noticias Viernes, 1 octubre 2010

Infeliz día del periodista

Por estos días, uno de los deportes favoritos de la gente en Internet es adivinar por quién van a votar los periodistas. ¿Por qué? Supongo que porque muchos están cansados de los coleguitas que contrabandean opinión y la hacen pasar por información objetiva.  O de los que no pretenden ser objetivos -con todo derecho- pero que se van al extremo de no dejar que la verdad se interponga entre ellos y su corazoncito. Y, entonces, la gente -harta de que le metan el dedo- se la pasa leyendo la entrelínea de cada pastillita de información u opinión que los periodistas tratamos de brindarles.

En estos días hemos visto pésimos ejemplos de periodismo. Bayly y Mariátegui son las piñatas evidentes pero, vamos, no han estado solos. Desde La Primera hasta El Comercio, ningún diario (¿salvo La República, quizás?) pudo evitar ponerse su respectiva camiseta. En la última semana la parcialidad se volvió consigna. Y, eso, al público, le revienta. Y todos pagamos pato.

No se equivoquen. Nada me aburre más que el periodismo «objetivo» y este post no es una apología de la «objetividad». No es mi estilo y por suerte nunca me he dedicado a él. Me gusta el periodismo abiertamente subjetivo, que asume un punto de vista y lo transparenta. No digo que el otro sea peor o mejor, sino -simplemente- que no es mi estilo y no me sale. Hay mucha gente que es capaz de producir periodismo con serias aspiraciones de objetividad y la respeto mucho, la sigo y aprendo horrores de ellos. Pero a mí no me sale, pues. ¿Entonces de qué estamos hablando cuando hablamos de imparcialidad?

Objetividad. Imparcialidad. Esas son las palabritas que, de tanto venderlas en las promociones de los programas dominicales, le han hecho creer a la gente que debería esperarlas de nosotros. Y, no pues. Al menos «objetividad», no. Puedes aspirar a ella, pero sabiendo que nunca la conseguirás porque ya la física cuántica ha demostrado que el observador afecta lo observado. Quizás el Dr. Manhattan puede ser objetivo pero tú no, por más BBC que seas. Puedes tratar de serlo, eso sí. Y mientras más lo intentes honestamente, más respetos míos tendrás (la BBC es lo máximo). Pero también puedes optar por olvidarte de ella y ser transparentemente subjetivo. Y, si lo haces bien, también serás un capo. Aquí pienso en Lanata o Jon Stewart, por citar ejemplos fáciles. Ambas son opciones válidas.

Por supuesto que hay valores que marcan la cancha. Para mí son la vida y la libertad. Con estos dos no transo. Para ti seguramente son el mercado y la estabilidad. Y seguramente que no transas con esas dos. Perfecto. Esas son nuestras subjetividades.  ¿Cómo las controlamos? ¿Cómo nos diferenciamos, entonces, de un bloguero cualquiera? Un bloguero escribe desde su plena subjetividad -como podría hacerlo un periodista- y sin preocuparse por equilibrar su sesgo -como, creo yo, no debería hacerlo un periodista-. La diferencia está en esa otra palabrita: imparcialidad.

La imparcialidad consiste precisamente en no tomar partido. Al menos no profesionalmente. Creo que la gente se merece eso. Y creo que nos pagan (a los que nos pagan) precisamente por darle al público alguito más de lo que le podría dar un bloguero (al que no le pagan). Y ese alguito más consiste precisamente en tratar de darle la vuelta a tus prejuicios, cuestionarte un poquito más y meterle un tacle a alguien que te cae bien o -esto jode más- felicitar a alguien que te cae mal. Para aspirar a este estado zen de la chamba hay una receta facilísima y complicadísima a la vez: la verdad.

Por supuesto que podemos discutir filosóficamente hasta morirnos acerca de «la verdad». Yo tengo algunas ideas y se las dejo aquí para discutirlas otro día: Se puede ser subjetivo y defender la verdad. Hay verdades evidentes y otras que son difíciles de encontrar. Una verdad apasionada no deja de ser verdad. La subjetividad está justificada, la mentira nunca. El camino más fácil hacia la mentira es parcializarse. La mentira es enemiga del periodismo y los mentirosos deben ser combatidos. La verdad se defiende.

(Por cierto: me encanta cuando me dicen «útero»).

Vamos, olvídense de la objetividad. La principal pregunta que un periodista debe hacerse antes de abrir su boquita o apretar enter en el teclado es: ¿estoy mintiendo? Después vienen todas las demás preguntas (¿estoy haciendo daño a alguien con esto? debería ser la segunda y si es afirmativa: ¿vale la pena?), pero nuestra chamba consiste precisamente en algo llamado verdad que, especialmente en la última semana, no hemos visto mucho. Y a veces, en circunstancias como las actuales, cuando casi todos nos olvidamos de la verdad, a veces, digo, hay que defender la verdad y evidenciar a los mentirosos. Sin poses ni declaraciones: para esto nos pagan. Si no, apaguemos la luz y dejemos que los blogueros ocupen nuestro lugar. Al menos a ellos no los presionarán los jefes.

Pues eso, coleguitas. Feliz día de la verdad, donde quiera que esté.