noticias , politica , sociedad Miércoles, 11 marzo 2015

Estas son las reacciones que tienes que leer después del rechazo a la Unión Civil

Diego Pereira

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Bambarén no lo quiere. Ilustración: Andrés Edery

Bambarén no lo quiere. Ilustración: Andrés Edery

Estamos intentando entender qué salió mal ayer

Quizás sea bueno empezar leyendo a Pablo Secada para decir, por enésima vez, que el Perú es un país donde la ley es un papel, y que no es necesario tomarla en cuenta para decidir sobre la protección de derechos fundamentales. Los que deciden son otros.

La decisión de ayer prueba varias cosas. Primero, no somos un Estado laico. Segundo, quienes dirigen la Iglesia, políticamente digamos, no están a la altura de las circunstancias ni el debate o adoptan la posición más cómoda. Son populistas eclesiales, digamos. Tercero, no vivimos una democracia, al menos no según una de sus definiciones: la de proteger a las minorías. Esta es otra minoría a la que no protegemos. Al menos nos da vergüenza exteriorizar nuestra discriminación a las otras. Acá no. Entre personas mayores o conservadoras, la palabra que usó el Arzobispo de Chimbote sería una gentileza. A más subida de tono sea la palabra, más ellos y nosotros serenos. Más machos los nosotros, claro está. Ni juntos ni, menos, revueltos.

Eduardo Villanueva justamente nos recuerda por qué es importante alejar nuestra ley de la religión y de qué se trata realmente la construcción de una sociedad:

La ley natural. Esa es la razón, para muchos, por la que hay que condenar a los homosexuales. El problema es que la ley natural no es parte de la legislación peruana, porque esta es una república liberal que se rige por el principio de que la persona es el fin supremo de la sociedad. No la religión, no las creencias, sino la persona. Otros tienen derecho a ser creyentes, pero no tiene derecho a obligarme a creer lo que sea, y eso incluye la noción de ley natural, que un mínimo de conocimiento histórico demuestra que jamás ha incluido el tabú de la homosexualidad en los términos que las iglesias cristianas quieren plantear ahora.

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True sad story. Foto vía @angelans1

 

Esta separación es importante, sobre todo cuando en un país como el nuestro existe una doble cara, una nada sutil hipocresía por parte de líderes religiosos que están lejos de predicar un amor real. Precisamente es Luis Davelouis quien también tiene un problema con las condicionales del respeto:

Quizá, por ejemplo, para los congresistas Tubino, Eguren y Rosas, los homosexuales no son personas como todos y por eso no hay mal en que el Estado y la sociedad los discriminen un poco. ¿Por qué? Porque “amenazan” a “la familia”, a “los niños” y ofenden a “Dios”, como asegura el cardenal. ¿Y no se les ha ocurrido a Cipriani y a los congresistas que votaron en contra de la unión civil que la familia, los niños y Dios están más amenazados por los curas pedófilos que por homosexuales que solo quieren tener una hipoteca en pareja? Si la sodomía es lo que le preocupa, en el segundo caso al menos es consensuada. Para violar y discriminar sin inmutarse hay que despojar de su humanidad a los objetos para no sentir identificación ni empatía. Nada menos que eso.

Por eso, hijo mío, Dios te ama, pero con algunas condiciones: no puedes ser musulmán ni judío del medioevo, de ninguna manera puedes ser ateo y nunca, pero nunca, puedes ser marica.

Para todo lo demás, está el oscurito del confesionario.

 

Y también queremos saber qué podemos hacer

Además de hacernos escuchar, claro. Foto: Política El Comercio

Además de hacernos escuchar, claro. Foto: Política El Comercio

A todos nos ha quedado claro que ayer ha sido solo un tropiezo en un camino que está bastante claro. Es simplemente el curso natural de las cosas: reconocer un derecho básico es esencial. Pero, ¿hay que cambiar algo en la población? En el caso de los peruanos una fábula moderna puede servir para ilustrar realmente cuál es la lucha aquí. ¿Qué medio usar? Quizás el más grande de todos, ese al que todos se enchufan. Gustavo Rodríguez tiene una idea que podríamos desarrollar:

Todavía me dura la indignación al recordar los argumentos presentados ayer en el Congreso para votar contra la Unión Civil. Lamentablemente, lo que se diga por estas redes cambiará poco el pensar de un país. Las fuentes de información y de entretenimiento fluyen por otro lado y lo seguirán haciendo mientras no cambie nuestro sistema formativo. Como están las cosas, hay que rogar que en la televisión Charito se enamore de una mujer o que Nicolás se enamore de un hombre -y sufran por lo tanto la inequidad- para que el país empiece a sentir por qué es importante una Unión Civil.

Pero Rosa María Palacios nos recuerda que el mejor juez siempre es la historia, el tiempo que pasa:

¿Pensarán los 7 congresistas que el votante “anti-mariconadas” lo aplaudirá y lo alzará en hombros hasta el olimpo del poder? ¿Pensarán que su nombre no será recordado en una patética nota a pie de página en la his­toria que leerán con asombro y entre risas nuestros nietos? ¿Pensarán en el dolor de miles de personas reales que necesitan un reconocimiento de una realidad que hace años existe entre nosotros y que no tiene protección jurídica? ¿Pensarán los señores con­gresistas de la pomposamente llamada “Comisión de Justicia”, alguna vez, en la justicia?

No sé qué habrán pensado, pero se equivocaron. Creyeron, vaya a usted a saber por qué, que las personas homosexuales peruanas necesitaban una derrota más, una lección más, una humillación más, una tristeza más, una pateadura más. Lo que no saben es que los homosexuales peruanos acumulan cientos de cicatrices sobre sus cuerpos. Las físicas, de los golpes y heridas que reciben por ser quienes son y las emo­cionales, que los persiguen toda la vida.

Además, dice Rosa María que una batalla perdida no es perder una guerra. Es cierto. Pero este editorial de El Comercio también mete el dedo en la herida

La tarea de adiestrarse en la tolerancia, por supuesto, no es sencilla. Y de seguro se verá permanentemente entorpecida por los brotes de emociones primarias, como en el caso que comentamos ahora. Pero que sirvan todas esas ocasiones para recordarnos por lo menos que, a contrapelo de lo que dice la frase que Sartre popularizó en uno de sus dramas, el infierno no son los otros.

¿Es todo cuestión de esperar?

 

Sabemos que todo puede cambiar

Luciana León en la mañana antes de la votación. Foto: Andina

Luciana León en la mañana antes de la votación. Foto: Andina

Augusto Álvarez Rodrich nos recuerda que las decisiones siempre están en nuestras manos. No por nada nosotros escogemos a quienes deciden:

[La ley de Unión Civil] Busca otorgarles un mínimo de protección a quienes hoy no la tienen. Oponerse a algo tan elemental como eso recuerda a cuando se le negaba el derecho a votar a las mujeres o indios. O cuando se le negaba derechos humanos básicos al negro.

La lucha por los derechos de minorías discriminadas no ha sido sencilla en ningún lado, pero hay que darla hoy en el Perú en el marco de un esfuerzo que tomará tiempo y en el que habrá que vencer al prejuicio.

Lo que está en juego es el derecho de un grupo de personas a la búsqueda de su felicidad, algo que no es poca cosa y por lo que vale la pena pelear. Y si esto a usted le parece valioso, no debe olvidar a los ‘mariconazos’ que votaron en contra o se abstuvieron, cuando en la próxima elección les pidan su voto.

Pero Juan José Garrido sabe cuál es el problema con esto de esperar: estamos poniendo en pausa derechos que ni siquiera deberían estar siendo debatidos. ¿Cómo es posible que un grupo de congresistas tengan la potestad para determinar si un grupo de personas merece o no acceder a la ley? No tiene sentido. No se les está pidiendo permiso, se les pidiendo legitimidad:

Tiene razón el congresista Carlos Bruce, principal impulsor del proyecto de ley rechazado, cuando dice que esto se aprobará tarde o temprano. Se va a aprobar, y más temprano que tarde. Tal vez no en este Congreso, pero podría apostar, sin dudas, a que en el siguiente. Porque el rechazo de hoy es infantil, lleno de prejuicios y paradigmas agotados, propio de mentes totalitarias, intolerantes, caducas. Ir en contra de algo tan evidente no tiene sentido.

Y, mientras, ¿qué? Ahí está el problema. Sabemos que se aprobará, pero, en el ínterin, miles de personas sufrirán innecesariamente. Verán sus patrimonios en riesgo, seguirán separados en algunos casos, marginados en otros, señalados y estigmatizados. Porque muchas veces la ley ejerce un efecto educador, sirve de guía social y cultural. Algo que, por cierto, hace mucha falta en una sociedad como la nuestra.

Asegúrate de leer completas todas las opiniones citadas en este post

Lo que más necesitamos es seguir informados.

Como los amigos de La Ibérica <3

Diego Pereira

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