denuncia , discriminación , libertades , noticias , politica , sociedad , violencia Jueves, 24 noviembre 2016

«No hay solidaridad en los bailes por un sueño, las vidas extremas, los cuéntame tu caso. Hay negocio»

«Esa virtud sospechosa que llaman caridad»

Foto: El Comercio

Foto: El Comercio

Acabo de ver este vídeo. Un productor de Latina conversa con una de las viudas de los bomberos fallecidos durante el incendio en el almacén del Minsa, y le confirma que, efectivamente, un grupo de bomberos de la Compañía Roma 2 va a bailar en uno de los programas de espectáculos del canal.

Transcribo solo un fragmento:

  • VIUDA: Nosotros estamos de duelo ahorita, no sé cómo pueden bailar los bomberos…
  • PRODUCTOR: Están bailando por un deseo… que necesitan los bomberos, y se lo vamos a cumplir.
  • VIUDA: Pero…
  • PRODUCTOR: Aparte, discúlpame, pero yo tengo una posición personal: el luto se lleva de diferentes maneras […] no tienes que estar todo el rato deprimido […]
  • VIUDA: Pero, en este caso, son tres personas que han fallecido…
  • PRODUCTOR: Pero, por eso, es que… no seas tan extremista.

[…]

  • PRODUCTOR: Tú estás siendo de otra manera, con tu posición muy egoísta con tus hijos, porque se les puede conseguir una beca, pero si no la quieres, no te preocupes. […] El programa igual va a seguir y va a salir al aire.
DDD Imagen vía: Ojo.pe

Alonso, Raúl Sánchez y Eduardo Jiménez.
Imagen vía: Ojo.pe

La actitud del productor es despreciable, por supuesto. Pero sería un error concentrarnos en él y exigir su cabeza para quedarnos tranquilos. Otra vez: sí, es despreciable, asqueroso. Y si la bulla continúa, el canal lo botará o lo moverá de lugar. Y ya. El problema, sin embargo, no habrá pasado.

El problema es que estamos muy acostumbrados a convertir en espectáculo absolutamente todo, la miseria y el dolor incluidos. Eso es algo que han entendido muy bien, y hace mucho tiempo, los que hacen televisión en nuestro país.

Esa conversación de arriba debería recordarnos que esa necesidad de hacer una exhibición grosera de la vida de la gente no acaba con los famosos. La ridiculización de los pobres, consentida y celebrada porque venía con regalo, era bastante común en los clips de Trampolín a la Fama que han llegado hasta nosotros.

En esa misma línea, pero ya sin ninguna vergüenza, siguió Laura Bozzo, a quien no hace falta agregarle descripciones. También está ese programa atroz en que una periodista mete su cabeza en la vida de las personas (pobres siempre, hasta donde sé), rebusca en sus miserias, los persigue con una cámara y trata de solucionar sus problemas. Y Gisela, por supuesto.

No recuerdo ya cuántas veces ha hecho subir a su set a personas enfermas, a veces tendidas en una camilla, y les ha puesto el micrófono en la boca para que hablen (incluso cuando no pueden hacerlo) y ha acomodado la escena para que las cámaras ponchen la herida, la marca, la malformación. Y el momento es acompañado por sus palabras, que no dicen nada pero ella ni cuenta, las dice tan sentida, tan conmovida, como si realmente creyera que está haciendo el bien.

Y ahí está el problema.

No hay bien posible en la humillación. No se puede ser solidario con alguien si primero no se le respeta, si no se respeta su dolor. No hay solidaridad en los bailes por un sueño, las vidas extremas, los cuéntame tu caso. No hay solidaridad en los gestos públicos, visibles, promocionales. No: hay negocio. Y a esa gente le importa un cuerno negociar con tu enfermedad, tu pobreza o tu muerte.

Hace poco, hablando de Cantagallo, contaba Jimena Ledgard:

En el 2007 pasé una semana entre Chincha y Pisco desde el día siguiente del terremoto ayudando en la entrega de donaciones. Recordaré mucho de esos días para siempre, pero hay una cosa de la que con certeza NUNCA me voy a olvidar: que un camión con donaciones de medicinas (que se necesitaban con urgencia pues ya se habían agotado) estuvo tres días cerrado en el depósito en el que trabajábamos porque debíamos esperar a que llegara el gerente de la empresa que lo había donado y se tomara fotos durante la entrega.

En Dirección equivocada, un cuento de Julio Ramón Ribeyro, el narrador comenta que la acción del protagonista no se debe, entre otras cosas, a “esa virtud sospechosa que se llama caridad”. Eso es lo que no queda claro: si ya sabe que detrás de estos programas no hay ninguna intención real de hacer el bien, si ya se sabe que maltratan y hostilizan a las personas a las que, se supone, quieren ayudar, si ya se sabe que los seres humanos se miden en índices de sintonía, ¿por qué lo hacen? Es decir, ¿para quién? Ellos no quieren ayudar, el público no cree que lo quieran, ¿para qué tanto espectáculo, entonces?

A menos que lo que nos guste sea el desfile de las miserias. En uno de sus Dichos de Luder, dice el mismo Ribeyro:

«La gente duerme más tranquila arrullada por la música de una desgracia ajena.»