noticias Martes, 28 febrero 2017

Cosas del género (II): Matris, quinces y otros rituales

*Continuamos con la segunda parte de COSAS DEL GÉNERO. Ayer, recogimos testimonios sobre los juguetes, los juegos y las historias de ficción. Ahora hablaremos sobre los rituales que nos acompañan a lo largo de nuestra vida.

Matris, quinces y otros rituales  

Escribe: Lis Arévalo*

Piensa en todas las ceremonias que nos rodean desde la infancia:  bautizo, primera comunión, quinceañero, confirmación, graduación, fiesta de promo, ingreso a la universidad, graduación otra vez, sustentación, despedida de solteros, matrimonio, baby shower, nacimientos, aniversario, velorio, entierro, misa del muerto… Todos los rituales de la vida llevan marcas de género y, en muchos casos, perpetúan creencias y conductas dañinas para nuestra integridad.

A los 14 asistí al quino más triste al que pude ser invitada. Todos estábamos felices menos la agasajada, quien con vestido y peinado incómodos, se veía «fea». Los muchachos no querían recibir su ramo ni bailar con ella. El ritual ya no funcionaba más, pero ella obedecía a su madre, quien hacía alarde de los miles de soles que había gastado en el «sueño» de su hija. Comencé a sospechar que esas ceremonias nos dolían más a las mujeres que a los hombres. Supe que “hay que” protagonizar algunos rituales para cumplir con tus padres o con alguien que no eres tú. Si eres mujer, tienes, además, que hacerlo con el pelo planchado, las piernas depiladas, y con tacones, sino te verás mal (y te mirarán mal). “Tienes que” ser y cumplir ciertas formas para complacer a los demás. La mirada fiscalizadora es más estricta con nosotras las mujeres a la hora del ritual.

Necesitamos una educación que nos enseñe a cuestionar las costumbres, que nos haga capaces de identificar, desde muy jóvenes, lo que nos hace felices y lo que nos desagrada (por ejemplo, cuando alguien nos toca y nos incomoda). La educación sexual no solo consiste en enseñar sobre aparatos reproductores, anticoncepción, enfermedades venéreas, relaciones genitales y el miedo a ellas, sino en aprender sobre el placer desde sus fundamentos básicos, los más íntimos e inmateriales.

La educación sexual ayuda a elegir siempre a favor del bienestar de nuestro cuerpo. Enseña que podemos desechar «lo que se acostumbra» por lo que nos hace felices, si así lo deseamos, que no tenemos que cumplir con ninguna tradición o costumbre que nos parezca estúpida o incómoda si no queremos. La educación sexual nos brinda agencia para cuestionar todo aquello que atente contra nuestra libertad de sentir. ¿Por qué hay gente que se opone a este aprendizaje?

En los testimonios leemos cómo los rituales han dejado huellas en mujeres y hombres. No afirmamos que estas ceremonias sean negativas en sí mismas, sino que, a través de estas experiencias personales, queremos cuestionar las imposiciones de género a las que nos enfrentamos cuando nos toca protagonizar alguno de estos eventos importantes de nuestras vidas.

*Literata sanmarquina, profesora y feminista

 

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Ilustración de Javicho Chinchay Ríos (su trabajo se encuentra en Blackrat)

SAKI MEYZEN

Yo no quería nada más que dinero (o un viaje cuando cumplí 15 años), pero mi madre se empeñó en hacerme una estúpida reunión bastante aburrida a la que solo asistieron sus amigas, porque yo no tenía ninguna.

MARI VILELA: Me parecen insufribles los baby showers que celebran los estereotipos de género

¡He ido a varios baby showers! Recuerdo uno en el que se contrató a un animador (y de los más antipáticos). Además de los chistes machirulos, hubo «juegos» del tipo «Vamos a ver qué tan buena madre serás/eres», en los que las mujeres debíamos darle el biberón al futuro padre o a nuestras parejas, claro, vestidos ellos con pañales, babero y gorrito. Simplemente me parecen insufribles esos rituales, donde efectivamente hay toda una celebración de estereotipos de género: rosadito para la niña, azulito si será niño (en regalos y decoración), y toda la sala preguntándote a ti, que estás allí como invitada, que tú para cuándo, que qué estás esperando.

NOELIA PAUTA: Me pasé la noche de mis 15 jugando PlayStation con mis amigos

En mi casa éramos 3 hermanas mujeres; yo era la segunda y la única que no quería tener su quinceañero, sólo porque eso implicaba usar un vestido y tener una engorrosa ceremonia con cambios de zapato y harto maquillaje, rodeada de “amigos” y bailes ceremoniales.

Me negaba, al inicio supongo que mi mamá pensó que era una broma, pero conforme se iba acercando la fecha lo repetía de manera más constante “no pienso celebrar mi quinceañero”, “no hay forma que use un vestido”, supuse que el único consuelo que encontró mi mamá respecto a eso era pensar que al menos ese año se ahorraría los gastos de una fiesta que no quería tener.

Así que mi cumpleaños número quince se redujo a una tarde (y noche) con mis amigos de barrio, en casa, jugando Play Station y comiendo papa a la huancaína, tal cual; aún de grande no me arrepiento de haber pasado mi cumpleaños así, no recuerdo exactamente qué excusa usé con mis compañeras de clase (ya que mi colegio era de mujeres y era casi de lo único que se hablaba ese año), pero sentía que mi frase de “no quiero usar un vestido” me daba la fuerza que necesitaba para negarme a ser parte de algo que no sentía que era parte de mi misma.

Con esa misma energía rechazaba asistir a los quinceañeros de mis compañeras de colegio, lo que en parte me alejaba un poco de esas “amistades” ya que se suponía que era la época perfecta para poder disfrutar, bailar, conocerse, etc. Cosas por las que yo tuve que esperar, pacientemente, hasta los dieciséis, donde alegremente asistía con ropa completamente informal a cuanto cumpleaños me fuera posible.

Nada me hará arrepentir de nunca dar ese paso, de dejar de ser una “niña” para convertirme una “mujer”, como si fuera necesaria toda una ceremonia de por medio… y encima con vestido.

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Ilustración de Javicho Chinchay Ríos (su trabajo se encuentra en Blackrat)

MIGUEL FLORES-MONTÚFAR: Tres cambios al “protocolo” para personalizar nuestro matrimonio

Aunque es imposible escapar de tooodas las tradiciones asociadas al matrimonio, Mayra y yo hicimos tres modificaciones que considerábamos importantes para personalizar nuestra boda. La primera fue escoger las lecturas bíblicas para la misa. Evitamos todas aquellas que señalaban el rol de la mujer como “sostén de la casa”, “apoyo del marido”, etcétera. Ese era el pequeño campo de acción dentro de una ceremonia cuya liturgia no puede cambiarse. Con lo demás fue un poco más sencillo.

Lo segundo que hicimos fue quitar al maestro de ceremonias. Cuando tuvimos el ensayo en el local donde se haría la fiesta (porque hay un ensayo del baile, las palabras, los lugares por donde caminarás), lo escuchamos pedirme que “le permitiera” tomar la mano de la recién casada. Luego, dijo algo como “los esposos se darán un ósculo de amor” y algo como “la novia ha esperado este día a lo largo de su vida”. Luego, bromeó sobre el número de hijos que tendríamos (era obvio que repetiría esa broma delante de los invitados). Les pedimos a los organizadores que lo sacaran: en su lugar, pusimos a algunos amigos, que se encargaron de presentar a nuestros papás cuando tenían que hablar, y de anunciar nuestra llegada. Nuestros amigos, que nos conocían, sabrían mejor qué decir sobre nosotros. Y así fue.

Finalmente, nos encargamos de hacer nuestras invitaciones. No solo las diseñamos, sino que imprimimos los sobres con los nombres de nuestros invitados. En el caso de las parejas, decidimos quitar los apellidos, de manera que cupieran los nombres de ambos: Juana y Pedro, por ejemplo. Mayra se molesta mucho cuando su nombre, ahora que está casada, se ve reducido a un “y señora” en las invitaciones, especialmente cuando estas llegan de gente que es más amiga suya que mía: cuando era soltera los sobres llevaban su nombre, ¿por qué va a perderlo ahora? Entendemos que, bueno, a una edad determinada, ese es un detalle tan arraigado en la costumbre y el “sentido común” que ya no se repara en él, pero sí creemos que somos los jóvenes los que debemos adaptar esos “protocolos” a nuestros tiempos, o, dado el caso, eliminarlos: no los impone la naturaleza, aunque nos hayan creer que es así.

LIS ARÉVALO: Mi fiesta de 15 es un buen recuerdo porque fue como yo quería

Me horrorizaba la idea del quinceañero. Como soy la «única mujer» de los tres hermanos me querían enyucar esa fiesta que, a mi parecer, lo que hace es señalar tu ingreso a la esclavitud de género, por cómo te visten, te celebran y por lo que esperan de ti.

Yo pedí tres cosas: una fiesta sin adultos que estuvieran mirando, y además chelas y pizza, más la propina correspondiente por no hacerles gastar en una fiesta grande, vestido y esas cosas. Fuimos veinte chibolos bailando, jugando botella borracha y divirtiéndonos sin la mirada de las madres que siempre querían «vernos bailar» en los quinces de mis amigas.

La cosa fue en jean y zapatillas, con chela auspiciada por mi papá y no tuve que protagonizar ninguna ceremonia como princesa. Me apachurraron mis amigos al entrar y ya, como en cualquier otro cumple. Es un buen recuerdo.

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Ilustración de Javicho Chinchay Ríos (su trabajo se encuentra en Blackrat)

KARINA PAZ: No quería que hubiera gente opinando sobre lo “bonita” que me había vuelto

Yo vengo de una especie de matriarcado a la fuerza y a la mala. Mi padre nunca estuvo y fue el típico papá limeño al que había que hacerle juicio de alimentos para que se haga responsable de mí y de mi hermana. Mi mamá lo sacó de la casa cuando yo tenía 13 años y cuando estuve cerca de los 15, al ser madre sola, asumo que quiso completar todos los vacíos que mi papá me dejó.

Mamá sentía que los 15 años eran una especie de despertar de niña a mujer, y por ello pensó que la mejor forma de celebrarlo era hacerme un quinceañero con vestido y torta. Un mes antes, comenzó la presión por saber qué íbamos a hacer, a quiénes íbamos a invitar, en dónde íbamos a hacerlo. Todo esto me recordó a cuando era niña y ella me obligaba a usar vestidos con bobos y flores. Comencé a aceptar esa fiesta que en verdad no entendía para qué era.

Yo no quería vestido, no quería torta ni gente mirándome y opinando sobre cuánto había crecido o cuán bonita (o fea) me había vuelto.

No entendía por qué me obligaban a hacer eso y por qué a los hombres no les hacían quinceañero. Un día no soporté más y le dije a mi mamá que no quería quinceañero. Que quería celebrar mi cumpleaños con mis amigos y que la única torta que quería era un pie de limón en la casa de mi abuelita.

La desilusioné un poco pero respetó mi deseo, y ese día me fui con todos mis amigos a los juegos mecánicos, la pasé increíble. Hice lo que yo quería y creo que fue el mejor de todos mis cumpleaños.

La idea del quinceañero me resultaba angustiante, de por sí el desarrollo lo es. Pero me ponía demasiado ansiosa que todos sean partícipes de mi crecimiento, en una fiesta/ritual, opinando sobre mí, sobre mi físico, y obligándome a usar vestido. Además, fue una tortura el pensar cómo le digo a mi mamá que no quiero, estaba segura de que eso le rompería el corazón.

Gracias al cielo, mi madre entendió, y creo que la mejor forma en que un papá o mamá puede demostrarle a su hijo que celebra su crecimiento es dándole el poder de decidir sobre su vida.

Creo que fue una bonita lección para las dos.

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Ilustración de Javicho Chinchay Ríos (su trabajo se encuentra en Blackrat)

ANAÍS CELIS: El baby shower tiene que ser a nuestro modo

Cuando nos comprometimos a tener familia, sabíamos que no queríamos casarnos tradicionalmente. Seríamos unos padres anarquistas y haríamos todo a nuestro modo. Nos conocimos estudiando  literatura, ambos escribíamos y leíamos a los escritores más anti-sistema que existían. ¿Qué podía salir mal?

Lo cierto es que llegado el día,  con una panza enorme y agobiada por los malestares y mareos, me dejé vencer por la molicie y dejé que nuestras madres (quienes se hicieron amigas inmediatamente) nos organizaran el famoso “baby shower”.

Era la primera nieta y las familias estaban delirantes por celebrar. Mi suegra cocinó su mejor plato, una carapulcra a dos carnes que fue la sensación de la reu. Mi padre colaboró con unas cajas de vino, pues la reu, no sé cómo, de pronto tenía como 60 invitados. La mayoría eran señoras muy elegantes, amigas de mi suegra que la venían a felicitar más a ella por debutar de abuela, que  a mí por ser madre primeriza.

A pocas horas de empezar, al padre de mi hija lo embargó el pánico. De ninguna manera estaría presente, amenazó. No se sometería a los jueguitos denigrantes del babero y beber cerveza en el biberón, gateando a mis faldas. En ese momento fui consciente del lío en que nos habíamos metido. Así que no pude evitar preguntarme ¿Por qué es siempre al padre a quien someten a estas prácticas vergonzosas? ¡Ni hablar, será a nuestro modo, sin juegos!, le contesté cómplice.

Después del berrinche frente a nuestras madres, el padre de mi hija entró en su papel de anfitrión, saludó y agradeció a todos los invitados y procedió a abrir los regalos. En lugar de ser él la broma, empezó a describir a cada uno de los invitados y su posibles regalos, con mucho ingenio, y exagerando alguna peculiaridad. Entendí que era su forma de protegerse, y la verdad,  causó mucha gracia, y de paso, quedó como el padre simpático.

Recuerdo que no todo fue rosa, hubo un amigo poeta de izquierdas que nos regaló un vestidito rojo. También el compadre futbolero que regaló almohaditas con el escudo del equipo del padre, sillas de bebé, muy monas, para la primera comida del bebé, andadores, pañales, y muchos regalos llenos de amor hacia la nueva familia, regalos que, la verdad, eran necesarios.

Después de todo, la pasamos bien con nuestros amigos y familiares. Entendí que vendrían más ritos convocados desde la ilusión y la alegría, pero también que nos mantendríamos en alerta para cuestionarlos y adaptarlos a nuestras propias formas de pensamiento. Sin dejar de compartirlos con los que nos quieren y desean lo mejor.

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Sobre la serie COSAS DEL GÉNERO:

*Los textos introductorios para cada eje temático pertenecen a Lis Arévalo, Alexandra Hernández y Regina Limo, quienes además trabajaron en la compilación y organización del material.

*Las ilustraciones específicas para cada post son de Javicho Chinchay Ríos, cuyo trabajo pueden ver en Blackrat.

*La idea original de esta serie de testimonios es de Mayra Pérez Márquez y Miguel Flores Montúfar

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PUEDES REVISAR:

-El Currículo Nacional 

La campaña de PROMSEX, «Educación con igualdad», que recoge testimonios escolares de diversas personalidades artísticas 

-La respuesta del procurador público a la acción popular presentada contra el Currículo Nacional

-¿Qué es la «ideología de género»?

-Pronunciamiento del ministro de Cultura sobre el Currículo Nacional