reinadecapitada Domingo, 25 enero 2015

Oda a la loca escandalosa

Regina Limo

Nerd feminista y lesbiana. Escribo guiones, narrativa y teatro. Leo como descosida y colecciono juguetes. También puedes leerme aquí Hueveo en Twitter como @reinadecapitada

Hay tantos niños que van a nacer

Con una alita rota

Y yo quiero que vuelen compañero

Que su revolución

Les dé un pedazo de cielo rojo

Para que puedan volar.

 

Latinoamérica necesita más locas escandalosas como la Lemebel y menos gays culifruncidos, respetables y discretos. Lo primero que me viene a la mente de la Pedro es lo que dijo cuando ganó el Premio Literario José Donoso el año 2013. Preguntó, claro, de cuánto plata estaban hablando, algo que todos los escritores morimos por hacer, pero ese estreñimiento de solemnidad literaria nos lo impide. Cuando a la loca le contaron que había ganado cincuenta mil dólares, soltó muy oronda: “Me pondré tetas”.

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Su impronta, como loca escandalosa que se respetaba y que no respetaba nada, era mujerearlo todo. Ah, el “respeto”, esa palabra tan manoseada en boca de los bienpensantes que ven a la libertad de reojo, con miedo y sospecha, como un jarrón chino en manos del niño travieso.

No sé si hablaba en serio o no con lo de ponerse tetas, pero el cáncer de laringe no lo dejó llegar más allá. Lemebel era la loca escandalosa por excelencia. Es el tipo de loca que nos hace muchísima falta en esta Lima de gays respetables y culifruncidos, serios y discretos, varoniles y decentes. Y no, ser amanerada no te da entrada al club, cariño, ser amanerada no te hace escandalosa. A lo más te hace acreedora a la risita cachosa o al chiste de programa cómico, porque con todo y tus aires de maricona alharacosa seguirás siendo, en el fondo, la señora conservadora que se espanta con las últimas peripecias de Millet.

En un célebre discurso, que dio poco antes de su asesinato, Malcolm X describe a los “negros domésticos”, los esclavos afroamericanos que trabajaban dentro de las casas de los amos en la época de la esclavitud estadounidense. Si bien tenían la misma categoría de objeto de sus congéneres que se reventaban los pulmones en las cosechas de cebada y, probablemente, habían sido comprados en las mismas ferias de esclavos, se sentían infinitamente superiores a sus hermanos labriegos y a los blancos pobres (se dice que la frase “white trash” fue acuñada por los negros domésticos). Al acceder a la confianza de mirarle los calzones al patrón, aunque sea para lavarlos, parecían ubicarse en un nivel más respetable, un piso de la sociedad vertical que olía a sábanas de lino y cubiertos de plata, bastante alejados de las manos callosas y las espaldas reventadas a latigazos del negro que araba los campos del amo.

Mucha cabra limeña me recuerda a los “negros domésticos”. Vamos a llamarles, entonces, “cabras hogareñas”. Lima es una ciudad de doble moral: devora ávidamente los pasquines amarillos y unta de moralina su morbosa conversación sobre los escándalos de las estrellitas. La frase Dios perdona el pecado pero no el escándalo se ha convertido en el undécimo mandamiento cristiano. Es el ampay me salvo de la sacada de vuelta, la cutra y la mostaza. En este caldo de cultivo, la cabra hogareña encuentra un cálido refugio.

La cabra hogareña se siente feliz porque sus amigos la quieren. Y sus amigos se jactan de no ser nada homofóbicos porque yo tengo muchos amigos gays, ¿manyas? para luego soltar el proverbial “PERO”. La machona hogareña vive contenta de ser una mujer de éxito y vestir trajes sastres que le disimulen mal la masculinidad, pero al menos con elegancia. La cabra hogareña raja de la Unión Civil porque no ve la necesidad de remedar el matrimonio, porque el matrimonio es para hombre y mujer, pues. La cabra hogareña defiende los principios cristianos, se mete en interminables discusiones de Facebook a defender al Cardenal Cipriani y a despotricar de la legalización del aborto terapéutico, y de noche se levanta tantos puntos en el Sagi que, de haber sido mujer, hubiera podido canjear abortos con puntos bonus.

La cabra hogareña vive bien en nuestra sociedad emergente. Tiene carro y diploma de maestría. La machona hogareña paga su departamento en cuotas mensuales a veinte años. Se sienten aceptadas. Sienten que no hay necesidad de alzar muchito la voz. Que, poco a poco, la sociedad cambiará. Que la gente se dará cuenta. Que lo mejor es concentrarnos en ser respetables y dejarnos de escándalos. Que las escandalosas son las que tienen la culpa de la discriminación. Es que ellas nos dejan mal, pues. Total, ellas tienen muchos amigos que las quieren, que las aceptan. Porque ellas quieren sentirse aceptadas. No exigen respeto, mendigan cariño. Y están contentas de que los patas tomen chela a su lado porque oye, tú no pareces cabro. Lo que no te dicen es que están aliviados de que no les recuerdes que eres gay, con tus maneras, con tus movimientos de manitos. Mimetízate.

La gente guarda las distancias

La gente comprende y dice:

Es marica pero escribe bien

Es marica pero es buen amigo

Súper-buena-onda

Yo no soy buena onda

Yo acepto al mundo

Sin pedirle esa buena onda

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Pero las locas escandalosas están ahí para recordarnos que algo falla. Olvidan nuestras decentes amigas que si ahora la serie de moda tiene su personaje gay infaltable, que si ellas pueden tonear de lo lindo en Barranco o Miraflores, que si sus amigos se jactan de ser sus amigos, en fin, que si no las agarran a golpes o las botan a patadas de las casas es justamente gracias a esas escandalosas que se metieron a la fiesta a gritos y chillidos. Esas locas que se cansaron y, en Stonewall, se agarraron de las mechas con la policías, cansadas de quedarse calladitas y no hacer escándalo ante el abuso de las detenciones arbitrarias. Las locas que se cansaron de esperar la aceptación de la derecha, de la izquierda y del centro. Las locas que a golpes forjaron la palabra “orgullo”, que ahora te hace bailar hasta el amanecer el 28 de junio. Esas locas que hasta hoy siguen siendo el blanco de la burla, de los asesinatos, de las redadas policiales, y que nos recuerdan que se puede morir por tener “el alita rota”. Necesitamos más locas como la Lemebel, que se atrevan a decir que quieren tetas, que le escupan a la hipocresía machirula del revolucionario de barba y del yuppie progre. Necesitamos escándalo, porque el escándalo es transgresión: porque escándalo fue que las mujeres salgamos a trabajar, escándalo fue que los negros se sentaran en los asientos para blancos, escándalo sigue siendo que los cabros y las machonas reclamemos nuestro derecho. No el derecho al matrimonio, sino el más importante y frágil: el derecho a la vida.

Se nos ha muerto una loca escandalosa, pero quedan(mos) muchas más. Si existe un más allá, la cabra debe de estar taconeando de lo lindo y espantando a la Rock Hudson. Y escandalizando a las almas decentes, si las hay.

 

Lemebel lee «Manifiesto (hablo por mi diferencia)» en la Feria Internacional del Libro de Lima, año 2008

 

Regina Limo

Nerd feminista y lesbiana. Escribo guiones, narrativa y teatro. Leo como descosida y colecciono juguetes. También puedes leerme aquí Hueveo en Twitter como @reinadecapitada