Amy Wallace, ¿la última amante del nagual peruano?
Escribe: Ybrahim Luna
“De pronto, se hizo a un lado y aparcó. -¿Eres consciente de en qué te estás metiendo, chica? ¿De lo serio que es? -Sí. -Esto es peligroso, preciosa. No hay vuelta atrás. -Lo entiendo –dije completamente metida en el lío” (Amy Wallace).
En 1968 vio la luz el libro que marcaría a toda una generación por su belleza narrativa e innumerables revelaciones mágicas, The Teachings of don Juan: A Yaqui Way of Knowledge (“Las enseñanzas de don Juan: una forma yaqui de conocimiento”). Su autor, el cajamarquino Carlos César Salvador Arana Castañeda nacido en 1925, nacionalizado estadounidense en 1959 y conocido mundialmente como el elusivo Carlos Castaneda, se basó en sus experiencias de vida con el brujo yaqui don Juan Matus en el desierto de Sonora, y en el consumo de peyote, plantas y hongos alucinógenos, para elaborar su tesis y tentar una maestría en Antropología en la UCLA de Los Ángeles. La tesis, que se publicó como libro de no-ficción por la University of California Press, trataba de los “estados de realidad no ordinaria” como método iniciático del hombre común para “detener el mundo”, y de los sacrificios, aprendizaje y disciplina necesarios para ser “un hombre de conocimiento”.
La obra de Castañeeda fue fichada por la editorial Simon & Schuster, al mando de Michael Korda, y en más de dos décadas aparecieron una docena de libros (algunos best seller) que abordaban desde experiencias antropológicas hasta una militante filosofía chamánica adoptada luego por lo New Age. Con ello llegó la fama y el dinero, y también el secretismo: esa necesidad de borrar la historia personal para no estar atado a nada ni a nadie. Aunque al nagual le gustaba fluir entre dimensiones alternas: o en alejados pueblos mexicanos o en cocteles con estrellas de Hollywood. Oficialmente se casó con Margaret Runyan con quien crió un hijo, Carlton Jeremy. Todo indica que también tuvo una hija peruana.
En su etapa final —la más controvertida— además de rodearse de sus “brujas”, mujeres que aseguraban haber recibido enseñanzas del mismísimo don Juan Matus, perfeccionó la práctica de pases mágicos con el nombre prestado de Tensegridad, y consolidó una empresa que manejó sus finanzas y “conocimientos”: Cleargreen.
¿Pero, quién fue realmente Castaneda? La escritora Amy Wallace, cautelosa seguidora y amante del chamán, intentó responder esa pregunta desde —según su versión— su dolorosa experiencia sentimental con un nagual bastante humano e imperfecto. Muchos lectores quedaron desconcertados con la autobiografía que publicó en 2003: “Sorcerer’s Apprentice: my life with Carlos Castaneda”, que apareciera en el 2005 bajo el título en español de “Aprendiza de Bruja: mi vida con Carlos Castaneda”.
Amy Wallace nació en Los Ángeles en 1955, fue hija del famoso escritor norteamericano Irvin Wallace y de Sylvia Wallace. Con los suyos fue retratada por la revista Life como ejemplo de la perfecta familia estadounidense. Colaboró con su hermano y padre en la edición del best seller “Book of Lists”. Como autora publicó varios libros de diversa temática.
Amy conoció a Carlos a los 17 años en el verano de 1973, gracias a los contactos de su padre, quien compartía editor con el gurú:
“Vi a Carlos de pie en la puerta. Era exactamente igual de alto que yo (1.58 m), agradablemente rechoncho y vestía inmaculadamente un traje oscuro y corbata –nada que ver con el atavío de chamán-… Su pelo era una tupida mata de rizos negros, tenía una sonrisa luminosa y unos ojos oscuros y reconfortantes”.
Fue una cena en la casa de unos amigos aderezada con las historias exageradas y cómicas que relataba el nagual. Una noche inolvidable.
De allí en adelante, Amy y Carlos se vieron de manera irregular durante 19 años, en los cuales ella le enviaba cartas y él la visitaba en la casa de sus padres o la llamaba para contarle los contratiempos con sus discípulos o narrarle fábulas de magia urbana. Amy lo veía a menudo escoltado por dos mujeres, eran sus “brujas”, prestas en las artes marciales y conocimientos chamánicos, se trataba de Taisha Abelar y Florinda Donner (ambas estudiaron en la UCLA como Castaneda), a quienes se les sumaban Carol Tiggs, conocida como la “mujer nagual”, y Nuri Alexander, “la exploradora azul”. Sus nombres reales eran, respectivamente, Maryann Simko, Regina Thal, Kathleen Pohlman y Patricia Partin.
Iniciados los noventa la escritora y el brujo coincidieron sus destinos. Ella pasaba sus días vulnerable debido a un divorcio y a la muerte de su padre debido al cáncer, tomaba Prozac en un tratamiento experimental e intensificaba la práctica sanatoria del chi kung para salir del hoyo. Mientras Castaneda, sesentón, seguía brillando, aunque con una luz diferente. Tiempo atrás, la prensa y especialistas habían advertido serias inconsistencias en la versión del nagual, como la desaparición de sus notas de campo, el que los indios yaqui no usaran el peyote, que la sabiduría de don Juan no coincidiese con la herencia ancestral mexicana, el que se lo haya visto en la ciudad cuando aseguraba haber estado aprendiendo en el desierto o que algunas de sus ideas coincidiesen con las aparecidas previamente en otros libros de antropología. Entre sus críticos más tenaces resalta el autor Richard de Mille, quien le dedicó un par de libros, siendo el más conocido: “The Don Juan Papers: Further Castaneda Controversies”, donde asegura que don Juan nunca existió. Para entonces, Castaneda había desaparecido ya de la mayoría de sílabos de Antropología.
Pero a Carlos eso lo tenía sin cuidado, lo ocupaban otras inquietudes y distracciones. Según la autobiografía de Amy: “Carlos rechazó ofertas de Dino de Laurentiis, Jim Morrison, Pier Pasolini y Alejandro Jodorowsky. El director Oliver Stone le puso “Ixtlan Films” a su productora por el tercer libro de Castaneda. Además de haber sido amigo de Federico Fellini y Mastroianni […] A Carlos, Hollywood le divertía un montón. Le encantaba explicar una fiesta en que estuvo con Sean Connery, Steve McQueen y Clint Eastwood. ‘Eran gigantes’, decía agitando los brazos…”.
Amy relata en su autobiografía que el reencuentro con las brujas se dio en el momento más difícil de su vida. Las brujas, que también perdieron sus notas de campo como Carlos, daban talleres y conferencias sobre sus libros y vidas pasadas en el infinito de la “Segunda Atención”. Posteriormente algunas revelarían que nunca conocieron a don Juan, sino que Carlos fue el nexo mágico de sus conocimientos, como si se tratase del mismo don Juan. Eran mujeres muy tiernas un día y muy drásticas al siguiente. Amy relata que dos de ellas se casaron simbólicamente con Castaneda en Las Vegas a mediados de los noventa. Eran volubles feministas, las guías de un grupo conformado por más mujeres y algunos hombres, como Tony Lama o Guido Manfred, que deseaban encontrar la verdad junto al nagual.
A pesar de su necesidad afectiva, Amy rechaza la primera invitación para pertenecer al grupo. Pero Carlos la llama y le cuenta que el espíritu de su padre, Irvin Wallace, pena sin descanso y que sólo juntos podrán liberarlo. Este fue el primer paso del chamán, según la narración de Amy. Las brujas, que solían llevar vestimentas similares y el cabello muy corto, la vuelven a invitar. Así empieza su travesía tragicómica en el teatro de lo irreal. En poco tiempo ella y Carlos son amantes. Pero la magia dura poco, el mismo Carlos la acusa de haberlo querido matar con energías contaminadas al acostarse con él mientras tomaba Prozac. Amy atraviesa una etapa complicada, recuerda a su madre cruel y a su padre carismático pero ausente, poco que ver con la perfecta familia “americana” que retrató alguna vez la revista Life.
Sin relaciones familiares y con una desmedida dependencia del grupo, del que estaba a punto de ser expulsada, piensa en el suicido. Sin embargo, antes, Amy contrata a un detective para seguir al nagual y confirmar si suele tratar así a sus parejas: queriéndolas y abandonándolas. Pero las brujas pronto la vuelven a considerar, bajo vigilancia y siempre a prueba. Le exigían, como a todos, que abandonara su conexión con lo cotidiano, con las cosas y seres más queridos. Uno de los capítulos de su libro lleva por título “Regalo mis gatos, me hago camarera y escandalizo al infinito”. Carlos la quiere una temporada, la llama su esposa, la detesta luego, nada parece estar bien, y de repente una sonrisa aprobadora, todo conocido como “el amor duro del brujo”. Ella nota muchas contradicciones entre lo que dicen los libros, lo que enseñan en el grupo y lo que se hace en realidad. Las brujas la relegan, según Amy, por el favoritismo que el nagual le muestra.
Amy, según su versión, entiende que Carlos tiene intimidad con todas y que nunca habrá “una” especial. Ella misma se enamora de otro integrante llamado Guido, lo que a Carlos no parece fastidiarle. Amy quiere encajar pero siempre se queda un paso, la aceptan solo como un satélite. Así Amy pasó casi nueve años en el mundo de la brujería, sin querer irse y sin poder quedarse del todo.
“Mi proceso de descubrimiento de que yo era parte de un harén, de hecho, fue muy lento […] Estaba el orgullo que sentíamos como grupo por ser “anormales”: la moralidad formaba parte del orden social. […] La moralidad era para los aburridos”.
Un día Carlos anunció a sus discípulos que padecía de diabetes, pero los tranquilizó asegurándoles que detendría su reloj biológico por unas décadas para que los males de la enfermedad no lo alcancen. Pero lo alcanzaron y debilitaron mucho, haciendo que recurra a la insulina. Aunque lo devastador vendría años después, tras el diagnóstico de cáncer de hígado. El grupo se enteró de a pocos y quedó desolado, sobre todo por la idea de que el nagual no partiría como don Juan, ardiendo bellamente de adentro hacia fuera para ascender al infinito como lo hacía en uno de los libros. El nagual pasó sus últimos días recluido en su habitación, repasando viejas películas de guerra y dando instrucciones de cómo manejar su empresa.
Parte de esta etapa fue registrada subrepticiamente en fotos y videos por una pareja que no fue admitida por el grupo. Se trataba de Greg y Gaby Mamishian, quienes espiaban a Carlos y a sus acólitas, sus movimientos, incluso su basura, buscando pruebas indiscutibles de la inmortalidad de su ídolo. A ellos se les debe las últimas fotos de un Carlos de pelo cano, envejecido y delgado.
Las brujas principales -sin Amy, a quién llamaban Ellis-, desoladas por la realidad terrenal, no encontraron otro camino que desaparecer, o huyendo a otras tierras o haciéndolo física y definitivamente. Los medios supieron del deceso de Carlos en junio de 1998, dos meses después de acaecido, cuando su cuerpo había sido ya cremado y sus cenizas esparcidas en el desierto de México. Hasta la actualidad se desconoce el paradero de su grupo más cercano, todo apunta al suicidio.
En 2003 fueron hallados huesos humanos en el Valle de la Muerte, al sureste de California. Tras las pruebas de ADN, en 2006, la policía determinó que le pertenecían a Patricia Partin, “la exploradora azul”. Se cree que en 1998, tras la muerte de Carlos, ella tomó su coche y viajó a toda velocidad hasta aquella zona árida esperando “elevarse” en el camino. Murió perdida y por deshidratación.
Amy dio entrevistas a medios escritos y fue consultada por BBC Four para un documental sobre Castaneda. Los defensores de Carlos piden no creer en ella, ni siquiera a tomarla en cuenta. La describen como una mujer despechada, megalómana, que no logró el amor del chamán y que fue expulsada por no dar la talla para ascender a bruja mayor, que no hay pruebas suficientes de su relación. Los seguidores de Castaneda creen, con cierta razón, que el enigma de su vida personal es insignificante comparado con su obra total.
Para otros siempre quedará intacta la dimensión literaria y filosófica de ese cajamarquino que un día conquistó EE.UU. con sus relatos. Aunque a veces se pregunten, ¿si creímos que el nagual fue capaz de convertirse en cuervo, salir volando, hablar con coyotes y lagartijas, y lanzarse a un precipicio sin sufrir daño alguno, basados únicamente en una fe agnóstica setentera, por qué no creerle a esta mujer que asegura haber sido su amante?
En el epílogo de su autobiografía Amy sentencia: “No creo que Carlos fuese un estafador que malévolamente fuera en busca de dinero y mujeres. Estoy convencida de que creyó en su sueño hasta el final, y que dio lo mejor de sí mismo para hacerlo realidad. Con el paso del tiempo, cometió errores inmensos debidos a falta de criterio, narcisismo y a su enfermedad. Y en su postrera década, creó una secta…”.
Amy Wallace murió en agosto de 2013, en su casa en Los Ángeles, víctima de un mal cardíaco.