noticias , politica Jueves, 5 febrero 2015

Nuestros partidos no representan a nadie, sus líderes no representan ideas de ningún tipo (y nadie dice nada)

Diego Pereira

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Tranquilos, todo está bien. Ilustración: Carlín

Tranquilos, todo está bien. Ilustración: Carlín

Esto escribió Sinesio López en La República hace dos semanas:

Este año será difícil, pero no aburrido. No habrá mucho pan, pero no nos faltará el circo. Se están acumulando un conjunto de problemas de coyuntura y de estructura que pueden transformarse en una coyuntura crítica.

Y no está equivocado: este año se han acumulado una serie de crisis que el gobierno está haciendo agua. Sin embargo, lo más probable es que seamos solo espectadores de un tremendo espectáculo. Sobre este «circo», el politólogo Alberto Vergara escribió en El Comercio un diagnóstico que todos conocemos porque lo vivimos a diario.

Sin embargo, vernos así en vitrina, siempre es útil para fomentar el deshueve.

 

La anemia

Vergara dice que aquí no hay crisis cuando hay problemas porque los debates ocurren sobre nada. Finalmente, ¿qué diferencia a nuestros líderes políticos entre sí? Para Vergara todos son variaciones de la misma mediocridad.

El columnista nos recuerda que casi todos nuestros vecinos de la región tienen familias divididas frente a gobiernos que atraviesan por cambios bruscos…

Los peruanos, en cambio, hemos inventado una situación peculiar donde nos odiamos políticamente sin que nada sustantivo se discuta en el país. Un gobierno pusilánime como el de Humala es acusado a cada tanto de chavismo. Ya no quedan sino diferencias personales; ninguna densidad programática. Incluso una reforma menor como la llamada ‘ley pulpín’ desnuda nuestra anemia política: Kuczynski retira en cuestión de horas el apoyo que le había dado al proyecto; García se opone aunque todos sepamos que ayer hubiera tratado a esos jovencitos con empleo formal de perros del hortelano; buena parte de la bancada fujimorista trapichea sus votos –al menos ya no a cambio de los dólares de Montesinos– ilusionada en pescar a descontento revuelto; y el presidente Humala debe salir con su ministro de Economía (que podría serlo de cualquier gobierno peruano de 1990 a hoy) a defender una propuesta ajena a todo lo que él representó como candidato. Si bien hace mucho que nuestros partidos no representan a nadie, lo novedoso es que ahora sus líderes muestren sin vergüenza que tampoco representan ideas de ningún tipo. Lucen altivos el barro oportunista y angurriento del cual están todos hechos.

Amén.

 

El fujimorista antifujimorista

Uno de nuestros momentos favoritos en la columna de Vergara es cuando hace una descripción precisa de cuál es la imagen que proyecta Daniel Urresti y de cómo su existencia política debería anularse como cuando se multiplica por cero.

Sin embargo, la especie más refinada de esta política crispadísima por cuestiones adjetivas, es el ministro Urresti. Este ‘tweet fighter’ ha dado vida a un prodigio de la cultura política peruana: el fujimorismo antifujimorista. Cuando las ideas ya no importan un rábano, hasta esto es posible. En su estilo de boquilla atarantadora, en las denuncias que carga en su contra (corrupción y derechos humanos), en el ámbito de sus competencias profesionales (seguridad), en sus fobias dramatúrgicas dignas de Martha Chávez, en fin, en cada una de sus características, Urresti es un ejemplar puro y ‘aggiornato’ del fujimorismo. Y, sin embargo, con ayuda de las redes sociales, de los medios y de Humala, el hombre es también un furibundo antifujimorista. Es decir, ya ni el viejo principio lógico de la no contradicción aplica en el Perú.

Si vas a leer algo hoy, que sea el artículo completo de Vergara.

Diego Pereira

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