijo.


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En la planta baja de la Casa Árbol ahora vive Angelo, con espacio suficiente para sus terapias. Su familia vive en el segundo piso. Gracias al peculiar diseño de la casa, ellos pueden cuidar a Angelo en todo momento porque todos los espacios son visibles. Eso sí: mediante un juego de aberturas con las cañas, se preserva la privacidad de todos. Es más, desde afuera nadie puede ver hacia dentro y, en cambio, desde el segundo piso se puede ver, incluso, hasta el mar.

Hay una quinta casa: la Casa Lama. Este proyecto todavía se encontraba en construcción al momento de la realización de esta nota y es otro perfecto ejemplo de cómo los estudiantes tuvieron que adaptarse a la realidad. La casa se diseñó pensando en Natalie, madre soltera y con dos hijos, uno de 6 meses y Sneider, 5 años, con microcefalia.

Pero, al llegar, los estudiantes descubrieron que el inmueble quedaba frente al cementario, rodeado por una acequia y con un patio detrás, compartido con otra casa. La adaptación se hizo rápidamente y para cuando usted lea estas líneas Sneider ya vivirá en su nuevo hogar.

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Una inversión mínima, hotelera, en un balneario turístico, decidió hacer algo por sus vecinos, los que se limitan a ver pasar todo ese dinero que circula en su pueblo. En Máncora, como en tantos enclaves turísticos  –o como en tantas zonas de impacto de inversiones extractivas–, la plata debería estar llegando sola. Pocas veces nos detenemos a pensar en el gran escándalo que significa de la persistencia de la extrema pobreza en sitios donde llega el dinero de todo el mundo a nuestro país. No es algo que nos guste ver en nuestros clásicos álbumes de Facebook del viaje a Máncora.

Tuvo que ser un arquitecto francés surfer quien –usando a sus amigos, a sus alumnos y un poco de recaudación por Internet– cambiara la vida de cinco familias.

– No es porque yo sea francés o peruano –me refuta Tom, mientras se toma un vino– es porque ellos son mis vecinos. Y yo soy vecino de ellos. Eso nada más.

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Buena, Tom.