El pan con mantequilla más rico del mundo y otras aventuras culinarias 2
(click aquí para las escenas del capítulo anterior)
Escenario: Una chatarra voladora en la que entrábamos, con las justas, diez personas.
Dramatis personae: Ocho periodistas, Jorge del Castillo y Alan García. Yo me senté delante del candidato, en uno de esos asientos que encaran al que está al frente. Ya saben, como en las combis.
Espacio tiempo-histórico: Primera vuelta, después de un mítin de García en Andahuaylas. Los «compañeros» locales le habían regalado una docena de cuyes chactados, la especialidad de la zona, y Alan decidió repartirlos en pleno vuelo.
Se abre el telón.
Apenas García empezó a engullir su roedor, volteó la mirada hacia Del Castillo, quien -solapa nomás- evitaba tocar el plato de fondo y se entretenía con la papa y el tamal que lo acompañaban. Resulta que a Jorgito no le gusta el cuy. Alan, por supuesto, lo sabía y se entretuvo un buen rato haciendo escarnio público de su aburguesado compañero.
Fue una lorneada tan salvaje que he preferido borrarla de mi memoria.
Lo peor es que yo había estado haciendo las mismas fintas que Del Castillo. De pronto, Alan me miró. Yo lo miré. Alan sonrió y me hizo un gesto con las cejas, chequeando mi cuy invicto. Era un momento decisivo. Mi valentía e independencia periodísticas estaban en juego.
Así que no me quedó otra que tragarme mis remilgos junto al cuy andahuaylino. Y calladito nomás, para no darle ninguna excusa al bully presidenciable.
A decir verdad, la rata no estaba nada mal. De hecho, la disfruté mucho. Además, el futuro presidente no pudo con su genio y durante el vuelo se despachó en consejitos tipo «el secreto del sabor está en el pellejo» que iluminaron la degustación.
Cuando aterrizamos, mis coleguitas y García -que repitió el plato- coincidieron en que era el mejor cuy que habían comido jamás.
Amén, compañeros.
Claro, Andahuaylas no es precisamente un sitio con muchas probabilidades de aparecer en el próximo libro de Gastón Acurio. Pero, vamos, un adobo dominguero en Arequipa o un juane de chonta en Tarapoto no lo son todo en esta (buena) vida. El Perú está lleno de exquisiteces por doquier.
Por ejemplo, una guía gastronómica que se respete no podría -jamás- olvidarse de Cabana.