noticias , sociedad Sábado, 27 febrero 2016

Breve adiós a Mario Poggi

Imagen: captura Youtube

Imagen: captura Youtube

Escribe: José Carlos Yrigoyen

Mario Poggi nunca tuvo aquello que conocemos como dignidad. Es más, durante los últimos treinta años de su vida la rehuyó para poder comer. Luego del asesinato que cometió en 1986 en el mismo local de la Policía de Investigaciones, pasó cinco años en la cárcel, y cuando salió se encontró imposibilitado de trabajar en su profesión.

Lo acogieron entonces los programas cómicos y los de la farándula, donde se volvió una presencia tan habitual como chocante. Se esforzaba en hacerse el loco, hasta que ya nadie le creía (o atendía) sus disfuerzos. Luego, cuando dejó de tener gracia (al fin y al cabo, lo de Poggi era un chiste muy limitado), fue expulsado del paraíso de los medios a las bancas del Parque Kennedy, donde vendía su libro («Solo sé que soy un imbécil», 1974) con el pelo pintado de verde a quienes pasaban por ahí.

En sus años finales sus extravagancias cedieron a su decadencia: arruinado, muy mal envejecido, recibiendo la indiferencia de la gente como si él mismo se hubiera transformado en una mala broma usada hasta el paroxismo y que ya todos se sabían y despreciaban. Ahora que está muerto, quizá pueda acceder a esa variante de la dignidad que es el olvido. Estoy seguro de que él no se quejaría si fuese así.