noticias , Salud , sociedad Domingo, 30 agosto 2020

Mi padre tuvo covid y estuvieron más cerca de él los amigos (y hasta los charlatanes) antes que el sistema público de salud

Wuhan en casa

César Gabriel me preguntaba con frecuencia: “Andy, ¿cómo apareció el coronavirus?”. Mi hermano tiene nueve años y mucha curiosidad por saber más sobre la enfermedad que lo obligó a mirar las calles únicamente desde la ventana. Sabía que surgió en una ciudad china llamada Wuhan y que, en solo meses, ya no solo era una noticia de Internet, sino del barrio, donde se llevó la vida de seis vecinos. Su llegada a casa era inevitable.

Ocurrió la segunda semana de agosto. Mis padres, que no pasan de los 50 años, empezaron con los síntomas leves de covid-19 una semana antes de que fueran al hospital San José del Callao, administrado por el Ministerio de Salud. Cuando acudieron, a ella no le hicieron ninguna prueba porque ‘ya no había’. Igual le recetaron un tratamiento contra el coronavirus y, por suerte, mejoró.

A él, en cambio, le aplicaron una prueba rápida que dio negativo. El tratamiento que le prescribieron fue uno para contrarrestar una simple bronquitis. Le advertí que no se confiara porque los tests rápidos dan falsos negativos y no sirven para la detección y atención temprana. Cuatro días después, lo confirmamos. Él no podía respirar. Estaba agitado, con fiebre, dolor de cabeza y una saturación por debajo de 90. Gran parte de los pulmones ya estaban afectados.

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Desde abril, varios epidemiólogos advirtieron del peligro de las pruebas rápidas. Imagen: Captura de Twitter

Dentro de todo, mi papá tuvo suerte: su hermana es enfermera. Sus amigos médicos la guiaron para iniciar el tratamiento covid en casa. César Gabriel, entonces, presenció la transformación de la casa en Wuhan. Mis padres fueron aislados. Nadie ingresaba al piso sin mascarilla ni bata de bioseguridad. Los dos hijos mayores vaciamos desesperadamente los bolsillos para conseguir medicinas. Los familiares telefoneaban para conseguir oxígeno. Todo mientras la angustia se acomodaba como la nueva inquilina de las próximas semanas.

Hubo un ir y venir de balones de oxígeno. Alquilar era más barato que comprar. Un balón de 10 litros puede costarte hasta S/ 4000. Alquilarlo por diez días, S/ 1200. Rellenarlo es otro gasto de S/ 200 diarios, aproximadamente. Intentamos reemplazar los balones por una máquina portátil (cuyo alquiler por siete días es de S/ 1200), pero dos cortes intempestivos de luz en la zona, a cargo de la empresa ENEL, nos obligaron a continuar principalmente con los tan deseados balones.

Trasladarlo a un hospital no era una opción para él. Temía ser abandonado sin el menor cuidado como muchos sospechan que sucede en el Minsa o EsSalud. Creía que entraría de pie y que saldría solo para ser un número más de los casi 30 mil fallecidos. Fueron los familiares, vecinos y amigos quienes suplieron la chamba del Estado. Organizaron colectas que ayudaron a pagar los balones, los medicamentos y la comida.

Fueron ellos quienes salvaron la vida de mis padres.

Imagen original: Xinhua/Mariana Bazo

Imagen original: Xinhua/Mariana Bazo

***

El primer domingo con oxígeno artificial, un tío llegó a casa con uno de esos ‘primos’ que nunca conoces de nada. El desconocido ‘pariente’ llevaba una bolsa negra que envolvía un frasco pequeño en su mano derecha. Traía la mascarilla por debajo de la nariz. Tuvo más cuidado cuando me ofreció «el medicamento» que traía. No dijo que curaría el covid-19, sino que complementaría el tratamiento. «Lo va a ayudar a respirar más rápido, lo va a oxigenar».

— Te agradezco las ganas de ayudar, pero preferimos que mi papá siga con el tratamiento de los doctores —le respondí al intuir lo que me iba a presentar. Ante su insistencia, le pregunté por el nombre de la dichosa fórmula.

— Es el oro milagroso —le escuché decir.

— ¿Eso no es dióxido de cloro?

— Eso, eso, primo —respondió como si tuviera vergüenza de mencionarlo.

Cuando le confirmé que no, se puso en guardia cual fanático religioso al que le respondes que no crees en dios después de que ha tocado insistentemente tu puerta. «¿Y por qué motivo, primo, si se puede saber? No debe creer en todo lo que dicen las noticias ni la OMS. Esto es un genocidio». Controlé mis ganas de darle de tomar su propia lejía, le agradecí su intento de ayudar (si es que acaso lo hubo) y le pedí que se retirara.

Al día siguiente, cuando mi padre ya se encontraba más estable, me escribió inesperadamente a Twitter otro completo desconocido. Se identificó como ‘Luis Ricardo Mena Fuentes’. En Linkedin se presenta como un ‘pastor y empresario en iglesia cristiana’. Había leído mi tuit en el que reclamé a Enel por el corte de luz y me dijo por DM:

«Por favor, consume los factores de transferencia, lo saca del covid. Es un producto americano, unas proteínas que equilibran y potencian el sistema inmune».

Le escribí de puro sapo al WhatsApp que me dejó. Me habló del ‘Transfer Factor Plus’, un producto de una empresa de suplementos llamada ‘4Life’. El frasco de ‘vitaminas’ costaba S/ 244. Él me recomendaba tres. Eso sí, me dejó su código para comprarlos y así ganar puntos.

Imagen: Captura de Linkedin

Imagen: Captura de Linkedin

La aparición de ambos charlatanes no fue una sorpresa para mí. Lo que sí me causó sentimientos encontrados fue saber que ellos estaban más cerca de los enfermos que el propio sistema público de salud.

Los llamé cuatro veces al 113. La primera, para alertar que mi padre tenía los síntomas. La segunda, para insistir. La tercera para registrar que ahora mi madre los mostraba. La cuarta, para reportar mi propio problema para respirar.

Mis llamadas se perdieron en las ‘cerca de dos millones de llamadas’ que ha recibido esa línea durante la emergencia, como informa orgullosamente el Minsa.

Nunca vinieron.

Nunca devolvieron la llamada.

No sabré (hasta que mejoremos económicamente y podamos pagar nuestras propias pruebas moleculares) si César Gabriel o los demás miembros de mi familia nos contagiamos y si debemos empezar algún tratamiento de recuperación pulmonar.

De lo único que estoy seguro es que si tus padres o tú tienen SIS durante una pandemia, la única seguridad que tendrán es que solo pueden contar con la solidaridad de los familiares, amigos y vecinos. Tenernos los unos a los otros ya es mucho, pero sigue siendo suerte.