3 perfiles parecidos a los de 3 expresidentes que confirman que el Perú es como un colegio
El Perú parece un colegio
Allí siempre había el pendejo que incitaba a los apanados, que se robaba la lonchera de los otros, que cobraba por dar la respuesta de los exámenes, y hasta te pedía cupo para no hacerte callejón oscuro a placer. Alto y gordo, a ese nunca -nunca- le pasaba nada. ¿Por qué? Porque era más vivo, más pendejo, más recorrido. Porque con las primeras amenazas de expulsión aprendió a hacerse el inocente y esconder las evidencias. Porque los profesores se habían resignado y ya ni lo castigaban cuando lo veían con unas zapatillas españolas que acababa de robar. Ya no era sujeto de sanción sino un elemento más del salón, como la pizarra o la tiza.
También estaba el pendejo silencioso que se hacía el chancón de la clase con disciplina oriental, pero en verdad era tan rata como el otro. No era tan visible (tenía buenas notas, iba siempre limpio, no había sido Presidente), pero tenía las mismas mañas. Peor aún, tenía saña: no solo le metía patada a la mochila del lorna, sino que además le metía su pollazo con flema. No solo le quitaba el pan con mantequilla, sino que le metía un moco y se lo devolvía. Mientras el primero parecía hacerlo por diversión, este parecía hacerlo por pura crueldad. Además, era tan cara de palo que cuando los otros caían, él sonreía y aplaudía y se frotaba las uñas contra el kimono reluciente.
Y también estaba el pobre hombre que siempre fallaba en hacerse el pendejerete. El que siempre caía: buen corazón, medio tarado, muy mala suerte. El que daba solo un lapo en el apanado, el último, el más suave, el más amical, pero era justo el único ampayado por el profesor y castigado con crueldad. El que no pateaba la mochila, tampoco saltaba encima de ella como el gordo, tampoco le metía pollo con flema como el oriental, sino que apenas lo rozaba con la punta de su Bata pero justo, justo, justo cuando el Profesor ingresaba al salón. Más que un líder de la Mafia o el socio de la Yakuza era el Chavo del Ocho: el último en hacer la palomillada, el más benigno en ejercerla, pero el primero en ser detectado y castigado con crueldad. La tarde entera parado en el patio, cuatro horas haciendo ranas, la citación a sus padres que son violentos y locos. La prisión preventiva cuando era el único que había entregado su pasaporte y no tenía peligro de fuga.