corrupción , noticias , politica Viernes, 17 abril 2020

Un año sin Alan: renunció dos veces a su candidatura y se disparó en la mano cuando le negaron el asilo en Uruguay

Hoy se conmemora un año desde que Alan García se disparó en la cabeza cuando la Fiscalía y la Policía llegaron a su casa a arrestarlo por el escándalo de corrupción Lava Jato. Los pocos simpatizantes que le quedaba decían que iba a pasar a la historia como un valiente estadista que prefirió la muerte a la deshonra de la cárcel. A un año de su suicidio aún nos queda el recuerdo de sus patadas, sus amenazas y sus intentos de huir. Sobre esto último es que escribe la periodista y escritora, Rafaella León, en el fragmento de una crónica para El Comercio. 

García en su laberinto. Intervención: Útero.Pe

García en su laberinto.
Intervención: Útero.Pe

Vamos a recoger algunos pasajes de su texto llenecito de detalles que resumen un poco lo que fueron los últimos años de Alan García. El contenido solo está disponible para los suscriptores del diario, pero como estamos en crisis, sabemos que no todos podremos pagar, así que recogemos aquí las mejores partes del texto de Rafaella León, quien además es autora del libro «Vizcarra, retrato de un poder en construcción».

1. Alan renunció dos veces a su candidatura en el 2016

Alan García no tenía muchas ganas de ser candidato. Había perdido el entusiasmo de otros tiempos para hacer campaña. Sentía que volver a someterse a un proceso electoral era como empezar de nuevo el colegio.

«El 10 de diciembre del 2015 -dos meses después de haberla presentado renunció a su candidatura por primera vez. Incluso lo puso por escrito en una carta que no se oficializó. “Estoy convencido de que mi candidatura no es lo más conveniente (…), considero haber cumplido mi misión (…), le falta al partido reencontrar la ilusión…”. Había reunido a los miembros de la dirección política de la campaña -Gonzales Posada, Barreda, Velásquez, Del Castillo, Mulder, Arana, Quesada y Otero- y expuso durante largos minutos sus razones. “La situación es de derrota. Quiero oír sus opiniones”.

(…)

“Tuvimos que convencer a Alan para que se quede”, recuerda Del Castillo. “Éramos conscientes de que siempre es bueno tener la representación parlamentaria”.».

La segunda vez que renunció también fue porque las encuestas revelaban la resistencia a su candidatura.

«En enero volvió a plantear su renuncia. Parecía decidido, esta vez sí, a convencer a la dirección política de que había que ahorrarse la humillación de la derrota. Le aliviaba saber que no dejaría en el aire a la alianza: la elección de parlamentarios seguía su curso, aun sin candidato presidencial. Tampoco esta vez lo dejaron irse y tuvo que acatar. “Fue una decisión colectiva. Había que dar la batalla hasta el final…”.».

2. «Ya ganamos»

Rafaella cuenta algo más sobre esos meses de angustia. Cuando Julio Guzmán y César Acuña fueron excluidos de la contienda electoral, Alan tuvo la esperanza de que esos votos vayan a parar a su candidatura, pero luego la realidad volvió a golpearlo.

«Para marzo, con Julio Guzmán y César Acuña excluidos de la carrera electoral, García recobró el entusiasmo. “Ya ganamos”, comentó a un integrante de su equipo durante una gira por Pisco e Ica, suponiendo que los votos huérfanos recalarían en él. Pero el 4,3% en las encuestas nunca más varió. Mientras grababa con Otero el último mensaje al país como candidato se apartó de la cámara, derrotado. No podía seguir. Alguien en el estudio le dio ánimos, pero fue peor. A 72 horas de las votaciones no sabía si era preferible quedar como traidor, al abandonar a sus electores, antes que acabar como un perdedor. “Estoy cargando una cruz”, le comentó por aquella época al periodista Fernando Vivas».

3. De «los cagué a todos» al disparo en la residencia del embajador

Alan captado mirando a la prensa afuera de la residencia del embajador uruguayo. Foto: La República

Alan captado mirando a la prensa afuera de la residencia del embajador uruguayo.
Foto: La República

Útero.Pe fue el primer medio que reportó la llegada de Alan a la residencia del embajador de Uruguay en Perú, Carlos Barros, y el pedido de asilo político a ese país el 18 de noviembre del 2018. De hecho, fueron varias puertas las que tocó Alan en busca de una salida. Por las conversaciones telefónicas sostenidas con el presidente uruguayo Tabaré Vásquez, por un momento tuvo la esperanza de que aceptaran asilarlo.

«Los días pasaban y no cabía más que esperar una respuesta definitiva del gobierno uruguayo. Había sido auspiciosa una llamada inicial directamente con el presidente Tabaré Vázquez, y luego con su canciller Rodolfo Nin. Vázquez le pidió paciencia –“estos trámites suelen demorar”- y le ofreció conversar directamente en Montevideo. Tanta amabilidad le sonó a predisposición. Al fin una buena noticia después de muchos días amargos. “Los cagué a todos estos que quieren verme preso”, comentó eufórico tras colgar el teléfono. Los siguientes días, la espera se transformó en angustia. “Hay que ver otro sitio”, comentó a Pinedo. Necesitaba un plan B por si las cosas salían mal. Su impaciencia le jugaba en contra y no le quedaba un nervio sano para conservar la calma».

El asilo nunca llegó. Cuando alistaba sus maletas para retirarse de la residencia de Barros, el embajador y Pinedo oyeron un disparo en la habitación. Una bala del revólver de Alan había atravesado su mano sin tocar ningún hueso. Ensangrentado y en secreto, se retiró hacia su casa en Miraflores. Vamos a colocar el extracto casi completo de los hechos que relata Rafaella León porque son imperdibles.

«El 3 de diciembre, antes de las 7 de la mañana, García llamó por teléfono a Pinedo. “Compañero, me están invitando a irme, véngase rápido”. Llegó en minutos. En el primer piso se dispuso a organizar la salida. El embajador sugirió terminar de empacar, retirarse y un cuarto de hora después él saldría a confirmar a la prensa que García había dejado la residencia. En ese momento una detonación en el segundo piso los hizo subir a trancos la escalera. Al abrir la habitación a empujones observaron a Alan García sentado sobre la cama. Pinedo respiró: está vivo. El aire olía a piel quemada. La mano izquierda había sido atravesada por una bala, sin tocar un solo hueso. El secretario aplicó un torniquete con una toalla. El embajador reclamó que el revólver, contra lo que ordenó, hubiese vuelto a su casa. Todos temían que afuera los periodistas pudiesen haber oído el balazo. Pero nadie escuchó nada. Era momento de salir.

“Mi maleta, mis cosas”, buscaba García encorvado, sin poder pensar con claridad. Había planeado quitarse la vida en la sala, apenas colgara la comunicación con Pinedo. Todos los días pensaba: hoy me van a detener. “A estos cojudos yo les voy a enseñar qué es dignidad”. Él escribe en sus Metamemorias que estaba limpiando su revólver y el proyectil se disparó. Quizá algo tuvo que ver el reciente temblor en ambas manos, que nunca quiso hacerse ver. Con su plan inicial desbaratado, salió de la embajada en un auto alquilado de lunas polarizadas, recostado en el asiento de atrás. La mano derecha empuñaba el arma».

Hay muchos más detalles en el fragmento de la crónica de Rafaella León que lleva como título original «Primera muerte de García». Este texto, además, está incluido en el libro «El código García (Debate)», que se publicará próximamente.