noticias sábado, 1 julio 2006

El pan con mantequilla más rico del mundo y otras aventuras culinarias (finale)

(escenas del capítulo anterior)

Durante la semana que desayuné caviar todos los días entendí la fama internacional de la comida peruana.

Estaba en Suecia y, como todos deberían saber, en las mesas escandinavas no hay muchas opciones: o embutidos o salmón o alce o reno o, si la Peugot te aloja en un buen hotel, caviar. Y nada más.

Los dos primeros días pueden ser sorprendentes, pero una semana después lo único que quieres es un arroz chaufa o una parihuela. Nuestro paladar simplemente no resiste la monotonía.

Estamos malacostumbrados, pues. Malacostumbrados a que en cualquier rincón de este riquísimo país podamos satisfacer plenamente nuestra hedonía. Por ejemplo, el mejor ceviche de trucha de los Andes se prepara en un pueblo insólito: Cabana.

El ceviche es tan bueno que terminé incluyéndolo en un divertido reportaje cuasiturístico sobre la infausta tierra de nuestro presidente.

Ojo que los limeños pueden acercarse a esta maravilla sin necesidad de viajar las doce horas que nos separan de la capital de Pallasca: aunque no tan frescas, las truchas cabanistas se venden en Wong («pero estamos de pena porque no dicen ‘truchas de Cabana’, tiene que decir, pues»).

Las delicias inesperadas son más sabrosas. Y Cabana es un sitio insospechado. No sospeché que hubiera tantos Sifuentes en el pueblo. Menos aún imaginé, cuando conocí a mi simpática y acogedora tía Faustina Sifuentes (en la foto), que ella sería la enviada de los dioses para deleitarme con uno de los manjares más exquisitos concebidos por la civilización humana: el pan con mantequilla.

Uf. Era el pan con mantequilla más rico del mundo: Una hogaza serrana, calientita, fragante, untada en cantidad precisa de una mantequilla casera perfecta e indescriptible.

Hummm. Es uno de los recuerdos que me llevaré a la tumba.

(Ah, pobres suecos. Si supieran lo que se pierden en el desayuno.)